Iba yo conduciendo por los caminos cercanos a Nueva Guinea, un poco más allá de la salida de El Almendro. Más de cuatro horas a las espaldas de saltos y vaivenes, el culo bastante dolorido y el estómago ya algo calmado: la mejor medicina aquí es una Coca-cola tomada en cualquier ventecita o pulpería. Un muchacho cargado de ropa me hace una señal a pocos metros: soy su pequeña salvación bajo el sol inclemente, la posibilidad de realizar unos cuantos quilómetros en un vehículo cómodo hasta el siguiente poblado. Colocamos su mercancía en el asiento trasero (pantalones, camisas, guayaberas en perchas y expositores, un almacén ambulante) y se sienta a mi lado. Cada fin de semana -ese día era viernes- se dedica a recorrer la región vendiendo la ropa que su madre cose, al raid y durmiendo allí donde le presten una hamaca. Después de intercambiar cuatro palabras sobre su destino, se siente confiado y me pregunta:
-Y a usted ¿cómo le llaman?
Podría haberle contestado que algunos Jacobo, otros Jaime, otros Jacques, pero entonces todavía conservaba mi nombre real. Lo sustancial era que el muchacho no me preguntaba cómo me llamaba yo, sino cómo me llamaban los demás. Qué maravilla: en medio del pedregal y del lodo poder percibir esa brizna de vida auténtica, de sentido común y de sentido poético. Qué importa cómo me llamo, lo importante es saber cómo me llaman los demás, porque ese será mi verdadero nombre, aquel por el cual atenderé la voz que me persiga y bajo la cual doble mi cuello y diga "Sí, soy yo, qué desea?".
Me viene ahora a la memoria este mínimo recuerdo mientras sigo pensando en el lenguaje del nicaragüense, del latinoamericano. Detrás de una apariencia a veces algo excesiva, con ese fluir del verbo que se desborda del vaso, las palabras derramándose, hay toda una lógica que enlaza con una filosofía de la vida anclada en lo real. O sea, que lo que para los de afuera podría ser pura artificiosidad, desde dentro se convierte en un entramado de construcciones que se unen indisolublemente con la vida cotidiana y con los pensamientos acerca de los grandes temas del género humano: la muerte, el paso del tiempo. Aquí se convive con la muerte día a día, y por lo tanto su presencia constante (no la del muerto, se entiende, sino la de la idea de la muerte, sus consecuencias, su interpretación) conforma también una estructura de sentido que se refleja en el lenguaje: en el qué se dice y en el cómo se dice.
Ayer transcribía un fragmento de una vieja novela de Sergio Ramírez. Lo introduje para ir hablando de él en días sucesivos, cuando se me antoje, pues mi porcentaje de literatura autóctona ahora la estoy centrando mucho en su persona y me voy sintiendo atraído por una evolución curiosa de su producción literaria. Esa novela corta, Tiempo de fulgor, es un ejemplo perfecto para conocer el lenguaje del nicaragüense y las extremas diferencias que se pueden establecer con el español de Castilla. Creo que es una obra jamás publicada en España, aunque tampoco voy a perder el tiempo comprobándolo: sería extraño, en todo caso, encontrar un editor que se atreviera a poner en manos de un madrileño estas páginas, sabiendo que el madrileño pediría que le devolvieran el dinero inmediatamente, puesto que él compró una obra de la sección "literatura contemporánea" y no una novela del Siglo de Oro. Esa es la clave: podemos leer estas frases, metáforas, palabras, como calcos de una lengua excelente pero de otra época, o como lo que son: fieles reflejos de un modo de hablar y de vivir que no necesitan de la prisa para llegar al día siguiente.
Pero Sergio tampoco escribe así ahora. Y esa evolución es la que me está interesando, pues no sé hasta qué punto un escritor como él, tan influido por lo que lee de España y por las traducciones que le llegan desde la Península (y tan viajero, no es fácil verlo por Nicaragua), está cambiando su lenguaje y adaptándolo a un estándar más asequible para el madrileño de antes. Sí, su lengua sigue manteniendo los mínimos indispensables de exotismo para el español de a pie, con algún requiebro sorprendente y que nos colma nuestra ansia de turistas en busca de lo auténtico. Pero sólo veinte años después de Tiempo de fulgor, Sergio escribe su obra cumbre, ese monumento llamado Castigo divino y que ahora comienzo a leer con calma, al suave. Y el salto es sustancial: quiero sumergirme más a fondo para ver si ese salto es sólo un alejamiento positivo del realismo mágico, ya decadente en los 80, o es que su prosa se globaliza y busca nuevos públicos, sin que ello pueda afectar a la calidad del trabajo final. En ello estamos.
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"Soldados de Salamina parte del drama de Sánchez Mazas, un dirigente falangista al que colocaron frente a un pelotón de fusilamiento, dispararon, y no le dieron. Se hizo el muerto, entre los muertos, y huyó arrastrándose hasta una espesura cercana. Parece, según contara Sánchez Mazas, que allí lo descubrieron los ojos de un soldado republicano. Pero el soldado, en vez de denunciarle, apartó la cara y siguió su camino. Cercas quería encontrar al soldado que perdonó la vida a su enemigo. Yo también, sin duda. Odio las entrevistas, pero por esta transigiría. Cercas no lo encuentra, como es natural: es una empresa muy difícil, e imposible si se trabaja poco en ella. Por fortuna, el novelista es un hombre de recursos y se da cuenta de que lo ha buscado en lugares equivocados. Como la carta de Poe, el soldado republicano está en su sitio y a la vista: en la propia cabeza del novelista. Calentito. (...) El lector, que agradece el que Cercas no le haya emparentado con su narrador poniendo los ojos de Miralles sobre el agujero donde se escondió Sánchez Mazas, está ya adiestrado para admitir lo esencial: el autor buscaba / no ha encontrado / pero qué más da: todos somos Miralles".
Arcadi Espada. Diarios
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Por algunos problemas causados por el anterior correo personal (jacobo_deza@yahoo.es), se establece una nueva dirección ahora terminada en .com. Lamento decir que los correos que se enviaron en los últimos días no se han recibido, por lo que ahora pueden ser reenviados a la nueva dirección definitiva.
El azul del cielo
Hace 5 horas
5 comentarios:
La realidad y su doble,
la provocación y la pirotecnia.
La literatura “consiste para Marcelo en un doble y contradictorio movimiento de afirmación y negación del mundo y de la propia identidad que convierte al lector en un viajero inmóvil que huye de la realidad y de sí mismo para entenderla y para entenderse mejor. Quizás esta idea explique el hecho de que, de todos los géneros literarios, Marcelo prefiera la novela y, de todos los géneros de ficción, el cine (...). Pero ambos son los géneros que mayor aislamiento de la realidad alientan o exigen. Es verdad que Marcelo detesta a ese tipo de intelectual que cultiva por sistema el estrépito de la provocación, porque según él lo hace para ocultar la inanidad de sus ideas bajo el bullicio de una pirotecnia más o menos vistosa”
Javier Cercas, ‘El vientre de la ballena’.
Saludos cordiales, Justo Serna.
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