sábado, 21 de octubre de 2006

Un relato que se hizo novela

Al afrontar este cuarto Bolaño (recapitulemos: Monsieur Pain, Una novelita lumpen y La literatura nazi en América ya han pasado por la senda y en este orden) uno ya siente poco a poco la llegada del cosquilleo previo al orgasmo que vendrá. Estas lecturas no pueden ser tomadas sino como los prolegómenos del acto mayor y definitivo, aquel que terminará con un número de cuatro cifras y a partir del cual todo lo demás será silencio, o acaso jadeos leves que rememorarán las horas de placer ya perdidas. Pero como decía mi profesor de latín, Post coitum, alter coitum (los petimetres decían Post coitum animal triste), así que después de Bolaño siempre nos quedará algún Marías para mantener nuestra infidelidad literaria hasta que la muerte nos separe de los libros.

La secuencia lógica no podía llevarme a otro encuentro que al de Estrella distante, una novela breve cuyo origen proviene de La literatura nazi... y que deja una sensación de deja vu profunda. Mi locura lectora ha llegado estas noches al paroxismo de mantener mis dos manos y rodillas ocupadas a un tiempo: mientras sostenía un ejemplar de Estrella distante con los dedos, las palmas aguantaban abierto otro ejemplar de La literatura nazi... sobre los muslos. Los vecinos que atraviesan la calle y miran el porche de mi casa deben pensar que conviven con un esquizofrénico, o con un individuo de doble personalidad: mis ojos alternaban a un tiempo los párrafos de un libro y de otro, escudriñando las diferencias que existen entre las frases originales y las más extendidas y trabajadas de la nueva novela. Es una experiencia que recomiendo: pocas veces se dan las circunstancias para conocer el proceso creativo de un autor, y para ir viendo cómo una historia de 26 páginas se transforma en una novela de 150.

Ahora, con el poso que va dejando Estrella distante, percibo que "Ramírez Hoffman, el infame" (cuento original) se me antoja ya como un relato algo destemplado, quizá frío y con demasiados cabos sueltos. Posiblemente sea un efecto evidente, al leer ahora cómo unos personajes que no pasaban de ser retazos van cobrando vida autónoma, incluso algunos secundarios que antes eran pinceladas gruesas ya van formando parte del elenco de inolvidables de Bolaño. Y además, con nombres distintos: las tremendas hermanas Garmendia (antes Venegas), el taller literario de Juan Stein (antes Juan Cherniakovski), y el propio Ramírez Hoffman que ahora se transforma en Carlos Wieder. Y quizá todavía lo más importante para lectores esquizoides: Roberto Bolaño, narrador de la primera historia, ya se desdobla, desde una nota previa a la edición, en un tal Arturo B.

Veamos algunos breves ejemplos de cómo el autor repite estructuras enteras, especialmente en las primeras páginas de la novela, pero amplía anécdotas, diálogos, detalles que van creando una trama menos esquemática:

LLNEM: La carrera del infame Ramírez Hoffman debió comenzar en 1970 o 1971, cuando Salvador Allende era presidente de Chile.
ED: La primera vez que vi a Carlos Wieder fue en 1971 o 1972, cuando Salvador Allende era presidente de Chile.

LLNEM: Y no hay cadáveres, o sí, hay un cadáver, un cadáver que aparecerá años después en una fosa común, el de Magdalena Venegas, pero únicamente ese, como para probar que Ramírez Hoffman es un hombre y no un dios.
ED: Y nunca se encontrarán los cadáveres, o sí, hay un cadáver, un solo cadáver que aparecerá años después en una fosa común, el de Angélica Garmendia, mi adorable, mi incomparable Angélica Garmendia, pero únicamente ese, como para probar que Carlos Wieder es un hombre y no un dios.

LLNEM: Al principio una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Silencioso. Venía del mar y poco a poco se iba acercando a Concepción.
ED: Al principio era una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Calculé que venía de una base aérea de las cercanías, que tras un periplo aéreo por la costa volvía a su base. Poco a poco, pero sin dificultad, como si planeara en el aire, se fue acercando a la ciudad, confundido entre las nubes cilíndricas (...)

Esta reescritura se desarrolla de forma incesante sobre la base exacta del anterior relato. No hay una idea nuevamente elaborada, sino que Bolaño modifica algunas oraciones, extiende otras, pero sobre todo añade detalles que antes nos eran sustraídos. En este tramo de la senda ya podemos comenzar a apreciar al Bolaño cosmogónico (perdón por la palabra) que entiende su obra como un todo, como un proceso de reescritura permanente al cual se van añadiendo nombres, modificando espacios, sumando nuevas raíces que van tejiendo una encrucijada de idas y venidas. Pero en mi cabeza resuena la pregunta de por qué precisamente esta historia y no otra, cuando a mí me dejaron más huella otros personajes de La literatura nazi, y no precisamente este aviador poético que traza estelas de humo como versos. Sí, la imagen es muy plástica, pero más allá de las acrobacias no veo grandes motivos para elevar a categoría de libro único esta trama leve. Claro está que la trama de Una novelita Lumpen tampoco permite grandes alharacas, pero hay algo forzado en esta recreación, quizá no tanto una necesidad literaria cuanto una necesidad editorial: quién sabe. De todas formas, ya sea por la sensación de cosa vista de la que hablaba, o ya porque los personajes demuestran grandes dosis de desgana, el conjunto adolece de una melancolía que acaba afectando al lector (ese que sigue con dos libros a cuestas, ajeno a lo que propague la vecindad). Y repito que ahora, al menos, se ha logrado mejorar un cuento que tenía pleno sentido en el marco de una enciclopedia ficticia, como biografía absurda de un poeta absurdo, creando pequeñas subtramas que, por momentos, brindan esos destellos que sólo los escritores de raza repiten a lo largo de su obra.

Ojo: la lectura sigue, y no puedo aventurar si hay un quebrantamiento del relato original en algún punto del camino. Lo que sí queda claro es que esta es una historia muy chilena, y no sé por ahora si es su novela chilena, como Los detectives... es su obra mexicana. Por ambición y por extensión supongo que no: pero este comentario continuará en otro momento.

lunes, 16 de octubre de 2006

Planeta y literatura: el reencuentro


Tanto es mi asombro que he tenido que dejar mi cuerpo en 24 horas de reposo para decir algo. Álvaro Pombo acaba de ganar el Premio Planeta. Ni más ni menos. Y en un momento en que todos habíamos ya desechado la posibilidad de volver a hablar del asunto (al menos en un blog de literatura), teniendo a medio redactar un nuevo post sobre Bolaño, aquí me veo regresando al evento más descacharrante de las letras hispanas. Un año atrás ya hice una declaración, que de alguna manera era una historia sentimental, sobre mi encuentro adolescente con el premio: mis primeras novelas adultas están marcadas en parte por los nombres de Terenci Moix, Juan Eslava o Torrente Ballester (de ahí a la saga/fuga ya fue tan sólo un salto mortal el que me llevó, ya sí, a reconocer lo sublime de lo banal). Pero con la misma suerte que tuve siendo niño o adolescente en esa época (los últimos bandazos del TBO, el Mortadelo semanal, los cómics adultos de Cimoc, y lejos, muy lejos de las consolas desconsoladas), me apiadé de los nuevos lectores de hoy que, empujados por la marea comercial, navegan al encuentro de Schwartzs, Freires, Posadas y Janers: infelices ellos, pues, que no vivieron un cierto esplendor.

Pero cuando ya nadie daba un céntimo por el invento, Pombo le pone unos cuernos descomunales a Herralde y decide embolsarse 601.000 euros para que acto seguido El Corte Inglés venda centenares de ejemplares de su última novela. Ante todo me permito dudar de la hazaña por dos aspectos sutiles: uno, Pombo escribe novelas con lentitud y desde Contra natura sólo ha transcurrido un año; y dos, Pombo es el escritor que mejor titula en este país, con permiso de Javier Marías, y esta obra, tanto en su título falso como en el definitivo (El año del gato y La fortuna de Matilda Turpin, respectivamente) no presenta ningún hallazgo del tamaño de El héroe de las mansardas de Mansard, El metro de platino iridiado o Telepena de Celia Cecilia Villalobo. Mucho me temo que estemos de nuevo ante el libro alimenticio que todo escritor consagrado debe idear en algún momento de su vida para pasar los restos con cierta comodidad bancaria. Lo peor de Cela, de Marsé o de Vargas Llosa está en el Planeta.

Es curioso lo que le ocurre a Pombo: siendo un escritor alabado por la crítica, construyendo tramas con personajes terriblemente actuales, diálogos desbordantes de socarronería, sigue siendo un autor poco comentado y supongo que poco leído. No llega al extremo de Javier Tomeo (sobre quien nadie habla pero que publica con religiosa puntualidad en Anagrama su novelitas minimalistas) pero no deja de ser paradigmático. Resurgió hace un año por razones extraliterarias, por el morbo del homosexual declarado que entra con banderilla a desmenuzar el tema y a ventilar armarios, y sin que muchos se dieran cuenta por fin de lo grande que es. La deuda pendiente que muchos tenemos con Herralde (ya lo decía Bolaño, que había crecido con su catálogo y se había nutrido de él) es que nos haya presentado a unos cuantos Pombos y que el goce sea nuestro. Es por ello que algo me duele también la cornamenta, aunque me imagino que todo estaba medio pactado y que volverá al redil de Narrativas Hispánicas: quién va a imaginárselo bajo el sello de Planeta, más allá del premio.

Todavía no sé si leeré este libro, reitero mis prevenciones: en diciembre, cuando lo pueda palpar realmente y haya tenido tiempo de atender opiniones de amigos (los que por aquí dejan sus huellas, esos visitantes ocasionales y entrañables) decidiré, y para eso quedan otros libros en el camino.

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El retraso es mío, señor Thays, no se preocupe.

jueves, 12 de octubre de 2006

Pamuk en los laureles


La generación de Javier Marías ya gana premios Nobel, así que la cosa está al caer. Orhan Pamuk hizo buenos la mayoría de los pronósticos y se embolsó el millón y pico de euros que le corresponden como ganador. Es reveladora la introducción que Rosa Montero hizo de su entrevista con el autor en EPS, hace pocas semanas: "He aquí un hombre que, con bastante probabilidad, ganará el Nobel de Literatura en los próximos años". Era cuestión de días.

En esa entrevista, ahora recuperada desde la página principal de la web de El País, aparece Pamuk desde el principio como un quisquilloso interrogado, hasta el punto de que sus precauciones acaban siendo divertidas. "Ese es su problema, usted sabrá qué quiere preguntar...", le espeta a la Montero, cuando previamente ha querido saber hasta el tipo de papel en que se imprime EPS. Y la entrevista deriva hacia aspectos políticos, que son los que al fin y al cabo le han aupado hasta el suplemento dominical, y los que también le han posibilitado ganar un Nobel. El futuro ya no es lo que era, y el Nobel tampoco: ya no basta con escribir bien, hay que intentar ser, pongamos, un puente cultural entre Oriente y Occidente, ahí es nada. La Frase, que colecciono como mariposas ensartadas en agujas, lo expresa bien claro este año:

La búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal ha descubierto nuevos símbolos para el choque y el entrelazamiento entre las culturas.

Pero me imagino que las entrevistas a escritores, y lo digo desde mi tierna inocencia, deben servir para instigar la lectura de sus libros. Hay al menos una frase ahí que pudiera ser la espoleta por la que algunos huyéramos corriendo a la librería si tuviéramos acaso librerías cercanas con Pamuks. Dice:

"Y para poder sacar esa esencia común a la superficie, hay que escribir más allá de las ideas comunitarias, hay que escribir libre de ellas, desde el sentido básico y universal de lo humano. Y hacer esto no es muy común. De ahí la soledad del escritor, no porque seas un individuo especial y único, sino porque tienes que esforzarte en escribir desde fuera de las miradas limitadoras de las diversas ideologías comunitarias."

Es ciertamente bella esa idea del escritor situado por encima de lo "comunitario", empeñado en escudriñar en lo inefable, en ese sentido universal de lo humano. De hecho, dudo de que una buena novela pueda estar anclada en las corrientes de pensamiento comunes, y no hay otra posibilidad para crear obras perdurables que centrar la mirada en el ser humano. Una frase así, tan fácil de leer, no aguntaría en los labios de muchos escribas contemporáneos.

Pese a lo previsible, otro día más en que la literatura ocupa portadas de prensa.

martes, 10 de octubre de 2006

Silencio en la senda

Parece que todo fue cumplir un año y las dificultades para actualizar la página se multiplicaron. La primera no es broma, y la conté por aquí: creo vivir en el único país de Latinoamérica en el que la generación de energía no satisface la demanda de los consumidores, lo que obliga a cortes diarios de dos, cuatro o hasta ocho horas de luz. Este es ya un país a oscuras, en el más estricto sentido de la palabra. No hay duda de que es mucho más grave verse obligado a tirar la carne de res a la basura que mantener al día un blog, pero todo duele. Máxime cuando hay paseantes que todavía vienen de vez en cuando y encuentran los márgenes de la senda con maleza, sin nadie que los limpie del olvido.

Pero esta no es la única excusa: quizá la verdadera dependa de una preposición, así de simple. Vivir para la literatura es una maravilla, pero no llena estómagos: y vivir de ella no está al alcance de mis posibilidades, siquiera de mis própósitos. Así que me conformo últimamente con leer y releer, y no puedo hacer partícipe a nadie de mis desvelos: pero algo de optmismo debe quedar en el hecho de no tirar la persiana, y mantener el lugar abierto. Quizá se recupere la calma algún día, vuelvan las ovejas al redil, el tiempo se expanda y yo recupere mi pulso. Quién sabe.

De todas maneras, paseo por internet a trompicones y alcanzo a ver la lista de los diez mejores libros de los últimos diez años, en Letralia. Sin tiempo ni luz para analizar nada, ahí van estos exabruptos prescindibles:

1. Los detectives salvajes: Tanto da que sea el primero o el segundo, visto lo que viene después. La novela mexicana por excelencia de final de siglo. En sólo diez años, un clásico. Se leerá cuando pasen otros siglos.

2. 2666: Por ella voté, quizá por lo simbólico: póstuma, inacabada, desbordante. Estos tres adjetivos apuntan hacia una literatura nueva, alejada del formalismo más estricto y abierta a la torrencialidad, aun cuando el escritor se quede a medio camino en el empeño. La ironía definitiva: la mejor novela no está terminada ni revisada, y por tanto todavía está por escribir.

3. La fiesta del chivo: Justamente el envés de la novela anterior: el crítico excelso construye su obra con arquitrabes, rosetones y muros de mampostería. Otra obra maestra del género de la novela dictatorial. Quizá la mejor de Vargas Llosa desde la Catedral.

4. Soldados de Salamina: Cercas es un tipo listo, muy listo. Un juego travieso con la memoria histórica, con nuestro pasado guerrero, un atinado apunte sobre la literatura como forma de recrear la verdad y la mentira de nuestras vidas. Una ficción de lo más real, a flor de piel.

5. Delirio: Sin tiempo para navegar por lo banal.

6. Historia universal de la destrucción de los libros: El titulo es mas largo que el comentario.

7. La sombra del viento: Lo más excepcional es que a estas alturas de la historia alguien siga considerando que este es un libro, no ya destacado, sino legible. Pirotecnia y fuegos de artificio, malabarismo, magia potagia, palabrería, humaredas perdidas, neblinas estampadas.

8. Tu rostro mañana: Un octavo lugar inmerecido para una trilogía escandalosamente buena. Es imposible que no acabe siendo lo mejor de Marías, aquello por lo que debe ser recordado y que pasado mañana le servirá para ganar el Nobel.

9. Sefarad: Indigesto como pocos, y lo más amanerado de Muñoz Molina. Ni unos pocos destellos logran salvar una mezcolanza aburridísima, que pretende mucho y nada logra. Incluso Plenilunio es mejor, que ya es decir.

10. Travesuras de la niña mala: La dudosa afición por considerar bueno lo último de lo último. Dentro de diez años diré qué me pareció.