viernes, 31 de agosto de 2007

Atonement en imágenes

Yo he venido aquí para hablar de esta película, porque del libro ya hablé en su día:



Hacía mucho tiempo que quería ver a esta chica saliendo de la fuente después de darse un chapuzón iconoclasta. Quizá mi lectura de Expiación se convertirá con el tiempo, a medida que pasen los años y las lecturas, en una fuente en medio de un jardín y una mujer saliendo de ella con un McGuffin en la mano. Todavía tiemblo con esa escena, con la precisión de McEwan al contar los gestos y las miradas de dos personajes ante sí mismos, creciéndose ante sus propios sentimientos. Algún día alguien tenía que agarrar una cámara y filmar: un cuerpo desnudo saliendo del agua, una mirada incrédula ante el desparpajo. Lástima que el zoom no llegue hasta el lector que lee la escena: hubiera sido un guiño genial descubrirnos extasiados ante lo que la literatura puede destilar a veces, sólo a veces, como el amor.

Pero ay: a vuelapluma y con urgencia repaso algunas críticas que ya están llegando a través de la red, y desde El País nos llega un apunte de Enric González (¡cuánto añoro cada vez que busco críticas cinematográficas a Fernández-Santos!) que nos alerta sobre un resultado final de altibajos. Ya veo que será casi imposible en adelante disgregar novela y película, según el primer párrafo de la crítica:

Es difícil encontrarle defectos a Expiación, una espléndida novela de Ian McEwan. Pero resulta bastante fácil encontrárselos a la película, basada en el libro, que abrió ayer la Mostra de Venecia. Expiación no es una mala película, ni mucho menos. Junto a los defectos (una secuencia bélica risible, unas deplorables imágenes finales, algún instante de cursilería), ofrece tensión narrativa, un montaje de calidad y, sobre todo, una historia potentísima.

Ante una película inglesa yo siempre temo que parezca una película inglesa, no sé si me explico. Y Expiación (confío, como Enric, que ese será el título definitivo en español) tiene todas las trazas de ir por ese camino. Más allá de la fuente, el trailer ejemplifica lo que el cine británico tiene de bueno y de malo: frente a una quality muy de marca hay unos difuminados algo insulsos, unos esplendores en la hierba que obligan a fruncir el ceño al espectador y a pensar "esta hierba se ha mantenido así durante decenios", como quien espera ver por fin el rastro de un envoltorio de chicle entre el verde. Pero bueno:

Entre las muchas banalidades que suelen escucharse a la salida de un cine, una destaca por su inanidad: "Me gustó más la novela". En esta ocasión, nadie que haya leído a McEwan y vea la película será capaz de callársela. El director, Joe Wright, y el guionista, Christopher Hampton, pueden alegar atenuantes legítimos. La novela en cuestión es un artefacto literario de gran complejidad y numerosas opciones de lectura, la más profunda de las cuales explora la relación del autor, un dios menor e inseguro, con sus indefensos personajes. Esas sutilezas se resisten a trasladarse a una pantalla. El propio Wright reconoció, tras la proyección, que le había costado mucho adaptar una obra tan densa y que, finalmente, había tratado de ser "fiel a las sensaciones", más que al relato en sí.

Ahí está: son las sensaciones (del lector, añado) las que me dan ánimo y que confío ver reflejadas sobre la pantalla. Yo tampoco sé cómo se pueden reflejar en unas imágenes las complejidades del juego autor + narrador + personaje que narra + personaje narrado, más los otros dioses y diosecitos que me dejo en el tintero. Probablemente sea imposible y con esa convicción voy a ir yo al cine, cuando Atonement llegue a mí. Lástima que la escena bélica reciba un varapalo serio:

Los figurantes se mueven como en un escenario de opereta, forzados a sincronizarse porque a Wright le apeteció sacar la cámara de paseo y embarcarse en un travelling torpe y perfectamente prescindible. La mirada de un pingüino contiene más horror bélico que ese fragmento de la película.

Recordemos que el libro se divide en tres partes y la mía es la primera, aun cuando posiblemente la segunda sea una de las mejores guerras que yo he visto escritas. Pero estoy tranquilo:

Joe Wright (...) consigue por el contrario que la primera parte del filme, la que culmina con la falsa acusación, funcione con extrema precisión.

Ya los fotogramas hablaron y el respeto que antecede a ver las caras de quienes compartieron conmigo horas de placer no es menor que el del lector que sabe que, en poco tiempo, también playa Chesil estará a su alcance.

martes, 28 de agosto de 2007

Umbral


Yo no he leído demasiado a Paco, pero siento que a esta hora algo hay que decir sobre él. Quizá se trata de eso: uno puede ser más o menos leído, pero a la hora de la verdad lo que cuenta es que se acuerden de ti. Es más: yo no he leído Mortal y rosa, que según parece es el referente inexcusable y el libro que a esta hora todos los obituarios sacan a relucir. Pero para mí Umbral era un excelente columnista, por encima de todo. ¡Y qué difícil es serlo, como si eso fuera a ser alguna merma en la consideración de este escritor! Ahora miro alrededor y ya casi no encuentro columnistas de raza, hechos para el apunte diario y absolutamente originales en su prosa, necesarios cada mañana aunque ese día se hayan levantado con el otro pie. Desaparecidos ya Vázquez Montalbán y Haro Tecglen, intuyo que el adiós de Umbral es un punto y final a un estilo generacional formado a partir de las redacciones de los periódicos, de la velocidad de la pluma, de la frase exacta y puntiaguda. Después llegaron las excentricidades de Elvira Lindo o la precisión literaria de Millás, pero siento que ya no es lo mismo.

Sí recuerdo ahora con cierta sonrisa el diccionario de literatura que se sacó de la manga como encargo de Planeta (uno de esos encargos raros por lo interesante que resultaba), y cómo estableció el término angloaburrido para el mejor prosista que ha dado este país en los últimos dos decenios. Sus pullas le dieron el aura de incorregible, y quizá por eso también Umbral ha pasado a ser necesario: yo siento un cierto apego por los provocadores, ni que sea porque remueven de vez en cuando las aguas mansas de este país hispanoaburridísimo, aun cuando no compartiera en el fondo casi ninguna de sus críticas mordaces.

No voy a ir directo hacia nunguna librería para ponerme al día sobre su prosa. Me bastaban sus párrafos diarios, primero en El País y después en El Mundo, para empaparme de un lenguaje innovador a la vez que arcaizante, y que supongo fue decisivo para que le acabaran dando el Cervantes. Tampoco es que fuera corriendo cada mañana a por El Mundo porque ese no es mi mundo, pero ahí está la red para solventar urgencias inmediatas. Me quedo, pues, con sus antañazos, sus cuandoentonces y sus jais, con su bufanda al cuello y su impentitente pose de imposible vacilón. Me quedo con eso y ya.

sábado, 25 de agosto de 2007

La moral al descubierto

Les comprendo, están ustedes de vacaciones. Nadie ha querido o podido responder al test de la moral a día de hoy, con lo cual me pongo a la tarea de dar resultados en abstracto, extraídos directamente del libro de Dawkins.

Las situaciones descritas en el anterior post presentaban casos más o menos realistas de actitudes humanas frente a opciones extremas. La vida cotidiana está llena de ellas, aunque no sean tan brutales: a cada momento debemos estar decidiendo (sí o no) entre dos caminos, dos posibilidades, sin poder optar por vías intermedias. Pero en los casos presentados nuestro sentido moral protagoniza la elección, por cuanto optar por una u otra posibilidad demuestra una toma de partido y, por lo tanto, un posicionamiento ante la vida y ante los demás.

El primer caso, que puede parecer ridículo, es un primer peldaño de la escalera: según los datos recogidos por Hauser, el 97% de quienes respondieron la pregunta optaron por salvar la vida del niño a costa de sus pantalones. Lo increíble, según se encarga de señalar Dawkins, es que un 3% prefiera salvar los pantalones, aunque no deja de ser un porcentaje estadísticamente irrelevante: está claro que de una manera general, cualquier ser humano (ateo o religioso) se lanzará al agua.

El segundo caso puede parecer más complejo, pero la estadística es de nuevo abrumadora: el 90% desviará el vagón, matando a uno para salvar a cinco. Pero nuestra moral comienza a temblar cuando el sujeto que se halla atrapado en la vía secundaria deja de ser un ser anónimo y pasa a ser alguien relevante y conocido, por ejemplo un escritor venerado en la senda como Marías. Pero cambien el nombre por Fleming o Beethoven, personas que hayan hecho aportes significativos al desarrollo de la humanidad. Y estoy convencido que el resultado se invertiría si la persona atrapado ya fuera alguien de nuestra familia: aunque este aspecto no aparezca en El espejismo de Dios, reconzco un factor moral de tipo genético que nos obliga a proteger a los miemboros de nuestra estirpe por encima de los demás seres, y por ello casi cualquiera preferiría que murieran cinco o más personas ajenas que su propio padre o hermana. La cuestión puede alargarse de manera perversa para saber hasta dónde sería moralmente aceptable desviar el vagón: ¿un amigo íntimo sobreviviría frente a los cinco? ¿y un amigo más lejano, o un tipo que fue un íntimo timepo atrás pero del cual hemos perdido ya la pista, y por tanto su significado en nuestra vida actual ya es mínimo?

Rizando el rizo, podríamos considerar que en el grupo de los cinco se halla (entre otros cuatro individuos anónimos) una persona que nos hizo daño en su momento, un enemigo. ¿Sacrificaríamos la vida de cuatro para saciar nuestro instinto de devolver el daño sufrido? Todas estas consideraciones, por muy juguetonas que puedan parecer sobre un papel, crean un cierto estado de desasosiego en quienes pensamos en ellas, prueba de que hay un sustrato genético muy definido que reacciona ante cualquiera de estas situaciones.

El cuarto caso presenta una diferencia fundamental que sin duda modificaría de manera contundente la estadística (Hauser no ofrece datos), y la explicación es de gran interés; como explica Dawkins, hay unas raíces kantianas en ella:

"La intuición que compartimos la mayoría de nosotros es que un espectador inocente no debería ser arrastrado repentinamente a una mala situación y ser utilizado para el bien de otros sin su consentimiento. Immanuel Kant articuló estupendamente el principio de que un ser racional nunca debería utilizarse como un medio no consentido para alcanzar un fin, incluso si el fin es en beneficio de otros"

Esta es la diferencia entre el cuarto caso y el segundo, en el cual la persona atrapada no está siendo utilizada para salvar la vida de los otros cinco, sino que sólo tiene la mala suerte de estar en el lugar y el momento equivocados (según Dawkins "es el lateral el que se está utilizando", o sea la vía secundaria). Para tener una conciencia más clara de este asunto, el quinto caso ejemplifica la misma idea con una imagen más precisa: el 97% de los encuestados respondieron que está moralmente prohibido aprovecharse de una persona sana para obtener sus órganos y así salvar a cinco pacientes (sin saber que son unos kantianos de tomo y lomo).

En definitiva, la conclusión del estudio es que no hay diferencias significativas entre religiosos y ateos al responder a las preguntas, y no existe una bondad cristiana superior a la que pueda experimentar un no creyente. El estudio también se realizó entre indígenas kuna de Panamá, adaptando las preguntas a su entorno cotidiano (vagones por cocodrilos) y de nuevo las respuestas fueron similares, estableciéndose juicios morales iguales a los nuestros. Saquen ustedes sus propias conclusiones antes de darse un nuevo chapuzón en las playas de Benidorm.

lunes, 20 de agosto de 2007

El test de la moral

El sexto capítulo de El espejismo de Dios presenta un estudio de caso sobre las raíces de la moralidad, extraído y resumido de una obra del biólogo Marc Hauser. Es uno de los momentos mágicos del ensayo, porque llegar a este punto no ha sido baladí: Dawkins se ha empeñado con bastante precisión en demostrar que el pensamiento religioso, y ahora la moral, hunden sus raíces en la genética y en la teoría de la evolución. Me parece que los argumentos expuestos son suficientes, aunque la teorización del hecho pueda parecer algo compleja: lo es por cuanto se habla de propuestas innovadoras que podrían propagarse desde las páginas de Science o de Nature, y desde este blog no voy a abundar para nada en ello por no ser el lugar adecuado para largas disquisiciones científicas.

Sí voy, en cambio, a hacerme eco de los ejemplos de Hauser, que a todo lector le pueden causar cierto interés. Aunque aquí no pueda permitirme hacer ninguna prueba estadística (las 70 u 80 visitas diarias al blog no van a tomarse la molestia de responder al test, y les comprendo), sí lanzo el envite para aquellos que quieran perder cinco minutos en leer y dejar su huella. Prometo, si hay varias respuestas, sacar cuentas y compararlas en otro post con los resultados ofrecidos por Hauser en tres de los casos siguientes.

La cuestión es fácil: los ejemplos se basan en escenas que hay que tomar como reales y cuyas únicas respuestas pueden ser sí o no. No hay que elucubrar sobre posibles terceras vías, ya que hay que tomar una decisión drástica en cada caso. La enumeración tiene algunos ajustes propios, y no me baso estrictamente en un test modelo, sino que propongo las cuestiones según me interesa a mí, aunque a partir de la lógica de Hauser. Veamos:

1. Ves a un niño que se está ahogando en un estanque y no hay otra ayuda a la vista. Puedes salvar al niño lanzándote al agua, pero tus pantalones se destrozarán en el proceso. ¿Ayudarás al niño?

2. Eres un guardagujas de una vía de tren. Del Sur viene un pequeño vagón descontrolado, y hacia el Norte hay cinco personas atrapadas en la misma vía sin posible escapatoria. Tienes la posibilidad de mover una palanca que te permitirá desviar el vagón a una vía secundaria antes del choque mortal, pero resulta que en esa misma vía hay otro hombre atrapado. ¿Modificarás la trayectoria del vagón (es decir, salvando a cinco y matando a uno)?

3. La situación es la misma que en el punto 2, pero sabes a ciencia cierta que la persona atrapada en la vía secundaria es Javier Marías. ¿Modificarás ahora la trayectoria del vagón?

4. Eres de nuevo un guardagujas. Hay una única vía, un vagón descontrolado y cinco personas atrapadas en esa vía. Pero en esta ocasión hay un puente por encima, al borde del cual hay un señor sentado, tremendamente obeso y fuerte, mirando la puesta de sol. Sabes que si empujas al hombre al paso del vagón, su corpulencia logrará detenerlo (y hacerlo trizas a un tiempo). ¿Empujarás al hombre para salvar la vida de los otros cinco?

5. Cinco personas están en un hospital esperando un trasplante de un órgano distinto cada uno. Se están muriendo porque no hay ningún donante disponible. En la sala de espera hay un hombre sano, y el cirujano se da cuenta de que sus cinco órganos están en buen funcionamiento y son adecuados para el trasplante. ¿Es moralmente permisible matar al hombre sano para salvar a los otros cinco?

Como decía, las personas que quieran contestar a estas cinco cuestiones pueden dejar su huella en la senda y a posteriori comentaré también las implicaciones morales que hay detrás, que ya fueron tan bien descritas mucho antes por Kant. Detrás de todo ello está el intento de Dawkins por demostrar que la moral es un aspecto con el que ya nacemos, absolutamente desligado de la religión.

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Nos lo hizo saber Magda en una huella y ya está colgado también en la web no oficial de Javier Marías: encuentro por todo lo alto con sabor latinoamericano.

viernes, 17 de agosto de 2007

Una novela empantanada

Más allá de las 200 páginas de Este libro te salvará la vida, o sea con poco más de medio libro leído, ya queda claro que A.M. Homes ha optado por una historia de una pretensión que jamás alcanzará su destino. Me explico y, más aún, sin puntos: la moraleja a la que se quiere llegar, y que conforma la guía de la novela, es evidente: les voy a contar la historia de un hombre rico americano, de mediana edad, divorciado y con mucho ocio por delante, al que se le empiezan a torcer las cosas, pero de una manera soslayada, como quien no quiere la cosa, nada de grandes tragedias ni de escenas espeluznantes, todo debe ser digerido como un lento hundimiento en las raíces de la mediocridad, un ser humano que se va dando cuenta de su condición de hombre banal, que no tiene objetivos claros y que vive de la fruslería, de los alimentos orgánicos que toma de desayuno y que sólo habla con su dietista, un ser que pasa por el mundo sin alzar la voz, sin machacar a nadie, sin inventiva, sin sexo, sin vitalidad.

Dejénme respirar aquí (.) Imagínense todo eso, pues, y piensen en una novela de 400 páginas que les vaya a contar tamaña historia con parsimonia, con una cierta delectación en la nimiedad. El cúmulo de anécdotas sin interés es altísimo, y probablemente la gracia resida en seguir acumulando sin parar, hasta llegar a la conclusión (el lector siempre concluye, es inteligente) de que gracias a ese montón de donuts zampados, idas y venidas al médico o a un retiro de silencio, y a una mujer (¡todavía menos interesante que nuestro Richard Novak, faltaría más!) encontrada en el supermercado, el mundo es una porquería.

No deja de ser curioso el método, que se me ocurre pueda tener un mismo resultado por dos caminos distintos como mínimo: uno, decir que el mundo es una porquería, si quieren en un par de páginas; y dos, describir un listado de porquerías para que lleguemos a la conclusión de que todo lo que nos rodea lo es. En este último caso habremos perdido unas cuantas horas en reconocerlo, conociendo a unos personajes de quien nunca más desearemos saber nada. Ah, la gran comparativa que ya anuncié en otro post: mientras que McEwan en Sábado sí traza las venas de un hombre complejo en su medianía (he ahí la gran dificultad que todo gran escritor debe solventar) y de quién quisiéramos saber qué hace el domingo subsiguiente, Homes logra que odiemos a Richard, la vida de Richard, la novela de Richard e incluso a la autora que lo parió. No niego que esto pueda ser difícil, yo nunca me he puesto a la tarea y quizá tenga su mérito.

Si yo fuera de los que dejan un libro a la mitad, quizá éste sería un buen candidato. Pero quiero llegar al final, siquiera sea para contarlo. De hecho hay una escena sorprendente bordeando la página 200 que parece romper el esquema previo y presentar de una manera directa al protagonista como un héroe anónimo, pero la cena posterior que se describe vuelve a dejarnos en el sopor mefítico.

Ya lo dice claramente la página 163: Richard le pregunta a Anhil, el donutero simpático:

-¿Adónde quiere ir a parar?

Y le contesta el otro:

-Está empantanado.

Como quien habla, en fin, de la novela que lo acoge.

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Los 20.000 libros de Javier Marías y su orden cronológico me están haciendo repensar mi orden alfabético.

jueves, 9 de agosto de 2007

De Tintín a Cardenal

Deben ser las cosas de agosto. Creo que las llaman serpientes: noticias que se cuelan en los periódicos en temporada baja, cuando los protagonistas del mundo deciden hacer una parada (ya en Marivent, ya en Oropesa) y dejan el devenir de los días en manos de aficionados durante tres o cuatro semanas. ¡Y eso que en Nicaragua, por no decir América, no hay vacaciones en estas fechas! Pero el contagio es global, y este dengue melancólico del periodismo se cuela en cualquier periódico al uso.

Acabo de leer en un par de días dos textos (una columna de opinión y un breve artículo) que responden a esta lógica, aun cuando sus autores o actores interesados crean que lo hacen todo muy en serio, ya sea escribir o actuar. El relumbrón del foco les destaca por unos instantes agostinos, antes de que septiembre vuelva a colocar a cada cual en su lugar de origen, o sea en el más completo anonimato.

Explicaba un artículo leído en El País el pasado día 9 que un tal Mbutu Mondondo (lo exótico como atracción inmisericorde, el binomio calor-trópico como gastado recurso veraniego) ha demandado a la sociedad que posee los derechos de Hergé por un libro. Se trata del cómic Tintín en el Congo, ahora fuente del más incorrecto racismo y por tanto merecedor de ser quemado en la hoguera. Ciertamente, no voy a ser yo el que niegue que desde un punto de vista de corrección política, Tintín en el Congo pertenece a una visión colonialista de la invasión belga de ese país, y las frases pronunciadas por los negros allí dibujados o por el propio perro de Tintín ("Venga, pandilla de perezosos, a trabajar") describen el pensar de determinado sector social europeo de aquella época. Hasta aquí nada que objetar.

Pero resulta, una vez más, que el acusador ha pasado por alto una leve circunstancia que altera de manera absoluta sus planes, a no ser que tenga la suerte de toparse con un juez como el del caso Benítez-Gámez, que vive en una realidad virtual: Mbutu no ha querido enterarse de que Tintín en el Congo es una obra de ficción, y de que extrapolar las palabras de Milú al propio Hergé (o sea, que lo que dijo el perro es lo que piensa el autor y de rebote todo Moulinsart entero) es un ejercicio vacuo y sin sentido alguno. Pero es lo que piensan muchos malos lectores: que el autor es un trasunto de los protagonistas de sus obras o viceversa (aquí el orden de los factores ya no altera el resultado), y que los escritores pueden ser acusados por lo que dijeron o hicieron sus personajes.

Es inaudito que a estas alturas todavía haya que recordar reglas elementales de la narratividad. Yo crecí, como tantos, leyendo tintines, y creo que no me he convertido en ningún colonizador, por mucho que resida en una antigua colonia española: y es que si uno empieza a leer desde muy joven va captando que el mundo de los libros es uno, y que el mundo de los Mbutu es otro bien distinto, y que así como cerramos un volumen y a otra cosa mariposa, Mbutu debería darse al oficio contrario: volver a abrir el libro y olvidarse, sólo por esos instantes, de que hay negros que, esos sí, sufren la abominable persecución en el mundo real por ser como son.

La otra información leída, ahora una columna de opinión, se publicó en el diario nicaragüense La Prensa el día 7. Un tal Lacayo arremete contra la candidatura a Premio Nobel del escritor Ernesto Cardenal, presentada como rigen los cánones por la Academia de la Lengua del país y con el auspicio de otros destacados poetas y narradores. Es agosto, y sólo por este motivo me permito transcribir aquí debajo la evacuación de palabras que un tal señor se permite en un día soleado (y de otros que le ceden espacio para ello):

"Cardenal no merece el Premio Nóbel de Literatura. Su obra no ha sido para beneficio de la humanidad. Este vano poeta merece la condena perpetua de colgar en su cuello la imagen de la amonestación que recibió del Santo Papa Juan Pablo II, por mezclar la religión con la inhumana y genocida revolución sandinista."

Más allá de la unanimidad que suele congregar toda candidatura en un país (yo me alegré por Cela, aun cuando mi apuesta siempre hubiera sido por Torrente-Ballester), es exigible un mínimo de coherencia a quien reclama que un autor no sea premiado por su obra. Lacayo juzaga a Cardenal por su vida, por su militancia, por su cristianismo, pero es incapaz de aportar un solo dato para que el corpus poético de Cardenal pueda ser tildado de vano. Pero resulta que el Nóbel de literatura premia la obra del autor, y es posible y me temo que lo que a Lacayo le subleva es que a Cardenal no le hayan nobelizado para el de la Paz: entonces sí sus vanas palabras adquirirían todo su sentido aunque no las compartiésemos. Dice: "Lo que se debe de condenar es su perversión como cristiano y como político." Es la misma perversión de los articulistas que opinan sobre lo que no conocen.

miércoles, 8 de agosto de 2007

El caso Benítez - Gámez

He seguido con mirada circunspecta un nuevo capítulo de lo que podríamos llamar "La verdad de las mentiras", en expresión vargasllosiana, o "Mentiras verdaderas", según el título del ensayo de Sergio Ramírez. Ya toqué el asunto ampliamente cuando se discutió el tema a propósito de Javier Cercas y del fino tejido de gasa que separa sus Soldados de Salamina de la Historia en mayúsculas. Hubo opiniones para todos los gustos: desde los defensores de la nueva novela como ejercicio que rompe géneros hasta los periodistas celosos de su parcela que acusan a los ficcionarios de meterse donde no les llaman.

Ahora nos llega la sentencia de un juez, de la que también se hace eco Arcadi Espada, que obliga a pagar 6.000 euros a Luis Alfonso Gámez en favor del escritor J.J. Benítez por vulnerar su honor. Gámez se encargó de exponer las mentiras contenidas en una producción televisiva del susodicho (hubiera servido igual si las hubiera exprimido de alguno de sus libros) y ahora el juez dice sin decirlo que se puede mentir y encima cobrar por ello. Los novelistas saben mucho del tema, claro, porque viven de eso: con la diferencia (ay, lo sutil) de que pactan con el lector previamente que las mentiras que el uno cuenta, el otro las recibe como tales y, después de arremolinarse bajo las sábanas, consigue tener dulces sueños. Ah, la verdad de las mentiras: desde que las facuces de los lobos se comían a las abuelitas, ¡cuánto camino hemos recorrido, página a página!

Pero Benítez escribe pretendidos ensayos, y ahí tenemos la trampa. Y nada de esto funcionaría si el nivel de credulidad de la humanidad no fuera el que es, porque si somos capaces de llegar a pensar que estamos aquí gracias a un Dios, de qué no seremos capaces. Por ejemplo, de ver este vídeo y de repensar nuestro concepto de la historia. Siempre es mucho más satisfactorio para nuestro ego creer en conspiraciones que en aburridos despertadores sonando implacables a las 7 de la mañana. Pero la respuesta de Benítez es de un desparpajo solemne:

"En esas imágenes, si no recuerdo mal, se decía Imágenes inéditas. ¿Qué significa eso? Imágenes que no se han editado, que no se han publicado, que no son conocidas. Al final del documental venían los créditos, y estaba toda la gente que había participado en la grabación. Lo que a la gente le llama la atención y le preocupa es si ese documental era o no verdad”

Eso: la gente se preocupa de cosas nimias (saber si algo es o no es verdad), cuando lo evidente para el ufólogo sería que nos preocupáramos de digerir el video sin pensar, captando secuencias de imágenes como quien come cortezas de cerdo. Pero resulta que de los miles y miles que ya han visto el vídeo por YouTube, una parte (infinitesimal, si quieren, me sirve igual) ha puesto en duda su convicción previa de que la Luna es un polvazal sin bares ni restaurantes, y ya ha visto la luz mediante edificios erigidos por quién sabe qué lejanas civilizaciones. La historia no es como nos la contaron.

En este blog, a parte de la solidaridad obvia hacia el acusado, me interesa poner de relieve cómo el propio Poder Judicial puede llegar a pasar por alto que lo importante, precisamente, es si lo que ofrece el documental (y por tanto, las aportaciones posteriores de Gámez) es cierto o no. Si no lo es, y hay métodos científicos para saberlo, las palabras de Gámez pasan a ser relevantes y verdaderas. Pero parece que acusar de mentiroso al mentiroso es una vulneración al honor, especialmente cuando el autor mismo subraya que la obra que expone está basada en trucos o en simulaciones de ordenador (y añade, quisquilloso: ¿y a quién le importa eso? Hombre, por lo pronto imagino que a los nueve millones de lectores de su saga troyana, pongamos).

Si esta es la vía, no me extrañaría que cualquier día se acuse a un novelista de mentiroso y el juez de turno redacte una sentencia milimétricamente opuesta: ¿conque usted dice que Miralles está en un asilo de Dijon y que encima chochea? Pues a pagar los seis mil, Cercas!

martes, 7 de agosto de 2007

Nancites 11

Los nancites van creciendo en mi traspatio, madurando y amenazando con su olor pringoso. Pequeños frutos amarillos como estos retazos que, cuando no hay tiempo que perder, nutren la senda de chispeos fugaces.

1. Acabo de leer un viejo texto (no tanto: es de 2005) de George Steiner, que publicó la revista Letra Internacional bajo el título "Rabia a los libros". Excelente, si se me permite usar tan rotundo adjetivo. Es una mirada sentimental, bastante pesimista a mi parecer, sobre el futuro del libro como objeto y sobre la libertad de expresión. Concluye Steiner que el acto de leer (la lectura como hombre-con-alpargatas-sentado-en-un-sillón) se circunscribirá cada vez más a un acto privado bastante raro, y en todo caso con un olor como de vino añejo. Las nuevas generaciones ya no leen en silencio, como dice una encuesta: el 80% de los adolescentes norteamericanos necesitan música de fondo para estudiar. También internet, y eso ya no sé si lo dice Steiner o lo digo yo, ha servido para elaborar tesis y trabajos de fin de curso desde casa, sin tener que ir a la tediosa biblioteca a consultar tomos. También existe una editorial, Penguin si mal no recuerdo, que edita libros sin aparato de notas porque se pueden consultar directamente en la red. Cada dos por tres aparecen debates sobre el fin del libro, pero que Steiner lance la voz de alarma me intresa más: quizá porque su visión de Europa, como la de Magris, siempre da en el clavo, y uno piensa si también ahora.

2. Iván Thays expresa exactamente lo mismo, casi de manera literal, que lo que escribió Justo Serna hace unos meses en su blog: "Me había jurado no leer más otro libro de Juan Manuel de Prada. Cada uno que leía suyo iba decepcionándome más y más hasta terminar sin concluír la lectura del último, La vida invisible, pese al interés que me despertó su contratapa. Sin embargo, heme aquí esperando que mi querido Sergio se anime a traer a Lima El séptimo velo, la novela de Juan Manuel de Prada que ganó el último Seix Barral."

3.
Sepan que mi excitación por ver Atonement va en aumento, y no hay día en que no repase un fotograma o una nota de prensa. Espero mucho de esta película, casi tanto como lo que me dio la novela, y es que McEwan ordenó todos los elementos para que el cine pudiera lucirse, llegado el momento. ¡Es su turno, Mr. Wright!

4. ¿Rentrée, dicen? Ahi va: Don DeLillo, Kenzaburo Oé, Enrique Vila-Matas, Claudio Magris, Jonathan Littell, Roberto Calasso, Imre Kertész, Paul Auster y, claro, Javier Marías. Es sólo un primer listado escueto, pero hay mucha sustancia e interés, aunque para la gente que como yo no hacemos vacaciones en agosto, lo de la rentrée ya huele sólo a marca de perfume.