viernes, 26 de octubre de 2007

La mujer de Huguenin 5: El simio pálido

Tras una desconcertante cita de Aristófanes, Shiel nos vuelve a someter a los influjos de una historia armada con los elementos clásicos del misterio: la mansión de múltiples habitaciones aislada en medio del campo, los extraños ruidos nocturnos que nos impiden el sueño y el monstruo que se intuye durante la trama y que al final irrumpe en el desenlace. Casi como otro guiño hacia los cuentos de Poe, el monstruo aquí es un gorila.

Estos cuentos pre-cinematográficos (el presente se publicó por primera vez en 1911) son un claro precedente de las influencias que luego tendrían tantos directores de serie B. De hecho, son la fuente de la que bebieron tipos como Roger Corman, capaces de poner imagen sobre imagen los chirridos y las sombras descritas por Poe en cada una de sus historias. El problema es que el terror que hoy se lee (King, pongamos) se nutre a su vez del cine gore ya visto o de películas con muchos efectos especiales. Si la función es conseguir aterrorizar al lector, de veras que se consigue con estas herramientas: pero el lector del siglo XXI, ya tan escamado y resabido, lee un cuento de Shiel casi como si fuera uno de hadas.

Veamos algún ejemplo concreto: Shiel utiliza la primera persona para ir mostrando el estado de ansiedad de la protagonista, recordando cada paso que dio para que nosotros vivamos con la misma intensidad su azoramiento. Así, sabemos a cada momento tanto como ella sabía entonces, y no conocemos la verdad hasta el último momento, así como la mujer también lo supo al final. Y nos deja frases como esta:

Dos horas después, desperté aterrorizada –no sabría decir por qué, pero tan aterrorizada que me encontré sentada en el lecho.

La idea parece hoy infantil: si ella está aterrorizada (¡y lo sabemos porque lo dice!) el lector debe experimentar ese mismo terror. El efecto se busca no tanto por una descripción misteriosa y que hace remover nuestros más íntimos temores, cuanto porque Shiel explica el estado anímico de ella y supone que eso contagiará al lector. Carlos ríe, ergo el lector reirá con él (¡pero no nos cuentan el chiste que ha hecho que Carlos ría!). Sin duda, la señorita Newnes está en un sin vivir a medida que transcurren las páginas, pero es más que dudoso que nos haga partícipes de él a base de remacharnos el hecho. El cine, tiempo después, sí llevó el efecto a altas cotas de identificación: imposible no contagiarnos del pavor de Tippi Hedren cuando camina hacia la escuela, mientras Hitchcock pone pajarillos en el decorado. Ella tiene miedo, nos dice el maestro, y temblamos.

Por lo demás, el in crescendo de la trama no acaba de lograr el efecto deseado: mientras el gorila subyace a lo largo del cuento sólo podemos preguntarnos cuándo dejará de ser sombra y se convertirá en simio peludo, anticipando unos fuegos de artificio finales nada sorprendentes. Sólo la frase final, que me permito transcribir, es un ejercicio curioso que lleva al extremo lo hasta aquí expuesto, y quizá por ello acaba siendo deliciosa:

Y así murió él, y Huggins Lister, y yo quedé viva.

Y yo quedé viva, nos dice, mientras va quedando viva: ni lo hubiésemos sospechado.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Literatura y economía


No deja de ser curioso, por mucho que el fenómeno se repita año tras año, que las fechas de entrega del premio Nobel y del premio Planeta coincidan en la misma semana. El ejercicio comparativo es aplastante: frente al ascetismo sueco (ese señor plantado frente a un micrófono de pie totalmente huérfano, leyendo La Frase por antonomasia sin parpadear, con el mismo tono con que se anuncia la salida del próximo tren) uno se topa con la fanfarria españolísima, sustantivo bien hallado por la redacción de El País un día antes del veredicto.

El comentario de este año pareciera que no puede ser otro, tal es la perversión de Lara y del jurado: elPlanetavuelvealaliteraturadespuesdePomboyMillás. Perdonen que lo escriba de corrido, pero es que uno se acuesta un 15 de octubre con el apellido del ganador en la cabeza y sabe que la prensa del 16 debe recoger, por la fuerza, esta sentencia como un avemaría fugaz. El Planeta regresa a sus orígenes, se abandona al escritor mediático y se premia de nuevo la buena literatura. No importa que yo no crea nada de esto, la idea se levanta por encima de las mesas de la cena y del humo de los puros habanos y se hace titular. Acaso la pincelada Izaguirre sea precisamente el efecto colateral y necesario del pretendido giro de cintura, lo que hace menos sangriento (económicamente hablando) el cambio.

Precisamente, me entretenía yo leyendo los comentarios que los lectores de El País dejaban en la web, cuando las quinielas incorporaban los apellidos ganadores. Cuando Izaguirre era todavía un posible premio, compitiendo a la misma altura con Millás. Decían los buenistas: ¡cómo se atreven a criticar un libro que todavía no han leído! ¡cuándo aprenderán ustedes que se puede ser animal televisivo y al mismo tiempo buen escritor! Es lo que decían mis profesores de literatura medieval: vayan a la obra y olvídense del autor, pero claro, entonces lo decían frente a un fragmento del Tirant lo Blanch. Los foreros se empeñaban en discusiones literarias cuando aquí (y desde hace una década la evidencia nos empapa) sólo estamos ante un premio empresarial que, como todo lo que huele a billete de banco, debe seguir las reglas determinadas por el mercado.

La novedad es que, desde el pasado año, el mercado dijo que la literatura cotizaba de nuevo más alto que la farándula. Imagino que esta tendencia viene marcada por ciclos, y es posible que en los próximos dos o tres años todavía haya ganadores con un buen currículum en filosofía y letras. Sin duda, el Planeta (y gracias también a la milimétrica espantá de Marsé, que ayudó al requiebro) se encontraba en un callejón sin salida, con tipos y tipas de interés cada vez mas bajo y necesitado de un golpe de timón por parte del empresario Lara. Millás se ha prestado este año al juego y no le reprocharé nada: no porque esté en su derecho (que sí) sino por su clarividencia al aprovechar la situación económica actual: dentro de tres años sus acciones planetarias volverán a estar por los suelos y el negocio se habrá ido a pique.

Por lo demás, no puedo saber por ahora si El mundo será lo peor que haya escrito Millás a lo largo de su trayectoria, como les sucedió a sus predecesores y a sus respectivas bibliografías: Matilda Turpin todavía llora, un año después, por todos los metros de platino iridiado que quedaron atrás.

domingo, 14 de octubre de 2007

Lessing, al fin

El Nobel para Doris Lessing me obliga a hacer dos comentarios algo perversos:

Uno: a la Academia Sueca le encanta romper apuestas y degollar a supuestos favoritos. Precisamente, Lessing fue una candidata casi perpetua en determinado momento, allá por los ochenta, cuando el Nobel lo ganaba todo el mundo menos Lessing (¡Incluso Jaroslav Seifert y Claude Simon!). Cuando ya los apostadores profesionales la habían olvidado y Magris estaba en todo lo alto de las listas, los académicos rebuscan en un recoveco de su memoria y allí (ajá!) encuentran un viejo nombre polvoriento por el que nadie daba ya un euro. 87 años. Ahora o nunca. Y estos académicos tan ingeniosos como siempre.

Dos: no voy a ser yo, imposible lector de Lessing, quien se encargue de rebajar la calidad literaria de su obra. Dejo la tarea para la crítica y los cánones internacionales. Pero ya encontré hace unos años la senda del Nobel, la esencia que hay detrás de un autor ganador: no se trata tanto de una demostrable genialidad literaria cuanto de una actitud ante la vida. Yo sí apuesto lo que sea para que entre todos formemos listas de escritores imprescindibles vivos y veamos cómo no aparece por ningún lado el apellido Lessing. Mucho mejor si las listas son anteriores al 11 de octubre, claro: al carro del éxito se apunta el más listo. Pero en cambio yo recibí la noticia del galardón como la más evidente del mundo, como abrir un diario un 1 de enero y esperar leer las crónicas de cómo se recibió el año nuevo en el planeta. Uno escucha lo de Lessing y se pregunta: pero, ¿cómo? ¿no se lo habían dado ya? Doris Lessing era un perfil exquisito para el Nobel, una escritora casi previa a la existencia del premio, que lo justifica. Una actitud, pues: ante las páginas un rostro, y en él una sonrisa agradecida.

Me quito un año más, pues, el sombrero, y les dejo la frase correspondiente que paso a incluir en mi colección membretada:

"(...) por su capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria"

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¿Realmente soy la única persona a quien el discurso inaugural de Quim Monzó en Frankufrt (por otro lado, excelente cuentista) le pareció un pobre ejercicio escolar, falto de gracia y de originalidad, previsible, tontorrón y sólo apto para los amiguetes?

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Un nuevo y necesario Babelia, al fin

jueves, 4 de octubre de 2007

Perlas en el rostro

1. Una tal Pepa Fernández pretende demostrar, durante la presentación barcelonesa de TRM3, que Javier Marías y Jacobo Deza son la misma persona. Ahora entiendo el sentido del azar, que me retuvo un 2 de octubre en otro continente para frenar mis ansias asesinas contra entrevistadoras infames.

2. No cuadran las matemáticas: si la trilogía se vende a 39 euros, ¿por qué la suma de cada una de las partes por separado (y a la venta también en cualquier librería) llega a más de 60?

3. Cruz, un pozo sin fondo: "sigue pareciendo aquel joven que cuando tenía 19 años publicó su primera novela" (?) "Parece un adolescente todavía" (??) "No se puede uno imaginar las horas y horas y horas de silencio que hay detrás de esta obra" (???). Y no sigo.

4. Una perla en el jardín.

5. El título ya es una entrada enciclopédica, aunque quede mucho por pulir.