lunes, 28 de diciembre de 2009

El triunfo del ensayo

Llega fin de año y una vez más los suplementos literarios nos avasallan con las infaltables listas de éxitos: lo mejor de 2009. Siempre hago parada y fonda en Babelia, ni que sea por tradición y por lo poco que le pueda quedar al suplemento de canon más o menos asumido por todos. Él sigue vendiendo esa pose y acabamos por hacerle un poco de caso.

La lista de los top twenty no pinta nada mal, ¡ya quisiera yo un 6 de enero que me sorprendiera con este medio metro de estantería nada más saltar de la cama! (pero ya se sabe que los padres no existen y que todo es un montaje de los Reyes Magos). Para que no tengan que ir del País a la Senda a golpe de click, aquí despliego el listado completo:

1 Anatomía de un instante. Javier Cercas (Mondadori)
2 La noche de los tiempos. Antonio Muñoz Molina (Seix Barral)
3 Indignación. Philip Roth (Mondadori)
4 Aquí. Wislawa Szymborska (Bartleby)
5 Historia de mi vida. Giacomo Casanova (Atalanta)
6 Sudeste. Haroldo Conti (Bartleby)
7 Un armario lleno de sombras. Antonio Gamoneda (Galaxia Gutenberg/Círculo
de Lectores)
8 Cartas. Emily Dickinson (Lumen)
9 Aquí empieza nuestra historia. Tobias Wolff (Alfaguara)
10 Mitologías de invierno. El emperador de Occidente. Pierre Michon (Alfabia)
11 Poemas de amor. Anne Sexton (Linteo)
12 Los días contados. Miklós Banffy (Libros del Asteroide)
13 Elevación, elegancia y entusiasmo. Francisco Casavella (Galaxia Gutenberg/Círculo
de Lectores)
14 El ruido eterno. Alex Ross (Seix Barral)
15 Mecanismos internos (Ensayos 2000-2005). J. M. Coetzee (Mondadori)
16 Nocilla Lab. Agustín Fernández Mallo (Alfaguara)
17 Ejemplaridad pública. Javier Gomá (Taurus)
18 El Día D. Antony Beevor (Crítica)
19 El factor humano. John Carlin (Seix Barral)
20 Tres vidas de santos. Eduardo Mendoza (Seix Barral)

Realmente, la presencia de ensayos con todas sus extensiones (memorias, correspondencias) entre los 20 mejores libros del año es abrumadora. Y considero un acierto obligar a los críticos y periodistas a no delimitar géneros y a presentar listas de diez obras (sin adjetivos) que les hayan interesado, extasiado o que recomienden vivamente. Al abrir esta senda también me propuse no reducir el espectro a la literatura, por mucho que ésta dé más juego a la hora de comentar textos: ya se sabe que la imaginación y la creación artística rompen más fronteras que la simple descripción de la Historia o de la realidad.

Pero de un tiempo a esta parte (tampoco sería capaz de poner fechas a un proceso que se palpa y se huele) las librerías han ensanchado sus espacios para el ensayo, mientras muchos novelistas han cruzado la fina línea de la invención para dedicarse a hurgar entre nuestro pasado reciente. El éxito de autores que cultivan el ensayo o el memorialismo más clásico (Beevor, Longerich, Grossman, Dawkins, Friedländer...) ha coincidido con el auge de la autoficción o de las "falsas novelas" (Marías, Vila-Matas, Cercas, Goytisolo, Roth...) y la calidad ha venido más de esta corriente que de los que han permanecido estáticos en sus corsés. Nada sorprendente, pues, en esta lista de libros.

¿Habría que sacar alguna conclusión más sociológica ante el triunfo del ensayo? Mi visceral escepticismo me impide ver si la fuga de lo mágico a lo real es síntoma de algo mayor, pero no hallo razones para tal efecto: la crisis es muy reciente y lo del ensayo viene de más atrás; ya no puedo utilizar en 2009 adjetivos como finisecular (que para explicar tendencias queda muy chic), y por si fuera pcco, no veo que nos hayamos vuelto todos más ansioso por conocer la Verdad (dicho sea con todo el énfasis científico posible).

Confío en que esto tampoco sea una moda pasajera y que al final todo se deba a una comunión azarosa, aquí y ahora, de buenos autores y buenas obras. Y de lectores atentos que, hartos de la empalagosa ñoñería que también nos invade, buscan salidas que nos alimenten el intelecto. Y ya ven que, al final, también me he tenido que poner sociológico.
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Ya tengo nuevo empeño para el próximo año. Comenzaré a escribir un diario desde el primero de enero, sin interés alguno por publicarlo. Por el mero placer de escribir. Nada de intimidades huecas: ideas fugaces, descripciones de instantes bellos, comentarios breves de lecturas (unas notas al margen), diálogos posibles, intentos por comprender lo que me rodea. Como todo propósito de año nuevo, está destinado al fracaso, pero sirve para mantener viva la esperanza cuando el año viejo ya sucumbe con todo el peso de lo vivido. Dejen que al menos escriba la primera frase, y que sea mi primer y mejor fracaso del año.

(Regresamos en 2010)

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La inacabable lista de deseos

Aunque mi lista de preferencias era muy clara en el anterior post, ha bastado un paseo de dos horas por la librería La Central del Raval barcelonés para incrementar peligrosamente mis deseos de compra y lectura. Debe sucederle esto a mucha gente en otro tipo de establecimientos comerciales: acuden con la idea de comprar una determinada prenda de vestir y salen con cuatro. Creo que a mí sólo me ocurre en las librerías, o al menos allí es donde soy plenamente consciente del hecho. Siempre me queda la esperanza de pensar que me tengo por delante unos 40 años de vida y que en todo este lapso encontraré algún momento para sentarme en el sofá a leerlo todo.

[Corchete: creo que ya dije en otra ocasión, y parafraseando a no recuerdo quien, que mi verdadero temor no es la imposibilidad de abarcar todos los libros, sino que llegue un día en que ya lo haya leído todo y no me quede ninguno pendiente.]

Del paseo quedan estos breves apuntes, que habría que sumar a la lista anterior para configurar un desiderátum confuso y anárquico, pero también para ratificar que hay obras cuya atracción inicial acaba en fiasco:

-Sostengo en mis manos la exquisita edición del último ensayo de Richard Dawkins, Evolución. Este año, coincidiendo con el aniversario de Darwin, he podido leer mucho sobre el tema (sobre todo en revistas más o menos especializadas), y he salido más apasionado que antes por los temas relacionados con la genética y la teoría evolucionista. Esta obra que Espasa edita a todo color y con bellas imágenes sustituirá la hipotética compra de El origen de las especies, que al fin y al cabo no deja de ser un documento histórico ya mejorado por los avances científicos ulteriores.

-Hojeo Providence, el finalista del Herralde. No salgo convencido del intento, como suele pasarme con muchas novelas que exploran cierta vanguardia formal. Quizá se deba a una cierta pereza intelectual, pero lo cierto es que me atraen en un primer momento y acabo por no dar el paso definitivo. Me pasa lo mismo con el huevo frito en Postpoesía, que sirve como índice del libro de Fernández Mallo: suelto la carcajada rápida, pero me ahogo entre tanta cifra y esquema encorsetado.

-La sorpresa de la mañana es Fin, de David Monteagudo. No tanto por la calidad que pudiera esconder la novela, sino porque no había llegado a mí la potencia del eco: posible best-seller à la Sánchez-Piñol en editorial de calidad (Acantilado), escritor novel, literatura de género. Como le dije a Portnoy, confié en que lo comentaría en su blog y ya lo estaba haciendo.

-En la sección de crítica literaria, más trabajos de interés sobre la obra de Bolaño: parece que el filón no ha hecho sino empezar. Creo que en las facultades de filología hispánica habrá colas para entregar trabajos de fin de carrera sobre el chileno.

-No alcancé a ver el libro sobre música clásica del siglo XX de Alex Ross (El ruido eterno), pero lo perseguiré incansable para darlo a leer a quien más quiero (excusa preciosa para leerlo también yo).

-Me detengo varios minutos ante una mesa para leer, al azar, varios escolios de Nicolás Gómez Dávila. Corroboro que este tipo de escritura, que navega entre la chispa instantánea y el pecio, me deja más bien frío. Sin argumentos, sin excursos, la frase brillante me parece un brindis al viento. Es como la nueva literatura twitter: tras el fogonazo, sólo queda el humo.

Veo también suculentos estudios y divulgaciones acerca del Tercer Reich, una provocativa visión del turismo solidario (me toca bregar con este tipo de gente en Centroamérica), y otras perlas esparcidas aquí y allá. Demasiado para mi cuerpo y para mi bolsillo, pero siempre salgo de La Central o de Laie reconfortado y más ágil, sin rasgo alguno de crisis existencial. ¿Psiquiatras? ¡Librerías!

lunes, 14 de diciembre de 2009

Tres meses por delante

Vuelvo al blog después de una semana de descanso en una playa caribeña. ¡Así de bien viven hoy los blogueros! Sólo me falta apuntarme al sindicato de usuarios que se sientan en la misma mesa con la ministra, y ya mi vida adquiriría pleno sentido. Pero de momento sigo con mis rutinas anuales, y ya apenas faltan unos días para volar hacia Barcelona y establecer una vez más mi residencia temporal allí, por tres meses. Regreso a mi biblioteca barcelonesa (la de Managua es un mero apéndice), a mis librerías favoritas, a la horchata de chufa de La Valenciana, al croissant de Sacha, al suizo de la Granja Viader, y a tantas cosas y sabores de las que uno no se despoja jamás.

Ya estoy haciendo mi lista de posibles compras y visitas culturales, que tres meses no dan para tanto y hay que organizarse con tiempo. Como muestra, estos libros dispersos que como mínimo sopesaré (ese acto genuino previo a cualquier compra: tocar y hojear, oler, y volver a depositar el ejemplar en su sitio, sin haber dejado siquiera una pequeña huella que demuestre que Jacobo estuvo allí). De estos deseos no sé con cuáles me quedaré, pero me basta disfrutar con la simple posibilidad para experimentar desde ya el placer de lo probable:

-La edición completa de Tu rostro mañana en un único ejemplar. Diría que será la segunda vez en mi vida que haré un gesto así, pues sólo del Quijote tengo dos muestras (la de mi juventud, en dos volúmenes, y la edición del IV Centenario de la RAE en uno solo).

-Otra edición completa, pero esta vez no dispongo de los volúmenes sueltos ni los leí en su momento: El día del Watusi de Casavella, que Destino ha publicado según la voluntad inicial del autor, como una novela única.

-La nueva y esperadísima novela (amén de breve, según parece) de González Sainz. ¡Nuestro Bernhard vuelve al redil!

-El último chispazo inteligente de Sánchez Ferlosio, Guapo y sus isótopos, que añade a su habitual interés la temática filológica que subyace en el título.

-Y el enorme tomo que Antonio Muñoz Molina ha escrito con demorada paciencia, y sobre el que habrá que dilucidar si es su obra definitiva y por la cual será recordado. Lástima que el ahorro editorial dificulte la lectura de un "tocho de casi mil páginas que resulta difícil abrir con comodidad sin temor a la lluvia de páginas" (Rodríguez Rivero dixit)

Por fin voy a comenzar (¡por el principio!) la lectura de los diarios de Andrés Trapiello. Desde El gato encerrado y sin prisas, con la cadencia que marque mi interés por cada anécdota y comentario.

No creo que pueda evitar una noche de ópera en Liceu (Tristán e Isolda se programa en febrero, y un Wagner siempre es un Wagner) y ya tengo entrada para el Rock’n’roll de Àlex Rigola (8 de enero). Pero si del Teatre Lliure hablamos no podemos pasar por alto, como bien recordaba Cristina en una huella, la reposición por tres únicos días de 2666, con puesta en escena del propio Rigola y Pablo Ley. Ya no quedan muchas entradas pero todavía están a tiempo de ver uno de los cinco mejores espectáculos de mi vida (metan ahí un Brook y un Lepage, y un par de obras más). Jamás podrán perdonarse no haber estado allí.

Todo esto es una pincelada, pero se aproxima a los hitos que marcarán mi estadía barcelonesa. Hitos culturales, claro, porque entre todos los momentos cumbre está (ya se anticipa, ya se intuye el perfil y la sombra que avanza) el abrazo anual con mi padre en el aeropuerto, y el lento caminar hacia la salida con el primer diálogo atropellado, incapaces ambos de poner en orden todo cuanto necesitamos decirnos. Por ahí fluye la vida, que después se deposita incansable y perenne en las páginas de los libros que leeré.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El arte gratuito de la queja

Los blogueros con la ministra. Una noticia, sin duda. Sentados en la misma mesa y negociando sobre derechos de autor. Pero hay en todo este burumbumbum algo que todavía no entiendo y que, evidentemente, se debe a mi limitada capacidad de entender ciertas cosas (la misma limitación que me impide apreciar que los cientos y miles de lectores de Pacheco existían antes del 30 de noviembre, tan callados ellos y tan excitados ahora).

En primer lugar, cada creador decide el uso que le va a dar a su obra: o mantenerla en un cajón bajo llave o entregarla a la imprenta. Léase aquí “imprenta” como cualquier otro medio de difusión que ponga en nuestros ojos el resultado de su esfuerzo, e internet es el más reciente. En ese momento, el autor sigue siendo dueño de la obra, hasta que las leyes no demuestren lo contrario. Pero el autor, como este servidor, puede decidir que su esfuerzo pase a ser público y que pueda ser distribuido y copiado libremente: el dogma de este blog lo anuncia muy claramente desde la columna derecha. Esta es una decisión unipersonal, y no crea jurisprudencia. Lo legalmente establecido es que la obra pase a ser protegida por unos derechos y que nadie pueda usarla sin consentimiento del dueño.

La gran diferencia entre mi caso y el de, pongamos, Javier Marías, es que yo no vivo de escribir entradas en mi blog. Mi sueldo me llega por otras tareas, y no pierdo ni gano nada con ofrecer mi escritura (¡mi talento, babies!) a cuanto internauta pase por aquí. Creo que entre blogueros es bueno que haya intercambio permanente, sin límites doctrinales o legales, siempre y cuando uno no decida dedicarse a esto y haya alguien que se lo subvencione o promocione.

En mi blog casi nunca copio textos completos ni enlazo vídeos o canciones. Como mucho, citas escuetas para ejemplificar alguna tesis. Parto de la teoría de que si decido crear un blog es para ofrecer material original, salido de mi mente, y no para reproducir lo que por otro lado ya se encuentra en el mercado, previo pago. Cualquier otra postura me parecería un engaño al lector.

Es por todo ello que leo y releo el manifiesto de un grupo de internautas y no entiendo su prosa esterilizada. El punto 7, por ejemplo:

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

¿El saber humano libre? ¡Las cosas que hay que leer! Imagino que mis conocimientos entran en ese saco generalista del “saber humano”, pero sólo puedo ser yo, como creador personal de mi trabajo, quien decida si dejo caminar mis saberes por libre o cobro por ello. Qué manía la de considerar que todos formamos parte de un gremio, llámese Humanidad o Sindicato, y que otros hablen por mí.

El saber humano nacido por y para internet es un asunto, pero otro asunto es el de obras de distintos géneros que acaban aterrizando en la red por obra y gracia de la copia. ¿Hablamos del mismo saber? ¿La distribución abierta y decidida por mí de La senda de los libros es la misma que la distribución de Tu rostro mañana escaneado? ¿Cuál es la queja, que me pierdo?

Otro tema distinto es el de la industria cultural, de la que se habla en el punto 5 del manifiesto. Ciertamente, o se adapta a los nuevos tiempos o lo tiene crudo. O sea: o distribuye y vende la creación en nuevos medios y formatos, o alguien con más visión de futuro se comerá el negocio. Pero el negocio no se perderá en ningún caso, por mucho que pateemos y exijamos ahora leer, escuchar y ver gratis. Yo seguiré pagando con gusto al que me ofrezca su arte, más que nada para que no deje de ofrecérmelo hasta el día de su muerte. Y, por encima de todo, porque si hemos decidido vivir en una sociedad capitalista de consumo, no hay otra salida que tirar de la tarjeta de crédito.
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La muerte de Milorad Pavic, o el escritor que entendió que el futuro de la novela también estaba en internet antes de que se inventara internet.