Vuelvo al blog después de una semana de descanso en una playa caribeña. ¡Así de bien viven hoy los blogueros! Sólo me falta apuntarme al sindicato de usuarios que se sientan en la misma mesa con la ministra, y ya mi vida adquiriría pleno sentido. Pero de momento sigo con mis rutinas anuales, y ya apenas faltan unos días para volar hacia Barcelona y establecer una vez más mi residencia temporal allí, por tres meses. Regreso a mi biblioteca barcelonesa (la de Managua es un mero apéndice), a mis librerías favoritas, a la horchata de chufa de La Valenciana, al croissant de Sacha, al suizo de la Granja Viader, y a tantas cosas y sabores de las que uno no se despoja jamás.
Ya estoy haciendo mi lista de posibles compras y visitas culturales, que tres meses no dan para tanto y hay que organizarse con tiempo. Como muestra, estos libros dispersos que como mínimo sopesaré (ese acto genuino previo a cualquier compra: tocar y hojear, oler, y volver a depositar el ejemplar en su sitio, sin haber dejado siquiera una pequeña huella que demuestre que Jacobo estuvo allí). De estos deseos no sé con cuáles me quedaré, pero me basta disfrutar con la simple posibilidad para experimentar desde ya el placer de lo probable:
-La edición completa de Tu rostro mañana en un único ejemplar. Diría que será la segunda vez en mi vida que haré un gesto así, pues sólo del Quijote tengo dos muestras (la de mi juventud, en dos volúmenes, y la edición del IV Centenario de la RAE en uno solo).
-Otra edición completa, pero esta vez no dispongo de los volúmenes sueltos ni los leí en su momento: El día del Watusi de Casavella, que Destino ha publicado según la voluntad inicial del autor, como una novela única.
-La nueva y esperadísima novela (amén de breve, según parece) de González Sainz. ¡Nuestro Bernhard vuelve al redil!
-El último chispazo inteligente de Sánchez Ferlosio, Guapo y sus isótopos, que añade a su habitual interés la temática filológica que subyace en el título.
-Y el enorme tomo que Antonio Muñoz Molina ha escrito con demorada paciencia, y sobre el que habrá que dilucidar si es su obra definitiva y por la cual será recordado. Lástima que el ahorro editorial dificulte la lectura de un "tocho de casi mil páginas que resulta difícil abrir con comodidad sin temor a la lluvia de páginas" (Rodríguez Rivero dixit)
Por fin voy a comenzar (¡por el principio!) la lectura de los diarios de Andrés Trapiello. Desde El gato encerrado y sin prisas, con la cadencia que marque mi interés por cada anécdota y comentario.
No creo que pueda evitar una noche de ópera en Liceu (Tristán e Isolda se programa en febrero, y un Wagner siempre es un Wagner) y ya tengo entrada para el Rock’n’roll de Àlex Rigola (8 de enero). Pero si del Teatre Lliure hablamos no podemos pasar por alto, como bien recordaba Cristina en una huella, la reposición por tres únicos días de 2666, con puesta en escena del propio Rigola y Pablo Ley. Ya no quedan muchas entradas pero todavía están a tiempo de ver uno de los cinco mejores espectáculos de mi vida (metan ahí un Brook y un Lepage, y un par de obras más). Jamás podrán perdonarse no haber estado allí.
Todo esto es una pincelada, pero se aproxima a los hitos que marcarán mi estadía barcelonesa. Hitos culturales, claro, porque entre todos los momentos cumbre está (ya se anticipa, ya se intuye el perfil y la sombra que avanza) el abrazo anual con mi padre en el aeropuerto, y el lento caminar hacia la salida con el primer diálogo atropellado, incapaces ambos de poner en orden todo cuanto necesitamos decirnos. Por ahí fluye la vida, que después se deposita incansable y perenne en las páginas de los libros que leeré.
lunes, 14 de diciembre de 2009
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1 comentario:
"La noche de los tiempos" es un pedazo novelón. Yo sí que creo que es lo mejor que ha escrito Muñoz Molina (hasta ahora). Aunque lo que yo crea carezca de importancia, excepto para mí, claro: la opinión propia siempre es (o debería ser) la más importante.
Un saludo,
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