Haití, claro. Estuve una semana en la isla durante el pasado mes de agosto, recorriendo de punta a punta este pedazo de la América africanizada. El caos absoluto que se narra en el periodismo de Coronel Tapioca llega intermediado por la mirada de asombro de quien tiene un ático en Madrid con todos los enseres en su lugar. Nadie dice, porque a nadie interesa tras un terremoto, que los niños haitianos iban siempre bien vestidos por la calle y que los mercados informales funcionaban, incluso sin Estado y en la precariedad inherente a un país en vías de desarrollo. Una de estas mañanas vi la foto de un linchamiento, como quien asiste al espectáculo pornográfico del día. La miseria necesita podredumbre para seguir siendo miseria, y las cámaras deben apuntar a ella: cuando las personas pierden la dignidad, la prensa se ha avanzado y la ha perdido desde hace mucho tiempo. Y esto que escribo no pretende minimizar la tragedia de Haití: la amplifica, para quien quiera y sepa leer entre líneas.
Ante las tragedias humanitarias hay que hacer como en los quirófanos: no molestar y dejar trabajar al cirujano. Pero en las tragedias humanitarias siempre hay micrófono interpuesto, con el argumento de que ayudará a sensibilizar a la población. Cierto: en la estación de tren ya hay máquinas expendedoras para echar monedas por Haití, pero la reflexión queda sepultada ante el instinto básico. ¡Si fueran sólo monedas lo que necesitaran! Pero esta es la tercera tragedia en seis años, en el mismo lugar y ante el mismo escenario internacional. Construir un Estado y unas instituciones requieren, después de la ayuda inmediata y de la reconstrucción, algo más. Mucho más. Más que nada porque la cuarta tragedia está al llegar.
[No puedo actualizar el blog con la agilidad que quisiera, porque Haití también me tiene ocupado por razones laborales. La literatura, en estas condiciones, puede esperar]
El azul del cielo
Hace 14 horas
1 comentario:
El que va davant, va davant.
Publicar un comentario