(Cuarta parte)
El tercer capítulo de Sábado presenta algunos aciertos de peso. Quizá el primero esté relacionado con la inmediata asociación que le sobreviene al lector respecto a su anterior novela. Ciento cincuenta páginas es lo que tarda el eco de Expiación en llegar a esta obra: tampoco es que esto fuera en sí mismo necesario, pero la sensación de recuperar algo estimable siempre es gratificante. Esa cena familiar en el castillo de Gramatticus recuerda los banquetes en casa de los Tallis, esas escenas tan británicas de gente alrededor de una mesa (no cualquier mesa: con sus candelabros y sus servilletas de lino) contándose sus éxitos y fracasos y, sobre todo, sus rencillas personales y sus odios soterrados. Briony asistía impávida a esos banquetes, como Daisy asiste incómoda a las intervenciones de su abuelo, que le recrimina asuntos literarios (recordemos que Briony, al inicio de la novela, también expresa sus dotes artísticas a través de la escritura de una obra teatral) y extiende una densa capa de neblina en los humores de la mesa. Esos rencores viejos, esas miradas torvas en familia, son aspectos que McEwan borda con los instrumentos del gran escritor.
El segundo acierto se produce en los estertores del capítulo, con la visita de Henry Perowne a la residencia donde su madre anciana reposa los embates del Alzheimer. Ya sabemos que todo eso ocurrirá desde hace horas: insisto de nuevo en el peligroso juego que el autor establece con el lector, adelantándole los acontecimientos porque no son nada más que propuestas de agenda que el protagonista quiere cumplir ese día, planes para un sábado más del calendario personal. Esa anticipación elimina cualquier elemento de sorpresa y el escritor debe someterse, desnudo, a la prueba de la calidad: su prosa debe aguantar el peso de la historia prevista y ser igualmente jugosa, apetecible para el que va leyendo e intuye lo que puede ocurrir al doblar la página. En esta línea, el episodio de la enferma y su hijo es de una sensibilidad estremecedora: de manera especial, cuando él se sienta enfrente de la anciana y sigue el curso de sus divagaciones en un duermevela consciente, atento por un lado a las inconexas frases de su interlocutora y por el otro navegando en sus preocupaciones mundanas, que esperan a la salida del asilo. Qué extrema contrariedad: la madre, a los diez segundos de despedir a su hijo, ya no recordará su cara, su recién acabada visita, su existencia; él regresará para preparar la cena y continuar el día a día que para Henry Perowne sigue siendo real, reconocible.
“En este momento, por culpa del calor y el edredón que tiene debajo, siente los ojos pesados y no puede evitar cerrarlos. Y su visita acaba de empezar”.
Esa modorra que le entra mientras ella habla sin sentido le escuece porque se ve a sí mismo vulnerando una norma básica, la del adulto que no presta atención a las palabras de su madre, ahora ya ilógicas e inconexas. Por un momento también él se ve en la otra posición, siendo un viejo padre frente al hijo músico que sólo piensa en marcharse a tocar un blues y escapar del monólogo surreal.
(continuará)
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La disyuntiva de Javier Marías es peliaguda: aceptar significa sentarse al lado del Excmo. Sr. D. Martín de Riquer Morera, Excmo. Sr. D. Antonio Colino López, Excmo. Sr. D. Miguel Delibes Setién, Excmo. Sr. D. Carlos Bousoño Prieto, Excmo. Sr. D. Manuel Seco Reymundo, Excmo. Sr. D. Francisco Ayala y García Duarte, Excmo. Sr. D. Valentín García Yebra, Excmo. Sr. D. Pere Gimferrer Torrens, Excmo. Sr. D. Gregorio Salvador Caja, Excmo. Sr. D. Francisco Rico Manrique, Excmo. Sr. D. Antonio Mingote Barrachina, Excmo. Sr. D. José Luis Pinillos Díaz, Excmo. Sr. D. Francisco Morales Nieva, Excmo. Sr. D. Francisco Rodríquez Adrados, Excmo. Sr. D. José Luis Sanpedro Sáez, Excmo. Sr. D. Víctor García de la Concha, Excmo. Sr. D. Eduardo García de Enterría y Martínez-Carande, Excmo. Sr. D. Emilio Lledó Iñigo, Excmo. Sr. D. Luis Goytisolo Gay, Excmo. Sr. D. Mario Vargas Llosa, Excmo. Sr. D. Eliseo Álvarez-Arenas Pacheco, Excmo. Sr. D. Antonio Muñoz Molina, Excmo. Sr. D. Ángel González Muñiz, Excmo. Sr. D. Juan Luis Cebrián, Excmo. Sr. D. Ignacio Bosque Muñoz, Excma. Sra. Dª Ana María Matute, Excmo. Sr. D. Luis María Anson Oliart, Excmo. Sr. D. Fernando Fernán Gómez, Excmo. Sr. D. Luis Mateo Díaz, Excmo. Sr. D. Guillermo Rojo, Excmo. Sr. D. José Antonio Pascual, Excma. Sra. Dª Carmen Iglesias, Excmo. Sr. D. Claudio Guillén, Excmo. Sr. D. Luis Ángel Rojo, Excma. Sra. Dª Margarita Salas Falgueras, Excmo. Sr. D. Arturo Pérez-Reverte, Excmo. Sr. D. José Manuel Sánchez Ron, Excmo. Sr. D. Carlos Castilla del Pino, Excmo. Sr. D. Álvaro Pombo y García de los Ríos, Excmo. Sr. D. Antonio Fernández Alba y Excmo. Sr. D. Francisco Brines.
No aceptar supone conformarse a pasar el resto de tu vida sentado a orillas de Juan Ranz, Víctor Francés y Jacobo Deza. Que no es poco.
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Arduina dio el aviso, y el verbo se hizo carne: La crisis trujimán, Arbustos y prisiones, La hoguera del secreto, y lo que nos queda por venir.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 16 horas
4 comentarios:
Puede que tal disyuntiva no exista, Jacobo. Javier Marías puede estar sentado al lado de Miguel Delibes y de Jacobo Deza, no es incompatible. En mi opinión, la RAE se enriquecería con la entrada de JM, creo que uno de los mejores narradores vivos que escriben en español debería estar en la RAE, confío en que acepte el sillón que dejó vacante Lázaro Carreter. Un saludo.
Quizá el temor proviene de que los escritores ahí sentados han realizado sus mejores obras pre-RAE: Delibes, Vargas Llosa, Gimferrer, Sampedro, Mateo Díaz, Muñoz Molina, Pombo... No sé si será el peso de la madera vetusta, pero parece que esa sala los amilana un poco: que no le afecte a Javier, en caso de que nuestro querido narrador dé el sí.
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