1. No podemos empezar el día sin hacer referencia al Cervantes de Pacheco. Es la única razón, de hecho, para referirse a Pacheco: es extraordinario que haya autores a quienes sólo visitamos cuando les dan el Cervantes, pues permanecen atrincherados tras la fina capa de lo sublime a lo largo del resto de sus vidas. No seré yo quien lance la primera pulla, pero tampoco permaneceré callado frente a las decisiones misteriosas de jurados dudosos: Jaime Labastida, representante de la Academia Mexicana de la Lengua, estaba entre ellos, lo cual ya es sintomático del resultado final. Por su parte, García Montero y Almudena Grandes forman un matrimonio indisoluble también en las deliberaciones literarias. Y para qué seguir: Soledad Puértolas ha sido seleccionada por la directora del Instituto Cervantes, en un gesto de amistad que debe honrar a ambas. En fin: juzgemos a Pacheco por sus poemas, porque por sus ensayos flaco favor le ha hecho El País a su trayectoria.
2. Ya postulé otras veces que la desaparición del papel empezará por los periódicos y las revistas (si llega más allá ya es un asunto metafísico). Hoy nace el primer periódico digital de pago, y me consta que la profesionalidad que hay detrás del invento está fuera de toda duda. Ya pagué mis 50 euros, claro: soy lector contumaz de prensa en todas sus ideologías y colores, y no puedo evitar la emoción ante cualquier aventura como esta. Los principios fundacionales de Factual me calzan como unas buenas zapatillas de invierno: la búsqueda de la verdad de los hechos y el enfoque científico de la realidad. El periodismo era esto.
3. ¡Qué tarde me entero de las malas noticias en Nicaragua! Antes de que desaparezca el papel, la revista Archipiélago ya dijo adiós en este 2009. Una compra menos que hacer en Laie cuando este diciembre salte el Atlántico, que gastaré en el nuevo y flamante Granta de la editorial Duomo.
4. La exquisita reseña de Andrés Barba sobre la pentalogía autobiográfica de Bernhard.
5. Jorge Carrión, sin salir de Letras Libres, se pregunta sobre la última novela de Muñoz Molina: "¿Qué sentido tiene escribir otra novela sobre la Guerra Civil? ¿Son necesarias esas mil páginas?" He leído varios elogios sobre la monumental obra, pero la pregunta certera arremete al lector, y me la formularé cuando sopese el volumen en la librería. Inmediatamente, la compraré y demoraré su lectura hasta 2010, pero la pregunta seguirá flotando en el aire.
lunes, 30 de noviembre de 2009
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Un solo rostro
Esta noticia bastaría para un solo post: Alfaguara edita Tu rostro mañana en un único volumen, que es lo que yo estaba esperando para iniciar la relectura de la novela. Una única novela, nunca está de más repetirlo.
Pero es que además El País anuncia para mañana, 19 de noviembre, una entrevista con el autor, así que no saldrá otra palabra de mis dedos hasta que no lea sus declaraciones. Luego edito mis comentarios.
(19-11-09)
La entrevista, que no se publica como una secuencia de pregunta-respuesta, es una selección de siete comentarios de Javier Marías, insertados bajo el título de cada uno de los capítulos de Tu rostro mañana, algo puerilmente. Sigamos el juego y comentemos:
Fiebre: Un escritor que aborrece las novelas largas ha escrito una, que sigue siendo considerada por tantos como una trilogía. Esta reedición en un solo volumen supone la corrección de "uno o dos errores" que quedaron en la edición original, por lo que ya veo las caras demacradas de ciertas fierecillas al ver que sólo uno o dos errores de los miles que ellos detectaron han sido corregidos. Lo importante es tener en las manos la prueba palpable de que el libro es uno, por mucho que la noción de página sea cada vez más relativa ante tanta pantalla táctil.
Lanza: Me parece sanísima la insatisfacción del artista ante su obra. De hecho, cada vez me revienta más la relamida frase de considerar lo último escrito como lo mejor, aunque sea con retranca. Pero lo evidente, ante cualquier lector sensible y atento, es que Marías ha escrito su obra maestra, y no creo que haya muchos autores que puedan llegar a pensar eso en vida, siendo conscientes de que lo creado pervivirá. En 80 años como media de vida de un español ya es difícil escribir una obra magistral, por lo que no podemos esperar nada que iguale a esta novela.
Baile: Hay un tono equívoco en esta declaración, pues en general Marías ha sido un polemista incansable y no ha soportado bien las críticas, o las ha respondido directamente y en público. Puede que haya un desdén hacia el elogio, pero el derecho al pataleo lo ha ejercido, especialmente ante el plagio o la versión fílmica no canónica.
Sueño: Esta es una de las claves de la fuerza narrativa del autor, y uno de sus sellos más característicos. No puedo evitar la comparación con la dramaturgia de Skakespeare, que yo he conocido más en escenarios que en libro (no sé cuántas versiones de Hamlet habré visto y escuchado, decenas). Los grandes temas de siempre y de toda la humanidad son los que producen grandes obras artísticas, más allá de los dos únicos temas reales que existen (el amor y la muerte): el engaño, la sospecha, el secreto... Así, por ejemplo, cuando alguien que todavía no ha leído Corazón tan blanco (¡benditos él o ella!) me pregunta de qué trata, esperando quizá que le desvele alguna trama apasionante, digo invariablemente que del secreto. Me quedan mirando intrigados, pensando en si les estoy vendiendo un tostón o no. Pero es la única respuesta posible.
Veneno: La última página de EPS es indisociable a la imagen que muchos tienen hoy de Marías: el engreído, el posesor de la verdad, el altivo. La ha cultivado con esmero, sin duda, pero como solo pueden hacerlo las personas inteligentes. No hay nada peor que un engreído obtuso, pues lo primero acaba por reforzar lo segundo. Marías expresa sus convicciones à la Bernhard, con la puntillosidad del que tiene argumentos y razones, pero además herramientas verbales para tocar donde duele, ya sea en la cartuchera de Chávez o en la bragueta de Berlusconi. Lo malo sería que esa faceta anulara la del novelista, o invadiera su obra literaria, y por ahora no hay de qué preocuparse.
Sombra: ¡Nunca digas no escribiré jamás! La evidente novedad es la voz femenina que leeremos algún día. Hace unas semanas dialogaba a través de huellas con una lectora del blog, que consideraba esencialmente masculina la narrativa de Marías por su "represión sentimental". Me dejó pensativo y todavía le doy vueltas a ello, pero en el fondo creo que es cierto. Será de gran interés conocer esa voz de mujer y si se expresa con los mismos tics que mi alter ego, por ejemplo, cuya cadencia de pensamiento y de obsesiones deben ser irremediablemente varoniles.
Adiós: Al Reino de Redonda habrá que agradecerle de manera eterna la recuperación y descubrimiento para muchos españoles de Ibargüengoitia. Y en lo que se refiere a las palabras, en América Latina perviven múltiples vocablos que en España ya han caído en desuso, y que son un feliz reencuentro con la lengua de hace un siglo. Que los académicos viajaran por estos lares sería también una excelente fuente de conocimiento.
La foto de Gorka Lejarcegui es la del despacho que nunca podré tener:
Pero es que además El País anuncia para mañana, 19 de noviembre, una entrevista con el autor, así que no saldrá otra palabra de mis dedos hasta que no lea sus declaraciones. Luego edito mis comentarios.
(19-11-09)
La entrevista, que no se publica como una secuencia de pregunta-respuesta, es una selección de siete comentarios de Javier Marías, insertados bajo el título de cada uno de los capítulos de Tu rostro mañana, algo puerilmente. Sigamos el juego y comentemos:
Fiebre: Un escritor que aborrece las novelas largas ha escrito una, que sigue siendo considerada por tantos como una trilogía. Esta reedición en un solo volumen supone la corrección de "uno o dos errores" que quedaron en la edición original, por lo que ya veo las caras demacradas de ciertas fierecillas al ver que sólo uno o dos errores de los miles que ellos detectaron han sido corregidos. Lo importante es tener en las manos la prueba palpable de que el libro es uno, por mucho que la noción de página sea cada vez más relativa ante tanta pantalla táctil.
Lanza: Me parece sanísima la insatisfacción del artista ante su obra. De hecho, cada vez me revienta más la relamida frase de considerar lo último escrito como lo mejor, aunque sea con retranca. Pero lo evidente, ante cualquier lector sensible y atento, es que Marías ha escrito su obra maestra, y no creo que haya muchos autores que puedan llegar a pensar eso en vida, siendo conscientes de que lo creado pervivirá. En 80 años como media de vida de un español ya es difícil escribir una obra magistral, por lo que no podemos esperar nada que iguale a esta novela.
Baile: Hay un tono equívoco en esta declaración, pues en general Marías ha sido un polemista incansable y no ha soportado bien las críticas, o las ha respondido directamente y en público. Puede que haya un desdén hacia el elogio, pero el derecho al pataleo lo ha ejercido, especialmente ante el plagio o la versión fílmica no canónica.
Sueño: Esta es una de las claves de la fuerza narrativa del autor, y uno de sus sellos más característicos. No puedo evitar la comparación con la dramaturgia de Skakespeare, que yo he conocido más en escenarios que en libro (no sé cuántas versiones de Hamlet habré visto y escuchado, decenas). Los grandes temas de siempre y de toda la humanidad son los que producen grandes obras artísticas, más allá de los dos únicos temas reales que existen (el amor y la muerte): el engaño, la sospecha, el secreto... Así, por ejemplo, cuando alguien que todavía no ha leído Corazón tan blanco (¡benditos él o ella!) me pregunta de qué trata, esperando quizá que le desvele alguna trama apasionante, digo invariablemente que del secreto. Me quedan mirando intrigados, pensando en si les estoy vendiendo un tostón o no. Pero es la única respuesta posible.
Veneno: La última página de EPS es indisociable a la imagen que muchos tienen hoy de Marías: el engreído, el posesor de la verdad, el altivo. La ha cultivado con esmero, sin duda, pero como solo pueden hacerlo las personas inteligentes. No hay nada peor que un engreído obtuso, pues lo primero acaba por reforzar lo segundo. Marías expresa sus convicciones à la Bernhard, con la puntillosidad del que tiene argumentos y razones, pero además herramientas verbales para tocar donde duele, ya sea en la cartuchera de Chávez o en la bragueta de Berlusconi. Lo malo sería que esa faceta anulara la del novelista, o invadiera su obra literaria, y por ahora no hay de qué preocuparse.
Sombra: ¡Nunca digas no escribiré jamás! La evidente novedad es la voz femenina que leeremos algún día. Hace unas semanas dialogaba a través de huellas con una lectora del blog, que consideraba esencialmente masculina la narrativa de Marías por su "represión sentimental". Me dejó pensativo y todavía le doy vueltas a ello, pero en el fondo creo que es cierto. Será de gran interés conocer esa voz de mujer y si se expresa con los mismos tics que mi alter ego, por ejemplo, cuya cadencia de pensamiento y de obsesiones deben ser irremediablemente varoniles.
Adiós: Al Reino de Redonda habrá que agradecerle de manera eterna la recuperación y descubrimiento para muchos españoles de Ibargüengoitia. Y en lo que se refiere a las palabras, en América Latina perviven múltiples vocablos que en España ya han caído en desuso, y que son un feliz reencuentro con la lengua de hace un siglo. Que los académicos viajaran por estos lares sería también una excelente fuente de conocimiento.
La foto de Gorka Lejarcegui es la del despacho que nunca podré tener:
martes, 17 de noviembre de 2009
El juego por el juego
Read in progress (y 3)
Seré breve. El juego temporal es lo único que nos puede hacer considerar que El rey de las Dos Sicilias es una novela magistral. Es muy poco, desde luego. Pero habrá lectores a quienes les emocione el desorden de escenas, el permanente ir y venir entre pasado y futuro (aunque la novela se narra en un eterno presente), la yuxtaposición de cuadros en los que los personajes aparecen y desaparecen sin que apenas sepamos nada de sus vidas, pero que siempre regresan en cualquier otro momento anecdótico de su devenir.
That's all folk. Y eso que ya entramos avisados, cuando en las dos primeras páginas del libro (las únicas verdaderamente brillantes) se nos presentan cuatro inicios alternativos, a escoger. Falso, claro: el inicio es sólo uno y las escenas se irán hilvanando a lo largo de las 300 páginas subsiguientes, pero el efecto es sutil. E inmediatamente nos avisa el narrador:
A primera vista parecerá que todos estos hechos no constituyen ningún conjunto lógico ni están mutuamente condicionados. Pero al parecer no es así: cada uno de ellos exisitó, ocurrió en un tiempo estrictamente real y por ello ha quedado fijado para siempre.
Si regreso en este post de cierre al inicio de la novela es porque allá se fija la voluntad lúdica de Kusniewicz, que recupera cada ciertas páginas con recordatorios como este:
Constatamos estos hechos a pesar de la prudencia en la evaluación de la relación de los tiempos con que tratamos y de su relatividad. (pág. 116)
Así que tanto da que el libro nos hable de regimientos de húsares, pues si nos hablara de mesas de caoba, de guanacastes en flor o de tortugas centenarias el efecto buscado sería el mismo. Estas novelas que anteponen el estricto deseo formal al argumento (a la historia, a la narratividad) son de una ingravidez que marea. O se es un escritor de pluma inspiradísima cual flautista al que todos seguimos narcotizados, o el artefacto puede desplomarse por la falta de sustancia misma, de hechos que sostengan la tramoya. Kusniewicz apuesta a una sola carta, y aquí se observa la debilidad de la propuesta: no es Nabokov, por mucho que se empeñen algunos críticos, ni es el garante de la narrativa miteleuropea, por mucho que el editor nos venda la moto. Tampoco he entendido nunca este adjetivo pomposo, que parece que tan bien y estoicamente aguanta Magris. Pero aquí no hay más tela que cortar y el juego de la temporalidad cae como un castillo de naipes ante el nulo interés que despierta el texto.
Hay juguetes como este, de niño yo había tenido alguno: gran eficacia visual pero repetitivos hasta la saciedad. Kusniewicz arranca con maestría la partida y la dilapida en su propia orgía epatante de pasado, presente y futuro. Ni Dieu ni maitre: me quedo con mis clásicos, que para algo han llegado al podio con clamorosa unanimidad.
______________________________
Los sonetos de Shakespeare en escena sólo podían llegar de la mano de Peter Brook, el único director capaz de semejante atrevimiento en la época kindle. No he estado en Girona (estreno absoluto), pero he estado de la mano siempre lúcida de Marcos Ordoñez. Si lo atrapan cerca, no lo dejen escapar.
Seré breve. El juego temporal es lo único que nos puede hacer considerar que El rey de las Dos Sicilias es una novela magistral. Es muy poco, desde luego. Pero habrá lectores a quienes les emocione el desorden de escenas, el permanente ir y venir entre pasado y futuro (aunque la novela se narra en un eterno presente), la yuxtaposición de cuadros en los que los personajes aparecen y desaparecen sin que apenas sepamos nada de sus vidas, pero que siempre regresan en cualquier otro momento anecdótico de su devenir.
That's all folk. Y eso que ya entramos avisados, cuando en las dos primeras páginas del libro (las únicas verdaderamente brillantes) se nos presentan cuatro inicios alternativos, a escoger. Falso, claro: el inicio es sólo uno y las escenas se irán hilvanando a lo largo de las 300 páginas subsiguientes, pero el efecto es sutil. E inmediatamente nos avisa el narrador:
A primera vista parecerá que todos estos hechos no constituyen ningún conjunto lógico ni están mutuamente condicionados. Pero al parecer no es así: cada uno de ellos exisitó, ocurrió en un tiempo estrictamente real y por ello ha quedado fijado para siempre.
Si regreso en este post de cierre al inicio de la novela es porque allá se fija la voluntad lúdica de Kusniewicz, que recupera cada ciertas páginas con recordatorios como este:
Constatamos estos hechos a pesar de la prudencia en la evaluación de la relación de los tiempos con que tratamos y de su relatividad. (pág. 116)
Así que tanto da que el libro nos hable de regimientos de húsares, pues si nos hablara de mesas de caoba, de guanacastes en flor o de tortugas centenarias el efecto buscado sería el mismo. Estas novelas que anteponen el estricto deseo formal al argumento (a la historia, a la narratividad) son de una ingravidez que marea. O se es un escritor de pluma inspiradísima cual flautista al que todos seguimos narcotizados, o el artefacto puede desplomarse por la falta de sustancia misma, de hechos que sostengan la tramoya. Kusniewicz apuesta a una sola carta, y aquí se observa la debilidad de la propuesta: no es Nabokov, por mucho que se empeñen algunos críticos, ni es el garante de la narrativa miteleuropea, por mucho que el editor nos venda la moto. Tampoco he entendido nunca este adjetivo pomposo, que parece que tan bien y estoicamente aguanta Magris. Pero aquí no hay más tela que cortar y el juego de la temporalidad cae como un castillo de naipes ante el nulo interés que despierta el texto.
Hay juguetes como este, de niño yo había tenido alguno: gran eficacia visual pero repetitivos hasta la saciedad. Kusniewicz arranca con maestría la partida y la dilapida en su propia orgía epatante de pasado, presente y futuro. Ni Dieu ni maitre: me quedo con mis clásicos, que para algo han llegado al podio con clamorosa unanimidad.
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Los sonetos de Shakespeare en escena sólo podían llegar de la mano de Peter Brook, el único director capaz de semejante atrevimiento en la época kindle. No he estado en Girona (estreno absoluto), pero he estado de la mano siempre lúcida de Marcos Ordoñez. Si lo atrapan cerca, no lo dejen escapar.
sábado, 7 de noviembre de 2009
¿Vade retro, Stephen King?
El excelente personaje que ideó Umberto Eco, Salvatore de Monferrate, gritaba como un poseído por los patios de la abadía: ¡Penitenciágite! Una especie de ¡arrepentíos! en lenguaje indefinido dirigido a los pecadores del lugar, que al parecer abundaban. En el monasterio de la literatura también somos todos, en el fondo, unos pecadores: aunque nos empeñamos en comentar solo a los autores más insignes, y a establecer en nuestros blogs cánones de calidad con nombres y apellidos indiscutibles, también caemos de vez en cuando en la tentación de hurgar en la comercialidad y tantear el ambiente, a ver qué ocurre.
En cuestiones cinematográficas, aunque mi pasión sigan siendo los clásicos de toda la vida (Wilder, Ford, Hitchcock, Welles…) no suelo perderme una película de terror ni aunque esté dirigida principalmente a adolescentes con granos. Cada uno tiene sus debilidades. Y por estas bajas pasiones es que en poco tiempo ha coincidido, sin proponérmelo, el visionado de dos películas que me han elevado mis niveles de serotonina, lo cual mi médico me agradecerá sobremanera. La primera, que ya he revisitado no sé cuantas veces, es El Resplandor de Kubrick, un gran ejercicio de estilo de lo mejor y lo peor que fue capaz de ofrecer el director, pero al fin y al cabo una exquisita historia de terror psicológico. La otra lleva por título La niebla, de reciente producción y cuyos directores y actores he olvidado por completo, pero que también me pareció una digna muestra de cómo crear un ambiente de tensión en un espacio cerrado sometido a presiones externas. Una película, por cierto, que hubiera podido firmar sin rubor el amigo Night Shyamalan.
Si pongo en relación los dos largometrajes, tan dispares entre sí, es porque nacen de la mente y la narración del mismo autor, Stephen King. Sus novelas han sido llevadas a la pantalla grande o pequeña por docenas, con los más variados resultados, pero con el sello inconfundible de (déjenme usar el topicazo y entre comillas) “una historia que atrapa”. Esos chavales hoz en ristre asediando en los campos de maíz, la adolescente traumatizada con poderes mentales que incendia un gimnasio en una fiesta escolar, el coche que toma decisiones por su cuenta, el payaso asesino que sale de las alcantarillas… No sé si a alguien que le disguste el cine de terror puede entender algo de todo esto que digo, pero estas imágenes forman parte también de mi bagaje cultural, en su lado más pop, como también lo forman Tintín e incluso el extraterrestre de Spielberg, como nos ocurre a los que nos tocó asistir a su estreno cinematográfico con 10 años cumplidos.
La reacción fácil ante la cultura popular, en oposición a un elitismo que también cultivo con gran dedicación (y esfuerzo: he ahí la diferencia entre sentarse a comer palomitas y analizar una obra maestra sin distracciones de por medio) es considerarla como algo secundario, o de usar y tirar y, por tanto, que no merece ni un triste post. Pero, ¿es Stephen King, ya que hablamos de él, un caso estricto de producto comercial inservible? La modernilla revista Esquire, en su último número en versión original, reivindica al autor no como mero producto de masas (en equiparación al Big Mac y las patatas fritas), sino como “un autor que trasciende su género mediante la canalización de nuestros miedos culturales mejor que casi cualquier escritor estadounidense”. Ahí es nada.
La prosa de King es, a mi juicio, de una sencillez excesiva, con un vocabulario bastante limitado y sin construcciones sorprendentes. El lector medio no repara en cuestiones filológicas, y por tanto no advierte que la rapidez y agilidad en su lectura es equivalente al grado de simpleza con que se construye cada párrafo. Pero esto, a veces, también es un incordio para los que deseamos un texto elaborado, pues nos impide apreciar si hay vida más allá de la rudimentaria frase. En King la hay, porque existe un compromiso con el oficio y hay también lo que otros grandes escritores no han alcanzado jamás, o cuyas prosas adornadas no han sabido traslucir: me refiero a la atmósfera, a la creación de lugares y tiempos que cautivan y de personajes creíbles que piensan y actúan.
Establecer un baremo para clasificar los géneros y las distintas aproximaciones a la literatura según la pretensión del autor (según su voluntad de captar lectores y qué tipo de lectores) sigue siendo fundamental. Equiparar a Proust y a King porque los dos vienen encuadernados es una torpeza mayúscula. Quizá el estadounidense esté ahora flirteando con la posibilidad de meter un pie en el grupo de los grandes, según algún crítico generoso y según una concepción bastante laxa de lo que es cultura popular y lo que es arte. Pero yo prefiero insertarlo en otro grupo que no depende de parámetros estrictamente lingüísticos o de la originalidad y capacidad para romper estereotipos: él está codo con codo junto a los que logran la mímesis del lector con su propuesta de mundos paralelos, de los que tienen algo que contar y derrochan 1.000 páginas en ello si hace falta. Son los obreros de la escritura, que no relucen tanto como los arquitectos pero que son eficaces y no engañan.
Supongo que la traducción española de Under the dome está al caer: diez años de labor, según dicen, para 1.120 páginas. Si alguna vez me ven en una librería y caigo en la tentación, hagan como Salvatore y griten a mi espalda ¡Penitenciágite! antes de que ponga mis garras en el tomo.
______________________________
Se hace un llamado a los mecenas del blog para que hagan sus aportes en la hucha de la senda: 120 euros es el precio del despampanante contenedor con dos volúmenes de Historia de mi vida, de Giacomo Casanova. ¡Atalanta me lo está poniendo cada vez más difícil para hacer críticas constructivas!
En cuestiones cinematográficas, aunque mi pasión sigan siendo los clásicos de toda la vida (Wilder, Ford, Hitchcock, Welles…) no suelo perderme una película de terror ni aunque esté dirigida principalmente a adolescentes con granos. Cada uno tiene sus debilidades. Y por estas bajas pasiones es que en poco tiempo ha coincidido, sin proponérmelo, el visionado de dos películas que me han elevado mis niveles de serotonina, lo cual mi médico me agradecerá sobremanera. La primera, que ya he revisitado no sé cuantas veces, es El Resplandor de Kubrick, un gran ejercicio de estilo de lo mejor y lo peor que fue capaz de ofrecer el director, pero al fin y al cabo una exquisita historia de terror psicológico. La otra lleva por título La niebla, de reciente producción y cuyos directores y actores he olvidado por completo, pero que también me pareció una digna muestra de cómo crear un ambiente de tensión en un espacio cerrado sometido a presiones externas. Una película, por cierto, que hubiera podido firmar sin rubor el amigo Night Shyamalan.
Si pongo en relación los dos largometrajes, tan dispares entre sí, es porque nacen de la mente y la narración del mismo autor, Stephen King. Sus novelas han sido llevadas a la pantalla grande o pequeña por docenas, con los más variados resultados, pero con el sello inconfundible de (déjenme usar el topicazo y entre comillas) “una historia que atrapa”. Esos chavales hoz en ristre asediando en los campos de maíz, la adolescente traumatizada con poderes mentales que incendia un gimnasio en una fiesta escolar, el coche que toma decisiones por su cuenta, el payaso asesino que sale de las alcantarillas… No sé si a alguien que le disguste el cine de terror puede entender algo de todo esto que digo, pero estas imágenes forman parte también de mi bagaje cultural, en su lado más pop, como también lo forman Tintín e incluso el extraterrestre de Spielberg, como nos ocurre a los que nos tocó asistir a su estreno cinematográfico con 10 años cumplidos.
La reacción fácil ante la cultura popular, en oposición a un elitismo que también cultivo con gran dedicación (y esfuerzo: he ahí la diferencia entre sentarse a comer palomitas y analizar una obra maestra sin distracciones de por medio) es considerarla como algo secundario, o de usar y tirar y, por tanto, que no merece ni un triste post. Pero, ¿es Stephen King, ya que hablamos de él, un caso estricto de producto comercial inservible? La modernilla revista Esquire, en su último número en versión original, reivindica al autor no como mero producto de masas (en equiparación al Big Mac y las patatas fritas), sino como “un autor que trasciende su género mediante la canalización de nuestros miedos culturales mejor que casi cualquier escritor estadounidense”. Ahí es nada.
La prosa de King es, a mi juicio, de una sencillez excesiva, con un vocabulario bastante limitado y sin construcciones sorprendentes. El lector medio no repara en cuestiones filológicas, y por tanto no advierte que la rapidez y agilidad en su lectura es equivalente al grado de simpleza con que se construye cada párrafo. Pero esto, a veces, también es un incordio para los que deseamos un texto elaborado, pues nos impide apreciar si hay vida más allá de la rudimentaria frase. En King la hay, porque existe un compromiso con el oficio y hay también lo que otros grandes escritores no han alcanzado jamás, o cuyas prosas adornadas no han sabido traslucir: me refiero a la atmósfera, a la creación de lugares y tiempos que cautivan y de personajes creíbles que piensan y actúan.
Establecer un baremo para clasificar los géneros y las distintas aproximaciones a la literatura según la pretensión del autor (según su voluntad de captar lectores y qué tipo de lectores) sigue siendo fundamental. Equiparar a Proust y a King porque los dos vienen encuadernados es una torpeza mayúscula. Quizá el estadounidense esté ahora flirteando con la posibilidad de meter un pie en el grupo de los grandes, según algún crítico generoso y según una concepción bastante laxa de lo que es cultura popular y lo que es arte. Pero yo prefiero insertarlo en otro grupo que no depende de parámetros estrictamente lingüísticos o de la originalidad y capacidad para romper estereotipos: él está codo con codo junto a los que logran la mímesis del lector con su propuesta de mundos paralelos, de los que tienen algo que contar y derrochan 1.000 páginas en ello si hace falta. Son los obreros de la escritura, que no relucen tanto como los arquitectos pero que son eficaces y no engañan.
Supongo que la traducción española de Under the dome está al caer: diez años de labor, según dicen, para 1.120 páginas. Si alguna vez me ven en una librería y caigo en la tentación, hagan como Salvatore y griten a mi espalda ¡Penitenciágite! antes de que ponga mis garras en el tomo.
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Se hace un llamado a los mecenas del blog para que hagan sus aportes en la hucha de la senda: 120 euros es el precio del despampanante contenedor con dos volúmenes de Historia de mi vida, de Giacomo Casanova. ¡Atalanta me lo está poniendo cada vez más difícil para hacer críticas constructivas!
miércoles, 4 de noviembre de 2009
El escritor con blog
Cuando una persona absolutamente desconocida como novelista gana un premio de novela, no hay nada que decir. Aquí podría terminar el post, y a otra cosa. Qué voy a contar de alguien como Manuel Gutiérrez Aragón, de larga trayectoria cinematográfica pero que da sus primeros pasos en la ficción literaria. Acaso lo que en otras ocasiones he hecho con premios ideológicamente dispares: el silencio ante la periodista que se pasa a la novela, que es la única respuesta posible y cauta antes de que haya más datos.
Pero uno todavía confía en que el Premio Herralde sea, entre los grandes, el único con alguna credibilidad como para seguir haciendo referencia a él cada año. Es casi seguro que no voy a comprar el libro de este ganador (la pereza anticipada que da leer un texto insiprado en el 11-M es descomunal, pero en cambio sigo en busca de la gran novela sobre el 11-S: habrá que analizar freudianamente esta dicotomía), aunque como ya me ocurrió el año pasado con Thays, tengo mucho más interés por leer al finalista. Y la razón es estrictamente bloguera: una vez más, un autor de blog se lleva el segundo galardón, e imagino que con él arrastra a una gran parte de sus lectores de la red. Me temo que ese salto sea de lo más natural hoy en día: el escritor en ciernes prueba su talento en un formato ágil e interactivo (¡y gratuito!) y una vez fogueado, se lanza al formato mayor. Tanto da que ya haya publicado algo antes: necesita el respaldo de un premio grande para consolidar su proyección.
Juan Francisco Ferré, a quien me refiero, mantiene el blog La vuelta al mundo. Curiosamente, 48 horas después de hacerse público el veredicto todavía no ha actualizado la página para comentar la noticia de la que él mismo es protagonista. Es un blog joven, creado en 2008. Tengo ganas de saber si la solapa de Anagrama, como ocurrió con Thays, va a mencionar el oficio de bloguero entre las bondades del autor. ¿Considera el bloguero medio sus posts como una extensión de su vocación literaria? ¿Se enorgullece de ello?
Antiguamente, el blog era un cajón de escritorio con libretas usadas. Como mucho, eran textos que pasaban de manos entre dos o tres compañeros de clase, los más íntimos, o acababan en las páginas de revistas locales de escasa difusión. Es por eso que no hay libros editados con recopilaciones de un blog, excepto algún caso muy contado: nadie iba a leer tanta hojarasca de uso inmediato y virtual.
Los blogueros, pues, ya están en la cúspide. Alguien podría pensar que mi adjetivo es peyorativo, y sin duda es todo lo contrario: que el escritor y el bloguero coincidan en la misma persona es más una ventaja para el primero que para el segundo, si bien se mira: no sólo los lectores de Anagrama comprarán su libro, sino también los seguidores de su blog. Es la estricta razón por la cual leí la última novela de Thays, animado por su Moleskine. Y es una razón tan poderosa como cualquier otra.
______________________________
Desde otro blog, Algún día en alguna parte, leo la suculenta cita de Francisco Ayala:
El sentido de mi vida está en la literatura, esa es la verdad y creo que la literatura es la verdadera realidad. A la vejez última he descubierto que eso de literatura y realidad es una falsa contraposición, la realidad es la literatura. La realidad real, no es real, no existe.
Necesitaría 103 años para contrarrestar esta afirmación, y creo que no serían suficientes. Llevo 37 pensando que la realidad es la literatura, pero los argumentos se me escapan como anguilas. Tendría que apellidarme Ayala y ser sabio para defender mi tesis, pero son dos cosas a las que ya he renunciado de antemano.
Pero uno todavía confía en que el Premio Herralde sea, entre los grandes, el único con alguna credibilidad como para seguir haciendo referencia a él cada año. Es casi seguro que no voy a comprar el libro de este ganador (la pereza anticipada que da leer un texto insiprado en el 11-M es descomunal, pero en cambio sigo en busca de la gran novela sobre el 11-S: habrá que analizar freudianamente esta dicotomía), aunque como ya me ocurrió el año pasado con Thays, tengo mucho más interés por leer al finalista. Y la razón es estrictamente bloguera: una vez más, un autor de blog se lleva el segundo galardón, e imagino que con él arrastra a una gran parte de sus lectores de la red. Me temo que ese salto sea de lo más natural hoy en día: el escritor en ciernes prueba su talento en un formato ágil e interactivo (¡y gratuito!) y una vez fogueado, se lanza al formato mayor. Tanto da que ya haya publicado algo antes: necesita el respaldo de un premio grande para consolidar su proyección.
Juan Francisco Ferré, a quien me refiero, mantiene el blog La vuelta al mundo. Curiosamente, 48 horas después de hacerse público el veredicto todavía no ha actualizado la página para comentar la noticia de la que él mismo es protagonista. Es un blog joven, creado en 2008. Tengo ganas de saber si la solapa de Anagrama, como ocurrió con Thays, va a mencionar el oficio de bloguero entre las bondades del autor. ¿Considera el bloguero medio sus posts como una extensión de su vocación literaria? ¿Se enorgullece de ello?
Antiguamente, el blog era un cajón de escritorio con libretas usadas. Como mucho, eran textos que pasaban de manos entre dos o tres compañeros de clase, los más íntimos, o acababan en las páginas de revistas locales de escasa difusión. Es por eso que no hay libros editados con recopilaciones de un blog, excepto algún caso muy contado: nadie iba a leer tanta hojarasca de uso inmediato y virtual.
Los blogueros, pues, ya están en la cúspide. Alguien podría pensar que mi adjetivo es peyorativo, y sin duda es todo lo contrario: que el escritor y el bloguero coincidan en la misma persona es más una ventaja para el primero que para el segundo, si bien se mira: no sólo los lectores de Anagrama comprarán su libro, sino también los seguidores de su blog. Es la estricta razón por la cual leí la última novela de Thays, animado por su Moleskine. Y es una razón tan poderosa como cualquier otra.
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Desde otro blog, Algún día en alguna parte, leo la suculenta cita de Francisco Ayala:
El sentido de mi vida está en la literatura, esa es la verdad y creo que la literatura es la verdadera realidad. A la vejez última he descubierto que eso de literatura y realidad es una falsa contraposición, la realidad es la literatura. La realidad real, no es real, no existe.
Necesitaría 103 años para contrarrestar esta afirmación, y creo que no serían suficientes. Llevo 37 pensando que la realidad es la literatura, pero los argumentos se me escapan como anguilas. Tendría que apellidarme Ayala y ser sabio para defender mi tesis, pero son dos cosas a las que ya he renunciado de antemano.
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