Este agosto, el suplemento dominical de "El País" nos ha recuperado al Marías cuentista en "Caído en desgracia", un interesante ejercicio que, luego hemos sabido, tiene su origen en el Festival Letterature celebrado en Roma entre los meses de mayo y junio. La historia narra la peripecia de una pareja de italianos, Giovanni Lambea y Sara, de visita en Madrid (por asuntos laborales él, de cierta envergadura por sus implicaciones políticas; de turismo ella) y del narrador que hace la función de acompañante o guía de la pareja pero con algunas tareas añadidas: debe ser de alguna manera su protector, la persona que debe impedir que a ellos les pueda ocurrir cualquier cosa mala: "resolverles cualquier dificultad o problema y adelantarme a los contratiempos (...) protegerlos con mi presencia". Pero este guía, de quien nunca sabremos su nombre, recibe una llamada de sus jefes o superiores advirtiéndole que la situación ha cambiado y que su protección debe tornarse en dejación de funciones, ni impidiendo por lo tanto cualquier acto que pueda perjudicar a los Lambea ni siendo demasiado protector. El aviso, pues, implica la sospecha de que en cualquier momento alguien intentará matar a Giovanni y a Sara y el narrador será testimonio inevitable del hecho: "tendría que ser su testigo, me vería obligado a asistir a ello y a no intervenir, a no echarles una mano".
Se me ocurren algunas observaciones que pueden dar la pauta de por qué precisamente este cuento y por qué ahora:
- Marías ha dividido la escritura de sus últimos cuatro o cinco años en dos parcelas muy delimitadas: la escritura de Tu rostro mañana, aún en proceso, y los artículos semanales sobre la actualidad que nos rodea en "El País Semanal". En este cuento bebe de ambas fuentes y aparecen datos que nos ligan tanto a la novela como a su faceta articulista. Por un lado, el ambiente en el que se desarrolla la historia pertenece al mundo de los agentes secretos, a las personas que se dedican a trabajos de seguridad con conexiones políticas y que nos remiten diáfanamente a los espías y a sus conexiones. No sabemos en qué trabaja Giovanni ni con quien se reúne en sus encuentros, ni sabemos para quien trabaja el narrador ni cuál es su función específica más allá de la de ser "protector" de personas. Pero sí sabemos que todo ello tiene ramificaciones con los fondos reservados, con el mundo subterráneo que sabemos que existe pero que nadie conoce, con la trama que se va tejiendo desde Tu rostro mañana y que es el mundo ficcional que ahora envuelve al autor, y del cual parece no poder despegarse. Por otro lado, los comentarios del narrador también nos devuelven al Marías apegado a su cotidianidad y que, con cara adusta y algo doctrinal, sarcástico pero con un desasosiego permanente, despotrica contra lo que ve y siente: "la Plaza Mayor, ésta hoy ya no gran pérdida, cada vez más degradada, nueva Corte de los Milagros llena de pordioseros con pústulas o sin brazos, de buhoneros desaprensivos con casetas municipales y de vagabundos africanos aletargados o bien eslavos más aguerridos, estos últimos botella en ristre demasiadas veces, nuestros alcaldes la han convertido en un perpetuo escenario circense". O bien esa mención infaltable: "en cada obra (siempre mil en Madrid) un accidente, una trampa". Parece que, por ahora, no hay otro Marías posible más allá de su presente visión literaria y, por así decirlo, periodística.
- Es curioso como últimamente estoy leyendo novelas con un ambiente de ciudad preciso, exacto y delimitado, con calles y plazas reconocibles. El París de Monsieur Pain, la Roma de Una novelita lumpen, la Barcelona del Paralelo y los cabarets decadentes de Las bailarinas muertas, el Madrid de este cuento: "Tal vez a la tarde sí convenía alterar los planes y no llevarlos a El Escorial –una hora de carretera, otra a la vuelta, y total: masiva piedra– ni a deambular por el Madrid de los Austrias, se quedarían sin ver el Palacio Real, la espantosa Almudena –Catedral abyecta y reciente, más valía– y la Plaza Mayor".
- Pese a todo, ha habido momentos que me han llevado, retrospectivamente, a mis tardes de sofá con Corazón tan blanco entre las manos o con Mañana en la batalla piensa en mí. He tenido la sensación (y puede que sea debido a las propias obligaciones del formato cuento) que aquí hay un Marías más discursivo y menos digresivo, y un Marías que recupera lo que era un elemento marca de la casa: la repetición de sentencias, también presente en Tu rostro mañana pero con algo menos de fuerza (digresión obliga): "Los Lambea han caído en desgracia" / "Pensé que había nacido en desgracia." / "No creía haber caído en desgracia, eso era seguro, pero acaso sí haber cedido terreno". O bien: "Es suficiente creer que la vida de alguien depende de la presencia de uno para no negársela", frase repetida con exactitud cuatro párrafos después. O incluso "los ojos acusosos" de Giovanni o la "mirada verde" de Sara, dos caracteres que se retoman en varias ocasiones.
- Las relaciones que se establecen entre hombres y mujeres en las obras de Marías merecerían un buen estudio. Abunda la relación fría empañada con el vaho de la atracción sentimental, un no querer implicarse pero pensando en lo que sería de nosotros con esa persona, a su lado; un interés en conocer más (qué hay debajo de sus palabras, de su ropa) pero desplegando un velo que no permite la aproximación completa nunca: "a Sara en cambio le cogí simpatía, no más que eso, quizá por su largo esfuerzo, o quizá me agradaba su mirada serena verde que se alarmaba fácilmente", pero más tarde: "Lamenté ser para siempre eso, un esencial desconocido".
- Dos destellos: cuando alguien me pregunta cómo escribe Marías, le puedo dejar una frase como esta: "Giovanni era un fabricante incansable de chasquidos de lengua y suspiros hondos de Sara, también de aceleraciones de su asustadizo pulso", no me hace falta añadir mucho más para percibir un estilo. Y si me pregunta de qué habla, le puedo dejar un lugar común, un fetiche: "Y sin embargo allí permanecía encadenada como un fantasma, la devoción difunta más allá de su fallecimiento".
Me ha gustado este cuento, sí. Hay pasiones que duran toda una vida.