Entre las tareas pendientes estaba sin duda la inmersión en la biblioteca del Reino de Redonda, que ya pasa de la docena de títulos y que voy coleccionando con disciplina para ir preparando desde ahora mis lecturas de senectud. Pero antes de que las arrugas hagan mella en mi cuerpo decidí iniciar ya la ruta con el primer volumen, este La mujer de Huguenin del que iré comentando sus relatos uno por uno en sucesivas semanas.
Al encararme con una nueva editorial (por mucho que el Rey Xavier I diga que no, que esto es sólo una recopilación de papeles reales y no una empresa) hay que hablar de los alrededores: de las tapas, de las hojas, de la tinta. El oficio de editor me gusta casi tanto como el de escritor, y además de escritor, editor y crítico frustrado también soy un imposible lector de editoriales. Perdón por el excurso, pero siempre me ha parecido asombroso que existan personas que se dedican a leer para ciertos sellos y que su juicio sea decisivo para conformar catálogos. ¡Eso quería ser yo de pequeño, y no astronauta!
La colección regresa a la tapa dura, y utilizo el verbo en pasado porque uno tiene la sensación de que ese tipo de encuadernación pertenece a una época remota, previa a la mercantilización de la letra escrita. Me gusta el minimalismo de la portada pese a la idea de cambiar de color en cada volumen, lo que convierte la estantería en un arco iris muy a lo sixties. Y las hojas, peligrosamente sutiles, hacen que la tinta aparezca casi en relieve, como quien lee en braille. Lástima que se atenga también a esa moda horrible (que Acantilado adoptó, pero jamás Anagrama) de situar los índices al inicio y no al final del libro: ¡yo no quiero saber de antemano qué albergan sus páginas, ni la longitud de cada cuento, ni si hay apéndices al final, hasta llegar a ellos! [no hagan caso a este bibliófilo irredento].
El primer cuento, Vaila, es de hecho casi una nouvelle presentada como la obra más conseguida de M.P Shiell (Lovecraft dijo de ella que era su "indudable obra maestra") y donde podemos apreciar las constantes del autor, quien fuera primer Rey de Redonda. Se trata de una historia fantástica que bordea a ratos el terror, narrada a partir de una prosa barroca perfectamente a tono con el contenido del relato. Creo que la traducción de Antonio Iriarte (quien acaba de traducir en la misma editorial a Vernon Lee) es un pequeño prodigio de concisión y de apego a la voluntad de Shiell, y he saboreado un vocabulario algo añejo que no frecuentaba últimamente. Además el libro cuenta con un aparato de notas muy completo que aporta luz a las numerosas citas textuales del autor.
Hay dos referentes que yo remarcaría para desentrañar el origen de esta literatura, el primero es evidente y el segundo lo apunto como sorpresa personal. No hay duda de que Edgar Allan Poe es un fantasma que sobrevuela cada párrafo del cuento y que su presencia se nota en cada rechinar de puerta. Pero sobre todo hay un Poe que es referente casi exacto (sin que ello suponga copia de nada, sólo hablo de conexión tangencial) y es el que encontramos en La caída de la casa Usher. No hace falta ni haber leído el cuento, basta con recordar a Vincent Price escuchando el crujir de la madera de la vieja mansión y sabremos que este personaje deambula también por la surreal estancia que es a su vez casi único espacio de la historia. Me niego a aceptar, como dicen algunos cánones, que estos espacios casi vivos puedan considerarse personajes de la obra: sólo son espacios, pero su fuerza radica en que condicionan las vidas de cuantos moran en ellos y el relato avanza en función de sus paredes y muros. Si la casa Usher se resquebrajaba al mismo tiempo que aumentaba la insania de su propietario, la mansión de Vaila tiene sus días contados a causa también de una loca mente humana, y no voy aquí a explicar qué extraño mecanismo ocasiona el desplome.
El segundo referente, más sorpendente como digo, es el de Bernhard (que tiene, por cierto, una triste entrada en la Wikpiedia española: que alguien repare el daño), y no por el argumento en este caso sino por el mecanismo de relojería que hace que esta prosa y la suya puedan ser consideradas "prosas enfermizas". Recuerdo, por ejemplo, cómo en Helada un estudiante de medicina llegaba a una lejana aldea para seguir de cerca a un viejo pintor desquiciado, y cómo mostraba su azoramiento ante la evidencia de estar ante una mente complejísima. Nuestro protagonista también va ahora en pos de otro personaje que tanto por sus palabras como por sus reacciones pertenece al submundo bernhardiano, y me da igual si Shiell leyó o no a Bernhard: el hermetismo de Harfager me recuerda profundamente al de ese pintor, aunque la brevedad del género no ayuda en este caso a profundizar demasiado en el perfil.
Lo más interesante de Vaila radica en todo lo que aporta a la literatura fantástica, que no siendo aspectos muy novedosos sí dejan entrever un claro dominio de las reglas clave: la llegada del protagonista a una tierra ignota (¡ay, cuántos Piñols perdimos por el camino!), los entes fantasmales que pululan por el lugar (Lady Swertha, Aith), el decorado tenebroso, un misterio de fondo que no se resolverá hasta las últimas páginas, y un protagonista que mira este mundo con ojos de perplejidad, que son los del lector. También sorprenden los guiños intelectuales mediante palabras extranjeras no traducidas y las citas literarias o bíblicas que contiene, dándole al conjunto un aire de relato culto y alejándolo de la consideración de este género como literatura popular.
Javier Marías se vio en la obligación (léase esto como un simple juego literario) de difundir la obra de Shiell, y qué mejor que editar algunos de sus textos. Hubiera podido pasar que la calidad de este Rey no diera para sacar sus obras a la luz, pero no es el caso. Lo extraño es que hasta ahora hayamos tenido la oportunidad de conocer a este interesante autor ya elogiado por H.G. Wells o Hammet, de quien profundizaremos tras la lectura de los siguiente cuentos.
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Anda, los donuts!
La clase de griego, por Han Kang
Hace 15 horas
3 comentarios:
Querido Jacobo: Hoy he puesto algo en mi foro que te traigo aquí porque no sé si entras ni si te avisará tu primo Montero :-). Lo premetido es deuda.
Un brazo muy, muy cariñoso y feliz de verte aquí otra vez.
Anacrusa
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Un años después de lo prometido, hoy por la mañana, he ido a la Feria del Libro de Madrid con un sobre grande y abultado; dentro, 57 páginas que es lo que ocupan las dos que hemos dedicado aquí a Don Julián Marías. He ido derecha a la caseta en que sabía que estaba su hijo para dejársela a los dependientes con una nota para él, pero sólo tenía tres personas en la cola para firmar sus libros y he esperado, aún a riesgo de un bufido de los suyos. Hoy estaba sin gafas de sol ¡la primera vez! y miraba a los ojos de la gente con un gesto más suave, más cansado, más mayor del de siempre.
Le he dicho quién era y le he dado el sobre y las dos entreguitas, que le había prometido, de mi pobre y truncada historia familiar. Le he avisado de que eran artículos, fundamentalmente, que ya conocería, pero que quería llevarle la conversación completa (He pensado que no entendería bien si le decía "hilo") en que hablamos de su padre; que había pocas aportaciones personales, pero que se fijara, sobre todo, en la última, de un tal Jacobo Deza, que era muy hermosa. Estaba primero sorprendido y después emocionado, realmente emoconado desde el mismo momento en que he comenzado a decir. "Cuando murió tu padre...".
Muy amable, muchas, muchísimas gracias ha dicho y me he ido.
Lenta, pro segura. Me he quitado un peso de encima.
Repito otra vez para tí sus palabras: muchas, muchísimas gracias, Ana, por el detalle, que he aprovechado para regresar al artículo. Lo he releído y me he visto reflejado en él, no cambiaría ni una coma de lo escrito entonces.
Estuve paseando por Madrid en febrero y recuerdo haber cruzado al atardecer la Plaza de la Villa y haber mirado las luces del edificio esquinero, pensando en las palabras que a aquella hora podían estarse escribiendo allí mismo. Paseé el día siguiente por el Retiro y miré también a la gente que caminaba a mi alrededor, pero ninguna mujer con perro cruzó por mi lado (quiero decir, muchas mujeres y muchos perros, pero no quien mi imaginación dibujaba).
Ya hubiera sido demasiado entrar en cierta libería, así que, lento y seguro, me fui.
Encantado de leerte de nuevo.
Claro que no puedes cambiar ni una coma; sigues siendo la persona sensible y hermosa que lo escribió. Tampoco yo cambiaría una coma si fuera capaz de escribir algo así. Ahora puedes imaginarlo tras esos cristales iluminados, leyéndote a ti :-) Qué bien ¿Verdad?
Si recuerdas, en la Plaza de la Villa, frente a la calle Mayor, al otro lado, hay una callecita con un arco; después de ese arco, en la Calle Sacramento, vivían mis abuelos. Es una zona que me gusta y que quiero. Está bien que viva ahí, una suerte para él.
La próxima vez que vengas a Madrid, estaría muy bien que, en lugar de buscar a una mujer con perro, la llamaras y pasearais juntos (con el perro incluso) y juntos fuerais a esa librería ¿No? Deja una especie de melancolía saber que has estado ahí y yo mirando al techo de mi casa. Hace ya tanto, tanto que nos "conocemos".
Ha sido un placer, ya lo sabes.
Un abrazo.
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