Regreso de un breve periplo por tierra adentro y he aprovechado (entre muchas otras ocupaciones que me tienen al límite de la resistencia) para observar de cerca lo que Dawkins sugiere, o mejor instiga, desde su último libro. Qué mejor lugar para ello que esos recónditos parajes en los que, aparte de Dios, no hay mucha más gente que pueda descubrir alguna razón precisa para la existencia humana. El devenir de muchos de mis vecinos no es más que una dura tarea para la que ya parecen preparados desde siempre, como si la creación no hubiera tenido otro sentido que el de comer (mañana, tarde y noche) un huevo, gallopinto y un pedazo de queso.
En la parroquia veía los brazos de cada uno y se me iluminaba la mente: eran brazos, cómo decirlo, alicaídos, con poca prestancia, acaso sumisos. Es curiosa esa fijación mía con los brazos, pero asocio ese par de extremidades al esfuerzo y al trabajo, al ejercicio y la gimnasia, a la escritura y al pincel en mano. Yo miraba fijamente esos brazos dimitidos y no podía ver nada más: lo extraordinario es que dimitían al verse rodeados de imágenes y cirios y ya regresaban a sus casas sin serles devueltos el tono, la rabia, el puñetazo sobre la mesa.
Esta actitud me interesa mucho, y por eso leo ahora a Dawkins, y por eso estoy terminando un largo artículo muy incorrecto que quizá no encuentre editor por ningún lado y acabe colgado en el blog, quién sabe. Recién he terminado los capítulos 2 y 3 de El espejismo de Dios y añado a lo ya dicho estas breves consideraciones (el sueño pesa pero les debo unas palabras):
1. El tono sigue siendo el mismo, a veces demasiado insistente y siempre con la certeza de que aquello que explica es tan evidente que no hay lector que no lo pueda apreciar de un vistazo. Este posicionamiento da que pensar: barrer a escobazos a todos los que han intentado demostrar la existencia de Dios desde distintos puntos de vista (algunos, ciertamente, desde puntos que dan algo de vértigo) sólo suscita la conmiseración del que perdona las faltas. Yo se las perdono a Dawkins, pero admitiendo que esas faltas esconden el esfuerzo por deconstruir cada argumento y ofrecer alternativas. Demasiadas veces se repite una sentencia del tipo "bueno, esto es tan evidente que ya no requiere decir más", o "este argumento es tan desquiciante que no voy a hablar de él" (¡pero mientras escribía esto ya lo sacó a relucir!).
2. El desorden del capítulo 2 tiene una correlación perfecta con la estructurada exposición del capítulo 3: la hipótesis de Dios obliga al autor a un ir y venir por una infinidad de citas, alusiones y experiencias de todo tipo, de la que el lector sale un poco alterado. Sin embargo, el tercer capítulo expone diversos intentos por demostrar la existencia de un ser sobrenatural, todos fallidos y que aportan poco al debate final. Pero esa es la conclusión rápida de Dawkins, no la mía, que debo ser menos dado a las evidencias y cualquier dato me merece una reflexión, incluso aquél expuesto por un personaje que midió las posibilidades de Dios en un 67%. No me negarán que un intento así, literariamente, es de una riqueza extrema, por mucho que desde la ciencia sea aplastado como quien pone un zapato sobre un escarabajo.
3. Tampoco el chascarrillo continuo da muestras de nada, incluso creo que tampoco sirve para ratificar el sentido del humor de Dawkins. Quizá las ironías que hay en casi cada párrafo ayuden al propósito del autor, que no es otro que descalificar cualquier intento de justificación de Dios, pero de nuevo no aportan argumentos para defender la tesis contraria. Pero hay esperanzas, y sería yo el falsario si no lo dijera: los siguientes capítulos servirán para exponer, según avanza en muchas ocasiones, sus postulados.
Recuperado, y con el sueño ya expulsado, volveremos a nuestro nivel habitual.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 12 horas
2 comentarios:
Reflexiono sobre el eco de esta entrada: a nadie le interesa Dios. Es un tema en el que no profundizamos, dialéctica de salón a lo sumo. La Revista de Libros dedica su último número a la reseña de obras recientes sobre el diseño inteligente del universo. Es una forma de actualizar la cuestión y el debate de Dios, por lo de hacerlo más científico, pero me dá que sigue sin interesar. Queda con Dios, hermano Jacobo.
El principal problema es el enfoque que quiera dársele a ese debate, si aceptamos participar con reglas científicas o debemos atender también posturas ajenas a esas reglas (cuestión de fe). Dawkins, claro, defiende que nada puede quedar al margen de la ciencia, y que la religión es un tema que debe someterse, como cualquier otro tema, al escrutino de la ley de probabilidades, caso que no existan evidencias tangibles. Pero hay algo que sigue fallando a mi modo de ver en toda la argumentación, y es a lo que voy a dedicar mis reflexiones próximas, Dios mediante (entiéndase el término panteísticamente).
Publicar un comentario