martes, 19 de junio de 2007

La mujer de Huguenin 3: El aciago sino de un tal Saul

Bajo este benetiano título se esconde un inspirado cuento marinero que rompe de manera parcial con el género hasta ahora visto en los dos primeros relatos (fantasía y terror) y se adentra en la historia y la relación de hechos verídicos. Así, como voy a explicar, hay dos partes diferenciadas en la historia, no separadas por ningún elemento tipográfico, que dividen hechos propiamente realistas y una larga escena que cubre casi toda la segunda mitad cuya atmósfera asfixiante tiene ecos de literatura de género. Publicado inicialmente en una revista, se editó después en la colección de cuentos Here Comes the Lady del propio autor, cuyos argumentos nacen de un tópico señuelo al estilo de Las mil y una noches: distintos jóvenes narran una historia individual para ganarse el amor de una muchacha.

En este caso, Shiel alude a otro tópico recurrente como es el del manuscrito hallado en una botella: el narrador dice que encontró un documento extraño fechado a inicios del siglo XVII en un arca de archivos bibliotecarios, avanza parte de su contenido y se dispone a transcribir palabra por palabra lo que leyó, aunque advierte:

Modifico unas cuantas de sus expresiones más arcaicas, restituyendo algunas palabras en los lugares en que se ha corrido la tinta”.

Este recurso da paso al relato en sí, que al lo largo de las dos primeras páginas es un rápido repaso por las penurias de juventud de James Dowdy Saul, marinero por vocación que acaba formando parte de la tripulación de balandros y bergantines de reconocidos piratas. Este resumen precipitado peca de algunas incorrecciones temporales, como se nos indica en los notas finales del traductor, pero es prolijo en nombres de capitanes y barcos y parte de la voluntad de aferrarse a hechos reales.

En uno de sus viajes, con rumbo a las colonias españolas de América, acaba siendo apresado por poco tiempo y se instala después en San Juan de Ulloa (antigua Veracruz), donde da inicio el verdadero meollo del cuento: en 1571 la Inquisición llega a las Indias Occidentales (dato fehaciente) y cuatro ministros del Santo Oficio lo vuelven a apresar, esta vez con consecuencias predecibles: juicio sumario, tortura y encierro en un bodegón de un navío.

Intuyo a estas alturas que el buen hacer de Shiel se desparrama en todo su esplendor en los relatos de corte fantástico, cuyas reglas domina y lo acercan, como vimos, a la maestría de Poe. Pero incluso en este cuento más estereotipado (durante su lectura pasan por mi cabeza Conrad, Eco y hasta Pérez-Reverte) hay un elegante savoir faire que sobrevuela cada párrafo, y Shiel también acierta en la pegada corta: sin argumentos enrevesados logra que el lector se interese por la peripecia narrada y continúe la exploración.

A partir de una tempestad desbordada en alta mar, el capitán y sus compinches deciden deshacerse de Saul de una manera cruel, y la narración en primera persona de todo el proceso por el que pasa el protagonista se convierte en un cambio de registro que nos vuelve a acercar hacia una literatura semifantástica, no tanto por lo irreal de la situación narrada como por la sorprendente insistencia de Shiel en detallar ese pasaje con cruel delectación. Es, sin duda, lo mejor del cuento: aquí aparece un Saul que va asumiendo su estado lastimoso y minuto a minuto va acercándose a una muerte que nunca termina de llegar:

No percibía golpe ni sacudida alguna: mas mi corazón entero era consciente de la celeridad de mi caída del mundo (...) Gemir no podía, ni suspirar, ni llorarle a mi Dios, sino que estaba petrificado por la grandeza de mi perecimiento”.

Esta morosidad es la que da un margen para hacer coherente este cuento con los dos anteriores, ya que la agonía de Saul es una reverberación de las agonías previas de otros personajes (Huguenin, Lady Swertha), pero con la salvedad de que aquí el protagonista vive en primer persona esa agonía, y nos es contada sin los ojos intermediarios de otros narradores. No importa saber si hay salvación, porque la propia escritura del texto ya indica que sí: vivió para contarlo.

Por lo demás, no hay alharacas añadidas: lo clásico es aquí un valor y pretender lo contrario sería, simplemente, cambiar de libro.

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Ahora sí, Cueto en su lugar natural.
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Javier Marías denuncia en EPS la contagiosa locura del actual gobierno socialista, que tiene su origen en la locura primigenia del PP. Lo curioso es que, mientras escribía, no cayó en la cuenta de su propio contagio periodístico (fanático, grosero, mentecatez, cenizos, chulos, jodío, mamarrachadas) con la prosa incendiaria de su buen compinche Pérez-Reverte.

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