sábado, 26 de mayo de 2007

Los sin Dios

Vamos a hablar, y mucho, de esta obra de Richard Dawkins recién traducida al español con el título de El espejismo de Dios. Algunas voces comentan la importancia de este ensayo y el antes y el después que comporta, aunque mi tradicional escepticismo (ya sea con Dios o con las novedades bibliográficas) me impida ver que Dawkins haya cruzado alguna línea a partir de la cual el mundo ya es otro. Simplemente, al menos con lo poco que llevo leído, estamos ante una buena recopilación de datos y citas sobre lo que antes ya se ha dicho sobre el tema, y llegando a algunas conclusiones originales con las que aún no me he topado.



La pretendida novedad de la obra choca contra la evidencia de la cantidad de autoridades a las que el propio Dawkins alude y que comenta profusamente. Mucho chiste fácil también, todo hay que decirlo, y algunas anécdotas relevantes. Hay dos prevenciones que me asaltan ya de entrada y que expongo:

La primera es el excesivo uso del lenguaje incisivo para convencer al lector de las bondades de su discurso. La violencia verbal disimulada como razonamiento conclusivo (tanto que no hace falta demostrarlo) no dice nada bueno del autor. El inicio del capítulo 2 es una diáfana muestra de este ejercicio:

"El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo".

Esta ristra de adjetivos incita a pedir pruebas concluyentes de tales apreciaciones, por mucho que el efecto buscado sea el de sacudir conciencias o levantar dudosas polémicas. La prueba puede ser el libro completo, pero es una respuesta insatisfactoria: immediatamente después del insulto hay que poner las evidencias sobre la mesa, o retractarse. Si Dios es sadomasoquista, que no tengo por qué dudarlo ni por qué asumirlo, Dawkins está obligado a explayarse sobre ello y no a quedarse saciado por su valentía verbal.

El segundo pero hace referencia al desorden temático que afecta al ensayo. Aunque en apariencia se sigue un discurso por partes, el tema es lo suficientemente amplio y complejo como para que el hilo deba ser bastante visible, con trazas en el camino. Al contrario, hay muchas ideas y también atajos o correlaciones que dan medida de esa complejidad pero sin una ruta clara. Parece que la mejor manera de demostrar la inexistencia de Dios sea acumulando pequeñas citas que acaben construyendo una montaña de opiniones, y la misma acumulación se convierta en dato inefable.

Pero estas prevenciones no afectan a mi recomendación sobre la lectura del libro. Al revés: creo que Dawkins es honesto, y eso aporta un plus de credibilidad que sus defectos nunca terminan por borrar. A pesar incluso de su tono incisivo que a ratos se transforma también en doctrinal: su convicción acerca de lo que dice, y su necesidad por ganarse la complicidad lectora, obligan a prestar atención a cada nuevo párrafo y a intentar separar el grano de la paja.

Hay cuatro mensajes de concienciación en el párrafo que definen bien el propósito del autor: se puede ser feliz e intelectual y moralmente realizado siendo ateo; el proceso de selección natural de las especies es la mejor explicación para cuanto nos rodea; los niños ni nacen ni son religiosos, y hay que reivindicar el orgullo del ateísmo. Avanza también que su obra está destinada, de manera especial, a los que no piensan como él y está tan convencido de su labor que asegura que después de su lectura no puede haber nadie que pueda pensar igual. Esta inocente seguridad quizá podría convertirse en mi tercera prevención al libro, puesto que no hay sector más eternamente convencido de su posición que el de los fervientes beatos.

En el primer capítulo realiza una necesaria distinción entre teísmo, deísmo y panteísmo, para demostrar lo absurdo de la afirmación de que Einstein era religioso. Eso le conduce, meandros aparte, a la denuncia del exagerado respeto que se tiene hoy día por la religión y expone el ejemplo más palmario de cuantos han sucedido en los últimos meses: la publicación de las viñetas de Mahoma en un diario danés y la furibunda reacción que ocasionó en el mundo musulmán, pero de manera especial la azucarada actitud de algunos políticos europeos frente a este pulso y la ridícula apelación al respeto entre culturas.

Dawkins también pide que el libro ocasione una cadena de reacciones y que haya un levantamiento de los silenciados ateos: no sé si este hilo que comienzo pueda responder a eso, pero será mi modesta contribución a la causa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sobre el tema recuerdo que leí "Por qué no soy cristiano" de B. Rusell y me decepconó. Supongo que buscaba el argumento definitivo. Sobre Dios no hay argumento definitivo. Como muy bien apuntas, la legión de creyentes y entusiastas son el mejor valedor contra su inexistencia.