domingo, 23 de mayo de 2010

Llamadas telefónicas (5): Llamadas telefónicas

¿Alguien dijo Monzó? ¡Que venga Quim y lea este cuento! La historia de desamor que en él se narra recuerda poderosamente los breves relatos del catalán, con sus seres anónimos y sus desamparos manchando cada línea, cada breve oración: no hay lugar para el adorno, aquí todo es esencial y cada frase está depurada hasta el extremo:

Esa noche llama a X y le cuenta el sueño. X no dice nada. Al día siguiente vuelve a llamar a X. Y al siguiente.

El problema, el gran problema, es que este es un mal cuento. Diré mejor: este es un cuento puramente alimenticio, sin apenas ambición y que semeja más bien un ensayo de cuento, un borrador que algún día quizá habría de convertirse en una gran historia. Lo único que puedo sacar en claro es que a Bolaño no le pega el estilo monzoniano, y basta con comparar la pequeña maravilla que es Sensini con estas Llamadas telefónicas, que aunque den título al libro no pasan de ser un ejercicio de lo más trivial.

La trama se divide en dos partes: la primera no va más allá de describir el enamoramiento de una persona hacia otra, con tintes melodramáticos si no fuera por la sequedad de la prosa. Bolaño destila mala leche, qué duda cabe, y eso salva al conjunto de caer en la telenovela más mexicana de todas. Y el autor, en un amago de autosinceridad, da el paso hacia la segunda parte de manera enfática:

Hasta aquí la historia es vulgar; lamentable, pero vulgar.

La muerte acecha en la segunda mitad del cuento y da un vuelco a la historia, por lo demás del todo predecible. Investigación policial, viaje a la escena del crimen, regreso a casa, resolución del asesinato. Todo ocurre en cinco páginas, así que la historia no da más que para un boceto de guión.

Los detractores de Bolaño, que los hay a patadas (tantos como enfermizos fans) suelen detenerse en este tipo de cuentos para denostar al autor. Y bien que hacen, porque no hay otro sitio por donde segregar su bilis. Este es el peor Bolaño y lo reencontraremos en otras antologías, porque de él se ha publicado ya todo folio que contuviera alguna letra manuscrita. El caudal de libros que Anagrama ha ido publicando, en vida y post mortem, sobrepasa cualquier capacidad para mostrar la brillantez de la creación literaria en todo lo que ya es público. Suelo reiterar en estas ocasiones que para el filólogo y el bloguero es una maravilla tenerlo todo tan cerca, sin tener que rebuscar en archivos ocultos. Para el lector medio es un pésimo favor, porque da argumentos a los enemigos que sólo buscan bulla: que si frases de sujeto, verbo y predicado, que si vocabulario limitado.

Pero Bolaño está mucho más allá de estas Llamadas telefónicas, y no hace falta salir del propio volumen que las encierra para verlo, por poco que uno tenga cierta sensibilidad literaria.
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Hoy es un días de esos felices, en que uno encuentra (por ejemplo) La tentación de lo imposible de Mario Vargas Llosa, en una parada de libros de viejo pero todavía con el recubrimiento plástico intacto, por sólo 180 córdobas, o sea 8 dólares y medio, o sea 6,8 euros.

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