Regreso de El Salvador después de dos semanas de viaje, con demasiados compromisos y poco tiempo para la escritura. Me siento como el alumno que no cumple con sus tareas: ¡No has hecho el comentario de texto, chaval! Es lo que tienen los blogs: uno nunca termina de entender dónde acaba la obligación y dónde comienza el placer.
Es este un excelente cuento con un final mal resuelto. Así de simple. Bolaño acierta con creces en el choque de fuerzas de dos escritores antagónicos, que a lo largo de las páginas se observan desde la distancia y sólo se comunican a través de la crítica literaria. Su mútuo recelo y su larvada enemistad es un delicioso enfrentamiento mudo que sólo puede cerrarse en un encuentro personal como colofón del cuento.
Es el cuento más monzoniano que le he leído a Bolaño, y no sólo por la utilización de iniciales para nombrar a los dos personajes. La críptica relación personal, y en especial el estilo tajante e irónico, sintético, para describir las sucesivas acciones (A y B como dos seres arquetípicos de una sociedad literariamente enferma) recuerdan al Monzó de El porqué de las cosas. B alaba una novela de A y A no halla explicación al repentino aplauso crítico: busca argumentos y sólo encuentra ideas que desecha rápidamente, pues ninguna es digna de ser real. El propio cuento es una serie de posibles respuestas (A o B, como los protagonistas) a cual más disparatada, y todo para demostrar que en el mundillo literario los sables y cuchillos son frecuentes.
También hay aciertos en la siempre postergada posibilidad de verse cara a cara y resolver los enigmas: ni las llamadas telefónicas, ni los encuentros fortuitos pueden concretar un diálogo que sólo se adivina en la última página, cuando al fin B llama a la puerta de A. Justamente, para mí sólo había dos finales estimables, que siguiendo el juego enumero con las mismas letras:
A) B nunca llega a ver a A. La última frase lo coloca frente al timbre, que pulsa, y nunca llegamos a saber si la puerta se abre realmente. Sería un final monzoniano también.
B) B y A se encuentran y establecen un diálogo patético, que quizá no resuelve ninguna duda pero que los hunde más y mejor en el lodazal de la literatura.
Bolaño opta por un final intermedio entre ambos: la puerta se abre y se intercambian cuatro palabras de compromiso. Fin. Creo sinceramente que es la peor resolución posible una vez leído todo lo que antecede: no aporta nada a la historia y la imaginación tampoco puede volar. Se encuentran, sí, y todavía no dialogan. Se rompe el hechizo de la búsqueda pero no se nos da a cambio información adicional. Era mejor no romper el hechizo, o romperlo y abrir la caja de los truenos.
Por lo demás, el cuento está lleno una vez más de frases sutiles y enigmáticas del mejor Bolaño, el que es capaz de soltar perlas como esta:
Después se queda dormido al sol y cuando despierta el parque está lleno de mendigos y yonquis que a primera vista dan la impresión de movimiento pero que en realidad no se mueven, aunque tampoco pueda afirmarse con propiedad que están quietos.
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Hay tres cosas que leería ahora a la carrera, sin pestañear: la nueva edición de Las armas y las letras de Trapiello; Algo elemental de Eliot Weinberger, un collage barroco e inquietante sobre los tesoros del mundo; y Tworki de Marek Bieńczyk, cuyo primer párrafo hace imposible no continuar leyendo:
Es del fondo de mis párpados fríos, del nacimiento mismo del río que han venido al mundo estas palabras. Sí, al principio fue la escritura, no muy bonita, las letras demasiado altas, apretadas, negándose el espacio, conteniendo el ímpetu de las frases. Uno podría decir: no se dan prisa las palabras en llegar al punto; otro: hay algo que las retiene; y todos, sin duda entre ellos yo mismo: querrían volver atrás, dar la vuelta, pero ya no pueden. Hay que darles por fin la oportunidad de llenar toda la línea, de margen a margen a pleno pulmón, ahora que ya todo ha terminado, o que ya da todo igual.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 9 horas
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