jueves, 8 de octubre de 2009

El mismo post de cada año


Ya que estamos terminando década, hagamos un repaso rápido de los premios Nobel de literatura desde el año 2000: Gao Xingjian, Naipaul, Kertész, Coetzee, Jelinek, Pinter, Pamuk, Lessing, Le Clézio y, ¡oh cielos! Herta Müller. Voy a ser subjetivo hasta el límite (no sin antes advertir una vez más del europeísmo que aqueja a la Academia, o del antiamericanismo que la azota) y diré que de los diez ganadores, hay dos que para mí son merecidísimos, dos más que puedo aceptar sin mucha reticencia, y seis que forman parte del montón de escritores olvidables y que en 100 años no constarán ni en los libros de texto de literatura.

Cada año tengo la sensación de estar escribiendo el mismo artículo por estas fechas, así que intentaré afinar un poco más mi análisis. Reitero que el premio Nobel no es el premio al mejor escritor del año, pues eso no consta en ninguna reglamento conocido. Los mecanismos de selección son insondables, y priman criterios políticos, sentimentales, patrióticos y quién sabe qué otros. Herta Müller no es mejor que Philip Roth ni que Vargas Llosa, y eso lo sabe cada miembro de la Academia y cada sueco que sepa algo de literatura. Así que es absurdo establecer comparaciones de calidad, pues no es de calidad de lo que hablamos aquí.

España es un país en el que se traducen muchos autores, y en general tenemos un nivel bastante aceptable de literatura internacional al alcance. Hay editores sagaces y hay traductores de oficio. Es por ello que es muy gráfico el detalle que comenta hoy un periódico digital: Ni rastro de Herta Müller en las estanterías de las librerías de Madrid. Siruela ya sacó de circulación los ejemplares que había editado de la autora, imagino que por la mínima repercusión que obtuvo en el mercado. Ni el boca-oreja, ni alguna crítica positiva, ni nada evitó que Müller pasara sin pena ni gloria y que ahora sea imposible (hasta dentro de un mes, si la imprenta funciona a todo gas) leer siquiera un fragmento de su obra en español.

Esta compulsión académica para epatar a los lectores es una de las claves de los Nobel de estos últimos años. Quizá sólo Lessing, algo más mediática, podría ser la excepción a la norma. Pero ya se advierte el interés por escarbar entre los jardines y buscar la hierba más rara y exótica de entre todas las candidaturas. Tampoco me quejo: si se trata de descubrir autores poco comerciales y que puedan tener una obra aceptable y coherente, pues aceptémoslo. Nos hemos empeñado en pensar que el Nobel es la máxima distinción posible, el cénit de años y años de trabajo y de exigencia, y al final resultará que no es más que un cazatalentos para personas maduritas.

También hemos adivinado ya la fórmula para conocer al ganador 24 o 48 horas antes del veredicto. Las casas de apuestas son un reflejo de esta sociedad Gürtel: todo se compra, todo se vende y todo se sabe. Alguien filtra el resultado y en dos días el futuro ganador sube como la espuma en las listas, como ha sido el caso de Müller y su escalada hacia la cumbre: imagino que alguien también se habrá hecho rico con la jugada.

En fin, vayamos a la frase que es ya lo único que me importa: "describir con la densidad de la poesía y la sinceridad de la prosa el universo de los desposeídos." Ahí está la clave, en un solo vocablo: desposeídos. En la alianza de civilizaciones en la que vivimos estoicamente, lo politicaly correct cotiza a niveles estratosféricos. Un Nobel para los desposeídos, esa es la medalla real. ¿Literatura? Eso ya es secundario, amigo.

3 comentarios:

Victor Lomelí dijo...

Por supuesto que es mejor que el antipático de Vargas-Llosa. Qué Philip Roth no, pero no le pide nada. Además, que Philip Roth lo ganara sería bastante comercial.

¡Bien por esta asignación!

J. M. dijo...

estoy de acuerdo con el comentario anterior; y añado:
el puto Premio Nobel está absolutamente sobrevalorado; como tú dices, se lo han dado a decenas de autores olvidables y algún que otro inolvidable, que lo sería igual (de inolvidable) sin el dichoso premio (Faulkner, Beckett...)

Carlos Gerardo dijo...

Coetzee fue la última decisión acertada de la Academia. Un buen autor. Luego Pamuk, pero a pesar de ser premios merecidos, no lo serían si no cumplieran los requisitos de ser "rarezas políticamente correctas" que cumplen la función de decorar el museo del Nobel. América (en general, no Norteamérica) no tiene nada de "exótico" respecto a la vida del primer mundo (a primera vista, claro, porque nuestra historia contemporánea es una fiesta): somos católicos o protestantes, vestimos "blue jeans" y compramos medicina importada y comida de franquicias. Tal vez la causa del eurocentrismo sea que el canon que hemos concebido es occidental.

Habrá que preguntarse también, en Latinoamérica, qué autor no se ha divorciado de la creación literaria y pueda ser considerado por Estocolmo (el Nobel para Vargas Llosa hubiera sido válido hace 20 años, o incluso 10). Podríamos postular a autores olvidados en el rincón de una estantería tercermundista. Tal vez esa sea descubierta una buena variante al eurocentrismo.