martes, 6 de octubre de 2009

¿Cuándo llegará la maestría, maestro?

Hay novelas que llegan a las manos de uno con el sambenito de obra maestra, y no estoy hablando de los clásicos incuestionables. Mi primera reacción siempre es la del cauto lector que no cree en taxonomías radicales, porque ya estamos curados de muchos espantos y prefiero la distancia adecuada. Son muchos los críticos que utilizan con sorprendente facilidad la etiqueta, y muchas las decepciones que llegan después cuando nos dan gato por liebre.

Acabo de meterme de lleno en El rey de las Dos Sicilas, una novela del polaco Andrzej Kusniewicz que arrastra consigo las múltiples veces que ha sido catalogada como obra maestra. ¡Qué carga más pesada! Valga la siguiente anécdota como simple reclamo: Álvaro Mutis se acercó un día a Jorge Herralde y le espetó sin sonrojo: "Tú eres el editor de El rey de las Dos Sicilias, siempre te lo agradeceré." Otras veces, el propio Herralde había contado maravillas de la novela, y no por casualidad la ha incluído como primer número de la nueva colección "Otra vuelta de tuerca" (que como lector paciente y también agradecido iré siguiendo con escrupulosa fidelidad).

Estoy en pleno read in progress, como hacen los buenos blogs. Ya he advertido mil veces que a mí, más que el resultado final (la mayestática valoración definitiva de la obra), me interesa el proceso de lectura, las sensaciones que despierta el pasar la página, el avance línea a línea por la novela. Y lo que tengo ganas de escribir ahora, que debe de ser una herejía para tantos validadores de obras maestras, es que las 40 primeras páginas de El rey de las Dos Sicilias compendian casi a la perfección lo que para mí es un arranque desincentivador. También es por esto que a mí me interesa el progress: ya pueden venir 300 páginas formidables después de este inicio, que no habrá manera de modificar el sentimiento de vano esfuerzo.

Esas primeras 40 páginas aglutinan un cúmulo de pequeñas anécdotas que para mí no tienen el más mínimo interés. El efecto narrativo es muy evidente: Kusniewicz abre la caja del puzzle y esparce todas las piezas por el suelo, pasando a detallar una por una lo que acaso representan (aquí y en este mismo instante, como no se cansa de repetir). Como no hay ninguna perspectiva de observación, no existe ningún hilo conductor que nos pueda hacer adivinar la fotografía final del puzzle resuelto, que muy probablemente se irá montando a medida que avance la obra. No lo sé, y ya lo descubriré, porque yo no me bajo en la próxima ni dejo un libro a la mitad. Nos puede ayudar el hecho de conocer el contexto histórico, si alguno de nosotros tuvo la fortuna de atender en clase al profesor de Historia minetras explicaba el imperio austro-húngaro y sus secuelas. Pero la novela, que no es una retahíla de batallitas, merece ser contada por sí misma y no en relación a fuerzas externas.

De este recurso del autor quedan numerosos pecios flotando por los párrafos: un sinfín de personajes que aparecen y desaparecen sin que sepamos nada de ellos ni por qué son convocados; hipótesis sobre el devenir del tiempo y sus consecuencias, deteniendo la acción y suspendiendo escenas (y no en momentos culminantes, precisamente); menciones cultas sobre autores literarios o musicales; descripciones muy minuciosas del espacio que corresponden a tiempos narrativos ínfimos:

"Uno de los sillones cubiertos con brocado de Pompeya está apartado y una de sus patas ha levantado una parte de la alfombra, de forma que muestra un trozo del suelo más claro y más mate en este lugar, porque, como habitualmente está tapado, no se lo encera ni se le da brillo a menudo"

Y si encima le agregamos la dificultad de pronunicar y recordar las decenas de Curcic, Mürzzuschlag, Bodenkredit-Anstalt, Stubenring, Királyi, Vilajcic, Kirkunfélégyháza, Fehértemplom y Zdenek Kocourek, la cosa se complica más (y ya sé que esto es un problema de los López y los Fernández y no de Kusniewicz). Pero mi opinión no quiere aterrizar en si esta es una buena o mala novela. De hecho se me acumulan muchas razones también para considerar gran literatura lo que tengo entre manos, como un humor muy fino o una prosa en la que no vamos a encontrar ninguna frase de fácil digestión. Lo que vengo a decir y repito es que este inicio es totalmente desmotivador, y que me perdonen los sutiles lectores que gozan con los obstáculos y las dificultades. Parece que Herralde se sorprendía de que una novela tan excelsa no hubiera encontrado el número de lectores adecuado, y de ahí la segunda oportunidad que se le da. Yo, al menos, ya empiezo a intuir muy claramente la razón de su olvido.
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Llega el Nobel, como cada año, y siempre voy a revisar la lista de apuestas por si hay novedades. De momento y a esta hora, cotizan bien Amos Oz, Assia Djebar, Joyce Carol Oates y Philip Roth. Pero ya se sabe que ser favorito en este premio es una terrible promesa de fracaso. El jueves nos vemos.

[Edición del miércoles 7: sube al segundo puesto de la lista Herta Muller, con una celeridad desbordante. Muy sospechoso y sintomático]

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