viernes, 2 de enero de 2009

Casavella, de entre los muertos

Ya me perdonarán que mi primer post de 2009 tenga un título tan funerario y que me ponga a escribir, precisamente, de un muerto. Pero como siempre que me doy a una tarea similar es con un motivo claro de homenaje, quizá tampoco haya mejor manera de comenzar el año que honrando a alguien que ya no está.

Hace un par de semanas incluí un contrapunto en uno de mi posts sobre el deceso, intempestivo y jodido, de Francisco Casavella. Tan intempestivo para él, a su edad esplendorosa, y tan intempestivo para lectores como yo, que aún no habíamos tenido ni tiempo para meternos de lleno (y como, según parece, sería muy recomendable) en su obra. Me pilló muy lejos su Premio Nadal y, al pasar los meses y regresar por fin a Barcelona, ya estamos en vísperas de otro galardonado. Y la trilogía de El día del watusi, que está hoy en edición accesible de bolsillo en un solo volumen, me acecha todavía desde las estanterías de La Central (ejemplar único en la sede del Raval este mismo lunes: no se me vayan a adelantar.)

El caso es que, como un autor terco que se niega a irse del todo en un momento álgido, su nombre ha rebrotado en varios artículos desde El Periódico de Catalunya, en una serie de respuestas que tuvieron su espoleta en un texto original, a modo de obituario, de Ramón de España. Valga decir aquí que este autor lleva años haciendo de outsider y de horma del zapato desde esas páginas, y lo celebro: su prosa es aparentemente inocua (igual te habla de un cómic con pasión como te revienta a un autor de culto que De España tilda de sobrevalorado) pero hay una tensión subyacente, nunca sabes por dónde te saldrá y cada artículo es una pieza única y original.

El día 18 de diciembre, Ramón de España se encargó de apoyar la noticia de la muerte de Casavella con una necrológica valiente. Evitando los lugares comunes y las lamentaciones impropias (que en todo caso deben quedar como reducto exclusivo de sus familiares: nada hay más espúreo que la lágrima fácil del cronista externo), se encargó de informar a sus lectores sobre algunas circunstancias de la vida del novelista, muy pertinentes para entender por qué un hombre puede morir a los 45 años. Me puede pasar a mí, piensa uno al saber la noticia, y es relevante que el periodismo me explique si estoy a tiempo de evitarlo. De España, que además tenía una cierta amistad con Casavella, escribió sobre el ritmo de excesos que éste llevaba y cómo esa actitud le iba provocando una merma en su salud, hasta el punto de definir el comportamiento del autor como autodestructivo:

Sus excesos habían derivado en un serio aviso y los médicos le habían prohibido el alcohol, el tabaco y todo tipo de sustancias recreativas, con lo que se enfrentaba al futuro sin entusiasmo. (...) Pero algo, nunca sabré exactamente qué, le arrastraba a esos bares en los que podía pasarse la vida (sin, por ello, dejar de cumplir sus compromisos con editores y lectores).


Ningún otro periódico informó de estas circunstancias. En El País hubo una necrológica olvidable, por intrascendente, de Ignacio Vidal-Folch. Sólo De España cogió el toro por los cuernos y detalló lo que él conocía por su relación con Casavella. No hizo falta esperar demasiado para las airadas reaccciones: el 24 de diciembre se publicó una respuesta, firmada por Joan Riambau, Xavier Antich, Javier Pérez Andújar y Emili Manzano en la que negaban las afirmaciones vertidas en el artículo inicial ("chismes de pacotilla", "chismorreo impropio") y acusaban a De España de indigno. Todavía ha habido nuevos aportes en días posteriores, como el de Joan Barril justo al finalizar el año, escogiendo el carril de enmedio y haciendo de funambulista para dejar contentos a unos y a otros.

Yo sí tomaré partido: la reacción furibunda de estos cuatro firmantes (por otro lado, y todo hay que decirlo, de trascendencia mínima en sus respectivos oficios) es de una candidez que tira para atrás. La horrible moda de lo políticamente correcto, que obligaría a pensar diez veces una frase antes de escribirla, es la muerte de la literatura y del periodismo. ¿Acaso piensan estos señores que la existencia de un hilo conductor entre drogas, alcochol y Casavella puede afectar a la estima de la obra literaria de éste? Quizás sí en cándidas ánimas sensibleras, pero jamás en uno solo de sus muchos lectores. La moralina que destila cada frase de la respuesta (hablan de memoria ultrajada) da una grima paralela a la de los sermones de un domingo de adviento. Y no han entendido (porque su obtusa moral les ha impedido una lectura desprejuiciada del texto de Ramón de España) que la necrológica era en realidad un homenaje certero, exento de compadreos, desnudo de ditirambos y de una honestidad furibunda.

Créanme que ese artículo de Ramón de España hizo crecer mi admiración por Casavella, al situarlo en un plano absolutamente inmediato y nada idealizado. El escritor en la calle. El escritor frente a sus miedos, sus logros, sus miserias. Y ante él, su obra permanente que no puede desligarse de su circunstancia vital. ¡Cómo íbamos a entender a Baudelaire, a Poe, a Bukowski fuera de su propio contexto! De ahí a la librería ya sólo hay un paso: leer, entender, trascender la anécdota. Literatura, le llaman a eso. Un autor y su obra. Y nada más.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ramón de España tiene una tendencia desconcertante a mezclar ficción con realidad en sus trabajos periodísticos. Por lo demás la vida es una tómbola: Lou Reed se ha metido de todo y varias veces y acaba de cumplir los 66.

JacoboDeza dijo...

Y los cuatro Stones no digamos, y siguen saltando sobre una tarima. Pero independientemente de que la causa-efecto haya sido esa o no en Casavella, puede ser relevante conocer determinada pulsión vital para comprender mejor la obra en su conjunto. Por lo general no soy de los que hurgan en la vida privada de nadie, pero sí soy un lector voraz de memorias y biografías, y supongo que eso tiene mucho que ver en mi apreciación.

Anónimo dijo...

Amigos del escritor Francisco Casavella deploran la necrológica firmada por Ramón de España
JOAN Riambau / Xavier Antich
Javier Pérez Andújar / Emili Manzano*

Apreciado señor director de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, hemos leído conmocionados la noticia de la muerte de nuestro amigo el escritor Francisco Casavella ofrecida por su diario el pasado jueves 18 de diciembre. Una noticia irremediablemente dolorosa, porque anuncia que la muerte nos ha arrebatado a uno de los nuestros, y más aún porque se ha adelantado demasiado cruelmente a lo que uno espera de la vida. También trae la noticia el agravante de saber que el escritor se ha ido de la literatura sin dar todo lo que su talento tenía para ofrecernos. Y sin embargo, por encima de todo este sufrimiento nos ha estremecido un dolor añadido.
Nos referimos a la consternación que ha causado el texto de su articulista Ramón de España a la familia y entre la gente que quería a Francisco Casavella, y muy especialmente a su madre, Aurora. Éste es un golpe bajo ante el que no cabe la resignación, y por eso le dirigimos la presente carta; porque no consentimos encogernos de hombros ni hacer la vista gorda ante la exhibición de indiscreciones impropias de una persona decente, ante el alarde de desconsideración y de actitudes redentoristas con que Ramón de España le perdona la vida que ya no tiene a nuestro amigo Francisco Casavella escudándose en una superioridad moral que le da el mero hecho de estar para contarlo.
La insensibilidad con que su articulista aborda la tremenda lucha de nuestro amigo por la vida, y el desprecio por los más esenciales sentimientos con que escribe el artículo no solo nos han indignado como lectores, sino que además han cubierto de indignidad a quien ha escrito toda esa sarta de chismes de pacotilla, pero la indignidad del autor es un asunto que solo le compete a él.
El lector tiene el derecho a ser informado del fallecimiento de un escritor con una valoración biográfica, humana, sentimental, literaria, que le ayude a situar en nuestro mundo la obra y a su autor desaparecido, tal como tan apropiadamente hizo su diario en el amplio reportaje que también se publicaba junto con la desafortunada crónica de Ramón de España. Pero nosotros nos referimos a esta, pues nos ha parecido que las opiniones reductivas que el señor De España vierte sobre la vida privada del fallecido, legitimándose en un paternalismo que alcanza la bajeza, le hacen un flaco servicio a un medio de comunicación del prestigio, la solvencia y del rigor de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA.
Ignoramos, y no nos interesan en absoluto, las motivaciones que llevaron al autor del artículo a ofrecer a los lectores un obsceno chismorreo impropio en cualquier momento, y aún más en éste, de dolor inconsolable.
Como lectores de su diario, le pedimos que publique esta carta, que escribimos aún dolidos para desagraviar la memoria de un gran amigo y de un gran escritor, ultrajada el día mismo de su muerte por un articulista que ha obrado no sabemos si por torpeza, o por envidia, o por una funesta combinación de ambas.

* Joan Riambau es editor; Xavier Antich, doctor en Filosofía, y Javier Pérez Andújar y Emili Manzano, escritores.

Anónimo dijo...

FRANCISCO CASAVELLA: EPISODIO EFÍMERO

Mientras escribo estas líneas es posible que ya se haya concedido el nuevo Premio Nadal 2009. El último, Francisco Casavella y sus vampiros, se ha ido antes de tiempo. Ya han pasado unas semanas de su muerte, y la estela de su nombre sigue alentando reseñas en los medios.
Me enteré de la noticia el 17 de diciembre por la tarde. Por la noche tomaba un tren destino a Madrid y nada más llegar, lo primero que hice fue abastecerme de la prensa del día buscando si las páginas de cultura, cada vez más magras y sucintas, se hacían eco del deceso. No había diario en el que no se le dedicasen unas palabras.
Tuve el placer de conocer a Casavella en abril del 2007. Lo invité a participar como ponente en una de las mesas de la jornada VISOR’07 que trataba sobre la Novela Emergente, para la que sugerí el título de "Barcelona paisaje interminable".
Cuando confeccionaba los contenidos de la jornada me pareció que hablar de la Barcelona literaria, aunque no sería una novedad, si podía aportarle una nota de interés al encuentro. Se me pasaron por la cabeza varios nombres - algunos, como el de Vázquez Montalván, imposibles - en cuya obra la ciudad de Barcelona se convertía en geografía inevitable.
Ahí estaban entre otros, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón, Antonio Rabinad, González Ledesma o Andreu Martín. Diferentes motivos, entre ellos su ya contrastada e incuestionable trayectoria, los hacían por razones obvias, poco propicios para ser incluidos en la categoría de nuevos narradores. Pero Francisco Casavella, aunque ya con obra suficiente como para ver confirmada su calidad literaria, prometía todavía muchas sorpresas.
Fuese suerte o intuición, no me equivocaba, pocos meses después ganaba el Premio Nadal con su obra, “Lo que sé de los vampiros”.
Hablé con él y no puso objeciones, la única petición fue que en lugar de impartir una charla sobre el tema propuesto, prefería que su intervención tuviese un formato de entrevista. Carlos Villarrubia, amigo y polifacético personaje del mundo cultural, asumió gustoso la responsabilidad de conducir la mesa, y de ellos queda el inestimable documento sonoro en el que Casavella desgrana el papel de Barcelona como escenario literario de su obra.
Sólo tras su fallecimiento, y por la lectura de algunas necrológicas publicadas, supe de sus recelos hacia las cuchipandas y cenáculos literarios. Por qué aceptó participar en esta jornada, es algo que desconozco. Tal vez porque se hacía en El Vendrell, territorio menos mediático que las grandes urbes, población cercana a Roda de Bará, lugar donde él acostumbraba a pasar largas temporadas. Quizás porque la invitación no le llegaba de ningún promotor al abrigo de la cultura oficial, sino más bien de un paracaidista recién aterrizado y al margen de parabienes institucionales. No lo sé, pero estuvo con nosotros.
En nuestro intercambio de correos electrónicos me facilitó una sucinta semblanza destacando las obras publicadas y una foto suya en blanco y negro para incorporar a la nota de prensa.
Francisco Casavella se desvelaba ya en aquella foto que me remitía. Un retrato en blanco y negro de su rostro, con cierto desdén no inocente y esa pose de eterno niño grande, rematada por una sonrisa de malicia venial.
Mi acercamiento al autor fue breve. Lo recogí en su casa de Roda de Bará por la mañana, conversamos con el resto de invitados durante la comida y tras su intervención lo acompañé de vuelta a su casa.
En ese conciso encuentro descubrí a una persona cercana y cálida y no encontré más motivo para ese alejamiento de los fastos literarios, que una evidente timidez .No vi rastros del laconismo mencionado en algunas reseñas, solo los rasgos propios de una persona que prefiere el trato en corto antes que la impostura entre multitudes.
Al conocer la noticia de su muerte volví a los archivos de aquella jornada celebrada en Vil·la Casals (El Vendrell) el 21 de abril de 2007. Repasé las fotos de su presentación con Carlos Villarrubia y las otras, durante la comida, en compañía de Álvaro Colomer, Ignacio del Valle, Sergi Doria, Sánchez Piñol y Vanessa Montfort, releí los correos intercambiados y escuché de nuevo la grabación de su intervención, quién sabe si la última o una de las pocas existentes.
Efectivamente Francisco Casavella es un autor para ser leído. Preguntarle en público sobre los cómos y porqués de su escritura, era ponerlo en un aprieto en el que se desenvolvía inteligentemente, pero sin la fertilidad de su escritura.
Desde la fecha de su fallecimiento he ido encontrando reseñas y artículos periodísticos que tratan sobre su persona y su obra. Leí las de Josep Massot y Llàtzer Moix en La Vanguardia, las de Matías Néspolo, Silvia Taulés y Javier Calvo en El Mundo, la de Luisa Castro en El País y la de Luis Mauri en El Periódico de Cataluña.
Fue a través de esta última que conocí la polémica creada por el escritor y cronista Ramón de España tras la publicación de un artículo en ese mismo diario, contenido que Mauri justificaba pero que había provocado la reprobación de varios amigos de Casavella.
Joan Riambau, Xavier Antich, Javier Pérez Andujar y Emili Manzano “deploraban la necrológica firmada por Ramón de España”.
A pesar de lo poco que conocí a Casavella, sus limitadas apariciones en la prensa literaria, su ausencia de los entornos más mediáticos y sus inexistentes declaraciones polémicas, me hacían difícil pensar que alguien pudiese quererle mal, al menos en lo que a lo literario se refiere.
Desde una supuesta amistad y desde un planteamiento paternalista y apocalíptico, Ramón de España nos pone al día de los desmanes de Casavella, causa, según él, del más que premonitorio desenlace.
Qué quieren que les diga. Con una prosa más afinada e igualmente inteligible hace referencia a ello Javier Calvo en su escrito “El último salvaje” cuando menciona “sus excesos legendarios”, apostillando “Si alguna vez he conocido a alguien que rozara la épica en materia de comportamiento insano y autodestructivo, ese era Francis”.
Sí me resulta chocante esa perplejidad del articulista Ramón de España cuando comenta “Pero algo, nunca sabré exactamente qué, le arrastraba a esos bares en los que podía pasarse la vida (sin, por ello, dejar de cumplir sus compromisos con editores y lectores).”
Cerrar bares en solitario no acostumbra ser una forma de entretenimiento, es más bien una consecuencia de la aflicción. No suele tratarse de una impostura literaria en favor de ese malditismo tan socorrido en la creación de tópicos literarios. La sordidez en cualquiera de sus formas, tiene poco fulgor y es un reflejo de la pesadumbre. Y eso, los amigos de verdad, acostumbran a saberlo.
Publicado por JLE en 1:14 PM