¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Ahora que el papel va a desaparecer (un siglo como máximo le están dando de vida en este nuevo Farenheit, y sin necesidad de que suba la temperatura) es el momento para lanzar el último responso por las revistas. Si antes de los libros alguna otra cosa tiene que morir, sin duda son las revistas. La abrumadora e inacabable acumulación de datos de internet va a precipitar, probablemente, que algunos formatos escritos tengan que reciclarse a formatos digitales, y que la acumulación de ejemplares en los quioscos vaya pasando a ser una imagen del pasado.
Yo vengo de ese mundo y de su espejo sentimental: hojear revistas especializadas en lo que sea, mirar portadas, siempre ha sido un pasatiempo en mis caminatas por cualquier ciudad. Esa era la aventura del saber anterior a la red: música, antropología, ciencia, actualidad, cómic, libros, todo mezclado en garitas de pocos metros cuadrados, abigarradamente y en constante actualización, cada día con nuevos números que sustituían a los viejos. Una mezcla, no está de más decirlo, con lo mejor y lo peor, con papel couché y papel satinado. Como internet, vaya.
Imagino que uno de los peores negocios que pueden hacerse en estos momentos es fundar una revista. No creo que ya haya demasiados lectores dispuestos a gastar en conocer aquello que pueden encontrar fácilmente en la red, gratuitamente, y con enfoques diferentes a sólo un click de distancia. ¿Globos aerostáticos en Irlanda? ¿Peces espada en el Índico? ¿Poesía amorosa del XIV? Ya no hay revista especializada que pueda competir con la infinita sucesión de páginas web que multiplican cualquier reportaje impreso. La prensa tuvo que hacerse eco de la nueva era de una manera burda: colocando recuadros al final de los artículos con links transcritos, "para conocer más y ampliar información". ¡Qué manera más vergonzosa de reconocer la derrota!
Digo todo esto porque las revistas de libros también están en horas bajísimas, y uno de los últimos intentos por colocar en el mercado un producto digno parece que ha fracasado. Me refiero a Granta, ese rara avis que en inglés ya ha sobrepasado los cien números y cuya versión española (que no traducción) quiso editar primero Emecé y luego el Grupo Santillana. El último número tiene fecha de un año y medio atrás, y aunque nadie haya certificado la defunción, la simple pérdida de la periodicidad ha acabado con una idea interesante. En Granta no hay crítica literaria, ni opinión, ni artículos sesudos ni entrevistas. De hecho, tampoco hay creación en sentido estricto, entendida ésta como ficción pura. En la revista siempre se ha optado por un género peculiar, el reportaje literario, en cuyas páginas desfilaban los autores asumiendo un yo que acostumbra a ser elidido en sus propias novelas. Las mejores firmas, o casi, hablan de sí mismos en contextos muy específicos, sin renunciar al estilo de cada cual y contando hechos ciertos o recuerdos imborrables. Pero para ello habrá que aprender inglés, que ya toca.
Las revistas de libros han adolecido tradicionalmente de un esquema muy encorsetado, que los suplementos literarios de la prensa han repetido hasta la saciedad: un buen puñado de críticas, alguna entrevista y columnas de opinión, reportajes, amén de algún inédito extraño en contadas ocasiones. Es el caso de Revista de libros (quizá la que mejor honra su nombre, pues dedica mucho espacio a ensayos y no-ficción además de la tradicional crítica de novelas) o de Delibros, o de Leer. Yo reconozco no haber comprado casi nunca una de estas revistas, aunque he hojeado muchas, y cuando estoy en España sigo la actualidad a través de Babelia o El Cultural en papel, y me basta.
La mejor fórmula la han hallado revistas como Letras Libres, a mi juicio de lo mejor que hay ahora en los quioscos: aunque no especifique que se trata de una publicación sobre libros, es la más cercana a una biblioteca de bibliotecas, que no habla "de libros" y sí "sobre lo que nos cuentan los libros" y que se traduce en artículos que provocan, incitan y asumen debates muy actuales. En esa línea también están Letra internacional, la incombustible y a veces muy espesa Revista de Occidente, y la no menos condensada Archipiélago, de cuyo interés depende mucho el tema de su monográfico.
Llevo dos párrafos enumerando títulos y ya noto el peso del papel encima de mí. Nuevamente, no puedo vislumbrar mucho futuro a tanta encuadernación, y tampoco puedo ver cómo coexistirán dos versiones, en papel y en bits, sin que la primera pierda todo el sentido de su ser. Yo paso diez meses al año fuera de España y puedo estar al día de literatura tanto como un español: es sólo el romanticismo el que me lleva a comprar cada sábado "El País" cuando estoy allí, pero no el saber. Quizás la comodidad también, pero por poco tiempo: no dudo que llegará el artefacto que se pueda usar desde el sofá con una horchata en la mano. Y no seré yo quien levante un dedo para lamentarlo, porque el futuro jamás ha hecho caso de mis melancolías. Y está bien que así sea.
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Sin ruido y a tientas he puesto al día algunas secciones del blog: incluí, por fin, algunas etiquetas para buscar nombres propios sobre los cuales he escrito algo sustancial. Los blogs amigos se ordenan ahora según la actualización que hagan sus autores. Y hay un pequeño espacio de viejas glorias en el que recupero a golpe de ratón viejos posts, ya sea porque me gustaron a mí o porque ahí se acumularon (y se acumulan) decenas de huellas de los lectores-paseantes. Se admite cualquier otra sugerencia sobre esta lista subjetiva.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 17 horas
2 comentarios:
Así que esto es un periódico (dijo el moderno, hojeándolo) pues vaya trabajo que se dan imprimiendo el pdf, haciendo copias y sacándolo por ahí.
(Sacado de una viñeta de prensa)
No es una derrota, míralo como un cambio necesario.
Saludos!
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