Iba distraídamente leyendo la crítica escrita por un tal (¡un tal!) Javier Avilés en Hermano Cerdo sobre Nocilla Dream, ese engendro publicitario y publicitado que apareció hace varios meses en el mercado. Y nunca mejor aplicada la palabra mercado, con su olor a tomates y lechugas verdes, y las siempre risueñas verduleras anunciando su mercancía. Pues iba yo avanzando entre líneas por la aguda crítica y de manera descuidada pulsé en el link que remite a una cierta “poesía postpoética”, título suficientemente límpido como para huir raudo hacia el abismo, bien lejos de este mundo de miserias.
Ese simple tecleo sobre el hipertexto me confirmó, en un nanosegundo, los límites tangibles a los que puede conducir una cierta literatura. Ya hice un estudio hace mucho tiempo, olvidado en alguna parte entre resmas de papel de mis estanterías, sobre la literatura de vanguardia y, de manera especial, sobre el cul-de-sac al que posteriormente se llegó cuando algunos aprendices de escritor quisieron imitarla. Ahora, gracias a ese texto de un tal colega de la red, regresa a mis cansados ojos, casi un siglo después, la pertinaz sequía mental de los novísimos escritores del ahora mismo. De hecho, ese link bastaba para no seguir criticando mucho más el libro de marras: hagan clic ahí, hubiera dicho yo (pero claro, yo no soy un tal J.A., para mi desgracia) y dense cuenta de que el autor es el mismo que ha perpetrado esto. Fin.
Me he tomado mi tiempo para elucidar los motivos de la poesía postpoética: investigación de las relaciones entre el arte y las ciencias (no en vano, Fernández Mallo es físico). Es decir, aquello que ya entrevieron con sagacidad Salvat-Papasseit, Sánchez-Juan, Alomar, Foix, Junoy (y sólo por mencionar a mis coterráneos) puesto al día y revisado por la física de hoy. Tuvo su gracia insertar el maquinismo y la electricidad en los poemas de 1920, pero estos ejercicios vacuos de hoy, para consumo de una ínfima minoría autoreferencial, nacen de la nada y a ella van.
La prueba del algodón es fácil: observen cuántos lectores en el metro leen poesía postpoética y vayan contando. Por cada cifra superior a cero estoy dispuesto a regalar libros por correo certificado. Me lo contaba Joan Margarit una vez, con su característica torrencialidad: nadie se emociona con un poema vanguardista (no digamos ya con un prefijo post delante), así que el sentido de esa poesía no es otro que desaparecer. Tuvo genio la corriente iniciática de principios del siglo XX, con todos sus ismos simpáticos, pero insistir en esa línea sólo puede ser ejemplo de una sintomatología grave.
De hecho, tan grave como marca mi lema perpetuo: dedíquense los que no saben hacer buena poesía al vanguardismo, y podrán pasar por genios incomprendidos para el común de los vulgares. Es más: serán elitistas superiores, siempre un escalón por encima de los que siguen cultivando metáforas, sinécdoques y calambures. Pero ya hace tiempo que, escamado, llegué a una conclusión efectiva: lo que no se entiende, no existe. En literatura, claro. Es la mejor seña para caminar por el mundo y, sobre todo, para disfrutar todavía con los libros, con la épica y con la lírica. Cualquier experimento de laboratorio, por muy postmoderno, postlúcido, postgráfico y postarriesgado que sea, no pasará de ser un críptico mejunje para gloria y ornato de su autor, el cual pasará irremisiblemente al olvido en muy poco tiempo: el suficiente para reconocer que no hay un solo lector al que le interese el vacío. No digamos ya el postvacío.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 14 horas
8 comentarios:
Te tengo una mala noticia. Leí la reseña de HC ayer, descargué el PDF, como tenía prisa lo imprimí y lo saqué para leer el metro, que se quedó parado cinco minutos entre Zócalo y Pino Suárez.
Peor aún, me gustó.
No habría que meter a todos los lectores en una sola bolsa, creo, ni tampoco a la poesía.
De cualquier forma, aunque a mi me gustó mucho Nocilla Dream, es bueno leer que no a todos les gustó. ESO sí me daría miedo.
Saludos
Peor aún es comprobar que te debo un libro certificado por correo, aunque el juego era contar cuántos leían eso en el metro, ¡no que los potenciales lectores se contaran a sí mismos!
En fin, también es muy bueno saber que hay gustos y gustos aquí, en DF e incluso más allá, lo que no hace cambiar una coma de mi opinión.
Un saludo
Hace algunos meses, en alguna discusión con el tal Javier Avilés, terminamos mirando ese artículo sobre la poesía postpoética y a raíz de su lectura escribí un breve texto que primero discutimos con algunos miembros de la piara por e-mail y luego Frank Báez publicó en un número reciente de la revista de poesía Ping-Pong. Aquí está el texto, para complementar la crítica de Mr. Deza.
Agradezco el enlace a este juicioso texto, que no conocía. No deja de ser loable el esfuerzo por armar una crítica estructurada ante estas nuevas formas poéticas. Debe ser necesario para que a uno no lo acusen de criticar sin fundamentos, pero insisto en que hay unas premisas básicas que como lector avisado y acumulativo me autoimpongo de entrada: frente a lo críptico y lo pretenciosamente espeso, ni un vaso de agua.
Pero merece la pena leer ese texto, sí.
Ya conocía el texto de Javier y también me ha agradado mucho, lo cual no quiere decir que vaya a dejar de leer pospoemas en el metro. Bueno, quizá sí, pero porque no encuentro nada más desde el DF.
Me sigue intrigando la idea de decir que nadie se emociona ante un poema vanguardista, que es más o menos el argumento central de tu nota, cosa que no me parece sostenible. ¿Me pierdo de algo?
Yo en realidad no pretendo rebatir la posible validez de la "postpoética" sino su absoluta vacuidad conceptual. Mallo se vale de terminología matemática, en mi opinión, para ofuscar contenidos vacíos y cautivar incautos fácilmente conmovidos por un par de ecuaciones sueltas. No dudo que pueda haber "postpoética" que emocione, pero no creo que lo que propone Mallo tenga mayor repercusión fuera de su propio (y pequeñísimo) círculo cultural. Donde el ego hiperinflado de Mallo ve el nacimiento de un nuevo paradigma yo veo apenas un bache en el devenir natural de la poesía (lo que eso quiera decir).
(En una nota aparte: Borges y Queneau escribieron mucha mejor "postpoética" que Mallo antes de que los "postsismos" se pusieran de moda, sospecho. Y lo hicieron sin tanto bombo y sin anunciarse como profetas de nada.)
La emoción de la que yo hablo es el "poder de consolación" del que habla Margarit, y en líneas generales, eso se consigue menos con poesía de vanguardia o postpoética (o visual, o experimental...). La intelectualización del contenido, apegado a un mayor interés por la forma, repercute en las sensaciones que el poeta quiera transmitir. Les pasaba también, en otro nivel, a los conceptistas: extasiados por la forma se olvidaban de que el poema tiene que decir algo profundo y, sobre todo, debe entenderse.
Puede ser una generalización, pero para mi es válida. En un tiempo me harté de leer movimientos de vanguardias y de teorizar sobre ellos, y aunque disfruté desde el punto de vista lúdico y formal, pocas veces eso afectó a mis desórdenes vitales (tristeza, melancolía, etc.) Aunque de todos modos reconozco los hallazgos puntuales de Borges, de Huidobro, de Brossa, y no me enojaré con ellos al nivel que lo hago con el experimento de Mallo, con el cual parece que coincido con Javier acerca de su vacuidad.
¿Habrá todavía literatura que tenga repercusión más allá de un reducido círculo cultural?
Les agradezco a ambos las respuestas, que me han ayudado a comprender su postura y sus matices.
Queda el punto de ver si en verdad no hay contenido en los poemas de Mallo, pero eso habrá que mirarlo con más detenimiento.
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