jueves, 4 de septiembre de 2008

Las tuberías de playa Chesil

Llegó el problema. Aparece en el segundo capítulo, apenas dejado atrás el planteamiento atractivo que nos presenta McEwan: una pareja en luna de miel con una visión contradictoria del sexo, intuitiva y apremiante la de él, de rechazo y aversión la de ella. Todo avanza con calculado dramatismo hasta el mismo umbral de la habitación, en un primer capítulo que pudiera ser perfectamente un cuento con punto final.

Pero el corte aplicado a la novela le sirve al autor para redactar un ejercicio meramente escolar: un capítulo de presentación de los dos protagonistas, a partir de la descripción de sus familias y de su entorno, de sus estudios y sus quehaceres más allá de Chesil Beach. No puedo dejar de recordar la diatriba de Juan Marsé al premiar el libro de la Janer con un Planeta: se le veían (decía Marsé de la novela) todos los andamiajes y las tuberías. ¡Ajá! Con todas las distancias que quieran entre un novelista y una escribana, McEwan comete el mismo error, dejando al aire la estructura de la obra.

No es fácil reconocer este hecho, al menos para los que defendemos con energía la trayectoria del autor. También intuyo que tanta perfección formal puede convertirse en cualquier página en un quiebre sorprendente (piensen que Mr. Macabre es capaz de eso y de más), pero a efectos del lector que avanza en la lectura, no creo que haya excusa para volverse tan relamido. Tanta coherencia es buena para explicarle a los adolescentes en qué consisten la narrativa y sus artefactos, pero al lector avisado le sobran el cielo raso y las molduras, todas a la vista.

Todo el segundo capítulo es un who’s who familiar. Decían los viejos expertos que para situar al personaje había que presentarlo en toda su plenitud, y eso incluía la genealogía más próxima. Para saber del hijo y hacerlo propio había que contar algo del padre: la novela decimonónica rebosa de ejemplos. Lo curioso es que McEwan aplique la norma a una novela corta, a una historia sutil que no parece admitir bien los circunloquios ni los aditivos superfluos. La historia de la pareja funciona muy bien, pero no su contexto intrascedente.

Tampoco el trasfondo histórico esconde la obviedad del montaje: estamos de los primeros años 60 y en Inglaterra, así que metamos en el texto a Harold Macmillan, la bomba H y la noche de los cuchillos largos. Situados. Pero el precio es alto, y la trama se resiente con tanta tubería suelta por las paredes.

______________________________

Las primeras declaraciones de Marías sobre Bolaño. Y nos enteramos de que nunca lee libros de Anagrama, y de que ya está escribiendo algo nuevo y breve.

Nota: avisado por Portnoy de que el enlace ya no funciona, les copio a continuación el fragmento en que Marías habla sobre Bolaño:

-¿Ha leído a Roberto Bolaño?

"No demasiado, por razones un poco... En fin, lamentablemente él ha publicado la mayor parte de su obra en un editorial en la que yo estuve y dejé de estar. Yo terminé un poco mal con esa editorial, tan mal que decidí en un momento dado que no leería más libros publicados ahí (se refiere a Anagrama)."

-¿De verdad?

Sí, pero de todas formas a Bolaño lo he leído, aunque un poco tardíamente, y lo lamento pues sé que, aunque nunca lo conocí en persona, y por lo que yo he visto en varios lugares, él fue muy generoso conmigo en sus declaraciones, me elogió más de una vez, y en ese sentido me da rabia no haber podido corresponderle en vida, pues se lo merecía. Yo creo que está un pelín distorsionado, no se puede uno fiar mucho, pues al haber muerto prematuramente se está produciendo una especie de mitificación que distorsiona su valía. Y ahora no es momento de decir si es tan bueno como dicen sus mitificadores, pero en todo caso, lo que sí me parece es que es un verdadero escritor, lo que no creo que sea tan frecuente hoy en día: uno va leyendo y dice este hombre tiene brío, fuerza y capacidad de interesar al lector, y originalidad. "Los detectives salvajes" y "2666" los encuentro francamente buenos y atractivos. E irregulares también, porque son muy exagerados, pero con partes muy admirables. Además esta mitificación tiene un lado antipático. Me irrita mucho la generosidad con los muertos. Yo estoy convencido de que si él hubiera publicado "2666" mientras estaba vivo, bueno, primero no se hubiera publicado de esa manera, él tenía otro proyecto, y los elogios no habrían sido los mismos. Hablo de la crítica, por ejemplo, o de otros colegas. Entonces cuando alguien muere ya se le puede decir que era un genio, y Bolaño no vivió todo lo que está viviendo después, y probablemente tampoco lo hubiera vivido de seguir vivo. Pasó lo mismo con otro autor, con el cual no llegamos tampoco a conocernos, pero sí nos carteamos, que fue Sebald, y al cual igualmente le he visto elogios desmedidos, que vienen a raíz de su muerte, y me parece injusto para el muerto, es irritante."

3 comentarios:

Francisco Sianes dijo...

Tu análisis de ese segundo capítulo no puede ser más certero. De hecho, he abandonado el libro precisamente en ese punto. Te toca convencerme, cuando repases el tercero, de que acabe la novela.

Sé que eres un admirador de McEwan. A mí también me gusta. Pero, ¿no crees que tampoco es para tanto? Tiene talento; pero le falta el supremo refinamiento estilístico, la eminencia elocutiva de un Nabokov. Tampoco encuentro en su obra la intensidad narrativa que sí siento al leer a un Philip Roth (hablo de su última etapa). Ni, mucho menos, esa voz inconfundible, esa música presente en la prosa de otros novelistas como Javier Marías o Thomas Bernhard.

No sé. Será que no acabo de pillarles el punto a los narradores británicos. Con Amis (extraordinario crítico) y Banville me sucede algo parecido. Son buenos, qué duda cabe. Pero...

Anónimo dijo...

Espero que Marías reconsidere lo de Anagrama. La verdad, eso que dice no me parece muy inteligente. Iba a decir otra cosa, pero ya me he despachado a gusto donde Portnoy ;-)

JacoboDeza dijo...

Francisco, ya voy preparando el texto sobre el tercer capítulo, no quiero avanzar nada ahora. Tengo muchas ideas en la cabeza y ya veré si las puedo resumir bien.

A los lectores a veces nos ocurre que tomamos a un autor y le endilgamos unas gotas de fetichismo. Cierto que McEwan no es Bernhard ni Nabokov, pero con Expiación tuve un hermoso encuentro con él. También es posible que leyera esa novela en el lugar y el momento adecuados (tengo que escribir sobre eso algún día), pero me sigue pareciendo una obra potente, un trabajo muy elegante. También defiendo Sábado aunque sé que hay lectores que siguen algo desconcertados con ella. Pero ese halo que queda tiempo después de la lectura de las buenas obras me persigue todavía, había allí un ambiente, un aire, que trasciende una historia y describe una sociedad de un momento histórico.

En fin, sigo sorprendido de lo que leo en Chesil Beach, y ya lo argumentaré.

Settembrini, también respondí sobre eso después. Donde Portnoy, claro!