Aprovechando la fiebre (como bien decía alguno en una huella, yo me enfermo mucho: tampoco soy previsor y no frecuento los mejores hábitos de vida sana) me recostaba en el sofá y dedicaba las horas a tres asuntos fundamentales: uno, absorber bastantes horas de TCM, un canal temático de clásicos de Hollywood que emite pequeñas maravillas del cine americano sin descanso. Dos, reflexionar bajo el estímulo de la alta temperatura corporal, con pensamientos que fluyen a través de conexiones sorprendentes uno tras otro, como un juego de lógica cuya solución es imposible de hallar en un estado natural. Y tres, olvidar cualquier texto más allá de la poesía, que en estas condiciones se evidencia como el único género capaz de ser absorbido con una cierta prestancia. O sea: mucho Bogart y mucho Cary Grant, y también bastante Rubén, que aquí en Nicaragua es la poesía que se tiene siempre más a mano.
Coincidían estos días enfebrecidos con el 141 aniversario del natalicio del poeta, que aquí siempre es noticia, y se hacía coincidir con el “VI Simposio Internacional Rubén Darío” en la ciudad de León. También nos falta poco para que a mediados de febrero tenga lugar una nueva edición del Festival Internacional de Poesía en Granada, al cual pienso asistir este año para brindarles una crónica del evento en el blog. Pero todo este follaje no esconde las miserias en que se mueven los estudios darianos, en un país que le vio nacer y que todavía no ha publicado un intento (no pido más) de obras completas de Rubén con vocación científica. Todo lo más que hay son volúmenes inmensos que recogen sus principales poemarios, y dispersos estudios sobre textos paralelos (cartas, prólogos, manuscritos no clasificados...). Ha sido Galaxia Gutenberg quien, desde España, ha comenzado a editar un primer volumen de este colosal empeño, a cargo del crítico peruano Julio Ortega.
Este sábado, el suplemento literario de “La Prensa” (insulso casi siempre, aunque en ocasiones especiales merezca ser tomado en cuenta a la hora de la siesta) se sumaba al delirio cumpleañero y le dedicó un monográfico ligero. Lo que ocurre en estos casos es que uno ya sabe de antemano que juega con todos los ases: basta con dedicar un número completo a Rubén Darío para que automáticamente la calidad del contenido raye lo sublime. Es lo que hacen de vez en cuando (cada vez menos, todo sea dicho de paso) Babelia, ABCD o El Cultural: aquí te entrego tres inéditos de Alberti y ya estás frito, lector. A su lado, ¡hasta Rafael Conte parece hablar de literatura! Ayer domingo seguía la fiesta con una entrevista a Sergio Ramírez en el magazine del mismo periódico, dedicada tan sólo a glosar la figura de Rubén y a concretar en pocas palabras la genialidad:
“Darío creó un lenguaje distinto. Una sensibilidad literaria, una percepción del lenguaje también muy diferente (...) En Nicaragua no había como en otras partes de América Latina un lenguaje estratificado, por clases sociales. El lenguaje es el mismo lenguaje que hemos hablado. Es lenguaje vivo que Darío captó y transformó en literatura.”
Hay anécdotas impagables sacadas de la vida real del poeta que permiten biografías con mucho jugo, proyecto que el propio Sergio tiene en mente. Así, al cadáver de Rubén le fue extraído con mucha precisión el cerebro (“aquí está el depósito sagrado”, decía el cirujano con la víscera en sus manos), pero una pieza tan preciada no podía dejar de ser apetecible para cualquier mitómano, y fue el propio doctor el que escapó con ella en un frasco. La policía lo apresó y el mismísimo presidente de Nicaragua tuvo que intervenir: “Regréselo a la viuda”, ordenó a los agentes. Pocos días después el cadáver recibía sepultura bajo la columna de San Pablo en la catedral de León: la primera vez que yo estuve allí, años atrás, busqué inútilmente una lápida en el suelo. Lo que hay es una escultura de un león y una placa con la firma del autor en la columna, y ya es sitio de peregrinación literaria.
También hasta el año pasado llegaron las veleidades cleptómanas de algunos: de su casa-museo en León desapareció la hoja de bautismo de Rubén, que al cabo de pocas semanas fue devuelta con la misma pulcritud y secretismo con que fue hurtada.
Los últimos días del poeta se suceden entre fuertes ataques de fiebres y dolores. A las nueve de la noche del 7 de febrero de 1916 entra en estado de agonía, y la viuda humedece sus labios con una esponja blanca. A las 10 y quince minutos alguien para su reloj, anunciando lo inevitable. 21 cañonazos se encargan de difundir la noticia por toda la ciudad. La misma cama que le sirvió de último reposo se conserva hoy en el museo. Al fin, cuerpo y también cerebro acabaron enterrados en el mismo lugar, con levita y guantes negros. A partir de ahí la Historia continua, pero en el papel y en las voces de todos los escolares que en Nicaragua siguen aprendiendo de memoria sus más conocidos versos.
Y ya estoy sano y sin fiebre.
El azul del cielo
Hace 6 horas
1 comentario:
La autoficción que no supo contar Jordi Gracia.
R.M.R
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