lunes, 7 de enero de 2008

Primer asomo a Las benévolas


Ya he comentado otras veces que uno de los grandes hallazgos de los blogs (al menos de éste) es la posibilidad de crear críticas literarias in progress. Contra la costumbre absolutamente unitaria que había hasta el momento de la aparición de este formato virtual, los blogs permiten quebrar una norma encorsetada hasta el extremo, esto es, la publicación de un texto crítico en el momento de finalizar la lectura de un libro. No niego la validez de una crítica así, muy al contrario: para sentar cátedra no hay como explorar el 100% de las páginas de una obra, sacudirlas, magrearlas y ofrecer una conclusión con las herramientas de cualquier escuela de pensamiento. Sigan por ese camino los que pueden y saben.

Pero hay un elemento inherente a la lectura que hasta ahora había sido orillado sin miramientos: hablo de la sensación del lector, que pasa por distintas etapas desde la apertura de las primeras páginas (ya ni hablo de la sensación de ver la portada en la librería, de palparla), la sucesión de capítulos y el cierre del libro, hasta su colocación en la estantería correspondiente. Casi nunca hay una lectura que aguante el mismo de tipo de atención en todas las etapas, no hay lector que juzgue igual un libro en el primer capítulo que en el 24. Hay novelas con inicios magistrales y desarrollos imposibles (La pell freda, ese alucinante bluff internacional ¡antes de Frankfurt!), como las hay que no arrancan hasta la página 100, y a partir de ahí todo es autopista placentera.

La crítica al uso acostumbra a valorar la obra en su totalidad y a dar una valoración en función de las líneas maestras, de la media aritmética que resulta de poner en una balanza lo bueno y en otra lo malo. Pero un blog, ese hilo infinito que no puede obviar el post anterior sin dejar de pensar en el que llegará mañana, permite ir leyendo a medida que se va criticando: el efecto es subyugante, porque el lector sabe que está comentando algo de lo que quizá se desdecirá al cabo de una semana. Miento: de hecho no hace falta desdecirse, porque la opinión sobre las primeras treinta páginas sigue siendo válida siete días después, aunque la obra acabe siendo, en conjunto, tanto un festival como un funeral.

Treinta páginas son las que leí con muchísima atención este fin de semana, no era para menos: en mis manos el sorprendente éxito de Johnattan Littel, un descomunal volumen de casi 1.000 páginas con un peso que dificulta sostenerlo y hacer una lectura cómoda, ya sea en el sofá o la cama (no tengo a mano la báscula, pido el dato de gramaje a quien se preste). Creo que es el primer libro de RBA que leo en mi vida, yo siempre asocio este sello con los fascículos: debe ser injusto pero que cada uno asuma su historia y sus pecados. Vulnera algunos de mis mandamientos literarios: índice al principio, título de los capítulos en cada margen inferior de página, hojas de papel de fumar. Todo es tan excesivo en el libro que apenas uno lleva cuatro o cinco páginas leídas ya siente el peso de todo lo que está por venir. ¿Hay tiempo en esta vida para meterse de lleno en estos libros? Javier Marías abominaba de las novelas actuales que sobrepasaban las 500 páginas, y ya ven en lo que ha quedado su última novela.

Esas treinta páginas acogen el primer capítulo, una especie de introducción a la obra que no puede dejar indiferente a nadie. La primera frase es una de las peores que he leído desde hace tiempo (Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió), y vaya si cuenta: en un desordenado monólogo, el narrador va anticipando un relato del que apenas asoma por ahora algún apunte sobre su participación en la 2ª Guerra Mundial. El tono de perdonavidas que mantiene no es de mi agrado: pretende justificar su postura (de la que nada sabemos por ahora, repito) en base a su percepción de que cualquier otro habría hecho lo mismo en su situación. También parece que con ese recurso el autor se ve impelido a justificar a la vez una novela de ese tamaño, para que nadie abandone a las primeras de cambio: ahí la voz autor/narrador se contagia y a veces veo a Littell, ese jovenzuelo no tan joven de la solapa, señalándome con el dedo y me siento incómodo.

Pero junto al tono también un punto vulgarizante de algunas expresiones, el capítulo esconde algún que otro destello. Hay un fragmento destinado a ser el motivo por el que algunos olvidarán para siempre este regalo de Reyes, y otros como yo habrán caído en la captatio del autor: se trata de una larga secuencia en la que se pormenorizan las estadísticas de muertos alemanes, judíos y bolcheviques de la guerra, con números y con matemáticas, que aproxima la obra a un ensayo del absurdo pero que logra el efecto deseado: absténganse lectores ocasionales, vengan a mí los que puedan aguantar la ristra de documentación y datos comprobables que van a venir a continuación. Salvando las distancias, me recuerda el efecto Eco de El nombre de la rosa: ¿De verdad había tantos millones de lectores capaces de aguantar una frase como En el principio era el Verbo, y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio, en Dios? ¿Cuántos franceses compradores del Goncourt han adornado su sala de estar con Les bienveillantes y siguen tan panchos con su Ken Follet de toda la vida, que vende las mismas páginas pero se entienden?

Lo que estas treinta páginas han corroborado es que mi lectura va a continuar, porque mi intriga puede más que toda la prosa melíflua que sacude el verbo del narrador. Y sobre todo me interesa saber qué hace que una novela como esta sea el boom literario del momento: me quedan 950 páginas para averiguarlo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

He completado la lectura, que me llevó toda la navidad. ¿Qué decir? Efectívamente la prosa es lo de menos. Apabullante documentación. Y en cuanto al personaje, Aue, culto, inteligente, sensible y despiadado, nos resulta real y próximo pero poco creíble. El tour de force de Littell es que entremos en el juego del protagonista narrador y hasta nos haga cómplices porque él no mata por placer o crueldad,para ir descubriendo otra cosa. En fin no voy a contar el final. Iré espaciando mis comentarios al hilo de la lectura jacobina.

JacoboDeza dijo...

Ya estoy metiéndome de lleno en el lodo, como los militares, pero también espaciaré mi nuevo comentario para un futuro post. Apabullante es un adjetivo certero. Pero sigo intrigado por los mecanismos de la edición, que convierten esto (dejo por ahora desnudo el pronombre) en un éxito de masas.

Advierto que puedo ser lento en mi camino: estoy metido en varios libros a la vez, entre obligados y voluntarios, y el ritmo decrece. Pero espero compartir contigo el resto.

Anónimo dijo...

Ahora se me ocurre que Las Benévolas es una recreación literaria a escala real del exterminio nazi. Buena decisión la de simultanear la lectura, necesita un antídoto, literariamente hablando. En cuanto al boom, supongo que el tema además de una buena campaña de marketing pesan, y el que se tenga el aire de ser un libro definitivo sobre la solución final. Curiosamente me viene de pronto una comparación con Herrumbrosas Lanzas de Benet.

Francisco Sianes dijo...

Uno tiende a desconfiar de las obras maestras de cada temporada. Seguiré sus lecturas con atención. ¿Han leído "Vida y destino", ese segundo en discordia?

JacoboDeza dijo...

Yo la dejé para mejor ocasión, pero lennonmacartney contó por aquí que se metió de lleno en ella. Que cuente, que cuente...

(Avance telegráfico sobre Las benévolas: prosigo con su lectura y cada vez siento mejores vibraciones)