Aproveché el cambio de año para ver esta versión de El amor en los tiempos del cólera, que llega tanto tiempo después. Como no sabía nada de su rodaje ni de los entresijos que hay detrás de cualquier película, llegué al cine sin ninguna idea previa. Desconzco si hay versiones en distintos idiomas, pero me tocó ver (y escuchar, sobre todo escuchar) unos imposibles diálogos en inglés: o sea, película de abracadabrante colombianidad, con actores españoles y latinos, con niños que pasan por la pantalla y que no saben una palabra de inglés, ¡y durante las más de dos horas de metraje sólo pude escuchar a los actores chapurreando la lengua de Shakespeare!
El segundo problema, que ya viene siendo un problema cinematográfico cotidiano, es encontrarse una vez más con el rostro de Javier Bardem encarnando a un personaje archiconocido. Todos tenemos ya interiorizado a Florentina Ariza desde hace lustros, cada uno con sus rasgos imaginarios propios y su voz inconfundible (¡y en español y sin subtítulos!), y les aseguro que mi Florentino no tenía la cara de Bardem. Pero ya no hay salida: a partir de ahora ya tenemos un arquetipo, otro Reynaldo Arenas, otro Sampedro que añadir a la nómina. Soy incapaz de ver a Javier Bardem sin pensar en Javier Bardem: no sé si sólo me ocurre a mi, pero siempre veo al actor y jamás al personaje. Creo que me pasa también con Paul Newman y con Robert Redford, pero el malestar es inferior. Y no dudo de su capacidad interpretativa, pero esa cara tan amanerada, tan grandilocuente, tan cargante incluso, llena la pantalla y desaparece lo demás: supongo que eso debe ser el cine y por ello este tipo de actores gana Óscars.
La novela de García Márquez era una firme candidata a no ser llevada nunca al territorio del cine. Si somos capaces de olvidarnos por un instante de la desbordante historia de amor, el lenguaje usado ahí le pertenece sólo a la literatura, y fuera de ella sólo hay argumento: all you need is love, por seguir usando la koiné. Un caso clínico es la última novela de Gabo, donde una limpieza a fondo de los artificios de la sintaxis y el vocabulario nos deja incluso sin argumento: ni putas tristes, ni viejos pederastas, ni nada de nada. Si El amor en los tiempos del cólera (la novela) funciona como un reloj suizo es porque hay una feliz sintonía entre el fondo y la forma, un acierto de engarce entre el signifcante y sus significados, y toda la retórica a su alrededor. Realismo mágico, sí, cuando éste era aún un género singular y único, todavía sin los plastas imitadores.
También habrá mucha gente que no haya leído el libro y que verá en la película una arrebatada historia de amor eterno: puede que ese sea el público perfecto, capaz de divertirse con ella tanto como con Lo que el viento se llevó. Los quiebros, sorpresas y diálogos ingeniosos de Gabo tienen su efecto también en la pantalla, aunque el flujo narrativo de su prosa haya quedado enterrado (y bien está ahí) en las páginas de papel.
Ni falta hace apostillar que determinados autores (más aún: determinadas novelas) no permiten imágenes a la altura del texto: si el Quijote ha naufragado mil veces, y volverá a hacerlo, en cualquier otra versión que no sea la de Cervantes, también un Corazón tan blanco cinematográfico no podría alcanzar nunca el nivel de lo escrito. Aún así hay gente que siempre se empeña, como el pobre Vicente Aranda destrozando año tras año cualquier novela de Marsé. Les gustó tanto lo leído que quieren hacernos partícipes de ello, sin pensar que lo mejor sería que nos recomendaran el libro y que dedicaran su tiempo a crear guiones a medida para el séptimo arte.
La fiesta del aguafiestas
Hace 11 horas
6 comentarios:
Tengo un amigo que denigra de la literatura porque no se parece al cine; le parece tosca, pesada, elitesca (mi amiga vive en medio de la esperanza chavista en Venezuela y más no se le puede exigir).
Acertado al cien por ciento este post. Y para quienes quieran hacer crear poesía desde el cine, con los elementos expresivos de este medio, recomiendo la bella cinta, El Espíritu de la Colmena, de Víctor Érice.
Amigo: por esos misterios cuyas raices mejor no indagar, llegué a tu blog y me deleité leyendo. Ahora lo linkeo en el mío para que los lectores asiduos y los ocasionales se sientan tentados a darse una vuelta. Desde Buenos Aires, te mando un abrazo y nos seguimos viendo en los vastos pagos internautas.
Maldoror, el ejemplo de Erice es redondo. Otro día hablaremos de los novelistas que escriben como si fueran realizadores de cine: autores que han crecido bajo el influjo del VHS, el DVD o las descargas de Internet y cuyas influencias hay que buscar en la narrativa por imágenes.
Humberto, acabo de descubrirme en tu blog en el apartado No hay retorno al "Uniberto" (y cada tanto los cambio): no había visto mejor amenaza para los que no devolvemos los favores. Lo malo es que mi lista de enlaces es voluntariamente escueta y muy centrada en un tipo concreto de blogs. Soy poco proclive a modificarla, pero agradezco mucho tu interés.
Amigo: Es una lástima que hayas entendido tan mal el linkeo. Por razones que no es de buen gusto detallar, no necesito favores para tener lectores ni linkeos, como advertirás. En general, de distintas partes del mundo es a mí a quien agradecen. En cuanto al "cada tanto los cambio", creo que es justo ponerlo dado que es rigurosamente cierto. Porque esa sección, como la que vos mencionás de tu bitácora, es también "voluntariamente escueta", una especie de vidriera que cada tanto se cambia en consonancia con el espíritu del concepto de comunidad bloguera. El tuyo lo linkeé dado que me pareció correcto hacerlo, desde el momento que vos tenés un "dogma" (que yo no tengo) que empieza invitando a difundir el contenido del mismo. En lo que a mí respecta, para mi dolor me han saqueado bastante. Pero esa es la diferencia de los que sí vivimos desde siempre de nuestros escritos: nos lamentamos por esto, aunque no podemos hacer mucho. Y si rastreas en Google, o Technorati, verás que hay muchos favores que no devuelvo. Finalmente, coincido con Borges en que hay dos cosas que un hombre no debe permitirse: "Dejarse amenazar y mucho menos amenazar". Es una lástima que no lo hayas entendido. Naturalmente, si te molesta estar en cualquiera de mis dos blogs personales o en el del diario donde trabajo (del grupo Clarín de Buenos Aires) no tenés más que hacérmelo saber. Un abrazo.
¡Cuánto lamento que mi ironía tampoco haya sido entendida! (en estos casos, nobleza obliga, hay que decir aquello de "¡qué mal me expliqué!"). El binomio amenaza-favores de mi anterior huella no puede ser tomado de otro modo, al menos en lo que a mi habitual campo semántico se refiere, que como un guiño de ojo. Me pareció, simplemente, divertido el título del apartado, y quise continuar la gracia, pero ya veo que con poca gracia.
Parafraseando a Borges, ni me dejé amenazar ni amenacé: o en culaquier caso amenazo con pasarme por tu blog de vez en cuando y leer, que no es poco.
Un saludo
Amigo: Dejemos un segundo a Borges y traigamos a Bogart en la escena final de Casablanca: "Esto puede ser el comienzo de una bella amistad". Te envío un abrazo sincero y te invito a que hagamos hincapié en nuestras consonancias y no en las disonancias, que como vemos han sido fruto de mi error de interpretación.
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