La revista electrónica Carátula, que dirige Sergio Ramírez, publica en su último número un excelente homenaje a W.G. Sebald a cargo de José María Pérez Gay. El trabajo se divide en una larga reseña sobre el autor y sus circunstancias, un comentario sobre cada uno de sus libros y extractos de entrevistas, además de un poema dedicado por Enzensberger. Nunca es tarde para este tipo de trabajos, especialmente desde una publicación virtual pero elaborada desde Managua, ciudad en la que difícilmente se puede hallar ninguna obra de Sebald. Por cierto, que en el consejo editorial de la revista se puede hallar también el nombre cada vez más atractivo para mí de Horacio Castellanos Moya.
Viene esto a cuento no tanto por Sebald (del cual tengo, entre los ya ineludibles compromisos de lectura tomados en este blog, la idea de ir comentando todos sus libros aquí) sino por la irrealidad que se vive en este país, donde una reseña inocente puede convertirse en un factor crucial de frustración. Recomendar la lectura de un libro que no se puede leer es una faena para cualquier incauto. Ya sé que siempre se puede conseguir por correo expreso o gracias a un amigo desprendido, pero los costos de la primera opción o lo difícil que es cultivar amistades tan generosas acaban por hacer imposible la transacción.
Me reí bastante hace pocos días con un reportaje televisivo que no tenía ninguna vocación humorística: de hecho era casi un publireportaje sobre la que pasa por ser la librería más grande de Nicaragua, y que en poco tiempo se trasladará a un nuevo edificio que la convertirá en la segunda librería más grande de toda Latinoamérica. Pues no deja ser ser contradictorio que en un país en el que pocos leen o en el que no se pueden conseguir libros de Sebald se construya tamaño equipamiento: más que nada porque intuyo la dificultad de rellenarlo con volúmenes consistentes, más allá de los saldos que mandan las editoriales y que en España ya no tienen salida.
Un rápido paseo por Hispamer, que así se llama la librería (editorial a su vez) y que el reportaje desarrollaba con la compañía de algunos autores nacionales, sirve para patentizar qué cosa es un establecimiento de este tipo en Managua: un porcentaje alto de los libros expuestos corresponden a bibliografía universitaria, textos técnicos que sirven a los alumnos de cada carrera y que sólo pueden hallar en librerías como estas, abiertas a todo aquello que tenga páginas encuadernadas y una portada. Otra parte de la tienda está enfocada a vender objetos de papelería (coda necesaria: en Nicaragua hay múltiples locales que reciben el nombre de librería pero son sólo tiendas de papelería: otro dato más que indica la noción desdibujada que tiene aquí un libro, como objeto que aglutina papeles y punto). También tienen su espacio los discos compactos, moda ya tan difundida por las nuevas superfícies comerciales en cualquier parte. Al fin encontramos algunas estanterías destinadas a la literatura internacional (obviamente debo pasar antes por encima de las pilas de libros sobre esoterismo, sexualidad, cocina y new age, dejando a un lado el espacio infantil) y el resultado no puede ser más desalentador: más allá de Cabrera Infante, Puig, Vargas Llosa, Allende y algún ejemplar perdido de Alfaguara de cierta enjundia, no hay vida. Cada uno se conforma con lo que tiene, ciertamente, pero la capacidad de Nicaragua para mirarse a todas horas el ombligo es portentosa.
Lo mejor de esta y de alguna otra librería siempre es su espacio patriótico, destinado a un puñado de obras literarias (poesía en especial) y con mucho ensayo, sorprendentemente especializado en cualquier rama de la historia. Pero lo que más abunda son antologías, libros de consulta, supuestas obras completas, y casi siempre en ediciones de dudosa calidad científica. Toda esta amalgama hace muy difícil establecer un perfil del lector medio, ya que quizás ese tipo de individuo no exista aquí: la mayoría son lectores ocasionales, o gente excepcional que acumula lecturas gracias a sus viajes por países colindantes. ¿Cómo conjugar la rarísima aparición de novedades y la presencia de un fondo editorial enquistado (llevo años viendo los mismos ejemplares) con la presencia de seres puestos al día en Bolaño, Marías o Vila-Matas, por nombrar sólo una tercia de españoles? Ningún suplemento literario menciona aquí esos apellidos, y no hay otra forma de estar al día que a través de internet. Ahí quería llegar: sin las revistas literarias virtuales, los foros de discusión y los blogs, algunos países seguirían al margen de lo que ocurre en la realidad escrita. Eso que todos intuimos, aquí se palpa y se huele, y sin la red no habría otra salida que el exilio, al que todos acuden por razones económicas y no precisamente literarias.
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Evito en la medida de lo posible convertir el blog en una necrológica permanente, pero para que yo me llame Ángel González todavía deben pasar muchos siglos.
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Un contundente bofetón a los papanatas y a las fierecillas, desde las entrañas.
'Zona de confort' en la Biblioteca de Sollo
Hace 1 día
3 comentarios:
"Ningún suplemento literario menciona aquí esos apellidos, y no hay otra forma de estar al día que a través de internet": esto y lo que dices de las librerías la verdad que me ha asombrado bastante. No creía que la situación fuera ésa.
por cierto, se me olvidaba: he dado un paseo por el blog abofeteado y la primera cosa que se me ocurría leyendo la "simpática" prosa de sus post era: De la Garza! ¿No tendrá razón Marías cuando dice que hay prosas que son en sí mismas fascistas, o para no exagerar, chulescas, irritantes?
Hay cosas que son de una evidencia tan palmaria que ya da pereza insistir, pero tu comentario me empuja a ello: esa prosa despojada de la más mínima ironía (o sea, que quien escribe así cree fervientemente en lo que dice, sin asomo de duda o recato) es tan indigesta que basta con ir y leer. No hacen falta más adjetivos, aunque los que propones le van al pelo. Y ese tono doctrinal... En fin, no insistiré.
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