miércoles, 8 de agosto de 2007

El caso Benítez - Gámez

He seguido con mirada circunspecta un nuevo capítulo de lo que podríamos llamar "La verdad de las mentiras", en expresión vargasllosiana, o "Mentiras verdaderas", según el título del ensayo de Sergio Ramírez. Ya toqué el asunto ampliamente cuando se discutió el tema a propósito de Javier Cercas y del fino tejido de gasa que separa sus Soldados de Salamina de la Historia en mayúsculas. Hubo opiniones para todos los gustos: desde los defensores de la nueva novela como ejercicio que rompe géneros hasta los periodistas celosos de su parcela que acusan a los ficcionarios de meterse donde no les llaman.

Ahora nos llega la sentencia de un juez, de la que también se hace eco Arcadi Espada, que obliga a pagar 6.000 euros a Luis Alfonso Gámez en favor del escritor J.J. Benítez por vulnerar su honor. Gámez se encargó de exponer las mentiras contenidas en una producción televisiva del susodicho (hubiera servido igual si las hubiera exprimido de alguno de sus libros) y ahora el juez dice sin decirlo que se puede mentir y encima cobrar por ello. Los novelistas saben mucho del tema, claro, porque viven de eso: con la diferencia (ay, lo sutil) de que pactan con el lector previamente que las mentiras que el uno cuenta, el otro las recibe como tales y, después de arremolinarse bajo las sábanas, consigue tener dulces sueños. Ah, la verdad de las mentiras: desde que las facuces de los lobos se comían a las abuelitas, ¡cuánto camino hemos recorrido, página a página!

Pero Benítez escribe pretendidos ensayos, y ahí tenemos la trampa. Y nada de esto funcionaría si el nivel de credulidad de la humanidad no fuera el que es, porque si somos capaces de llegar a pensar que estamos aquí gracias a un Dios, de qué no seremos capaces. Por ejemplo, de ver este vídeo y de repensar nuestro concepto de la historia. Siempre es mucho más satisfactorio para nuestro ego creer en conspiraciones que en aburridos despertadores sonando implacables a las 7 de la mañana. Pero la respuesta de Benítez es de un desparpajo solemne:

"En esas imágenes, si no recuerdo mal, se decía Imágenes inéditas. ¿Qué significa eso? Imágenes que no se han editado, que no se han publicado, que no son conocidas. Al final del documental venían los créditos, y estaba toda la gente que había participado en la grabación. Lo que a la gente le llama la atención y le preocupa es si ese documental era o no verdad”

Eso: la gente se preocupa de cosas nimias (saber si algo es o no es verdad), cuando lo evidente para el ufólogo sería que nos preocupáramos de digerir el video sin pensar, captando secuencias de imágenes como quien come cortezas de cerdo. Pero resulta que de los miles y miles que ya han visto el vídeo por YouTube, una parte (infinitesimal, si quieren, me sirve igual) ha puesto en duda su convicción previa de que la Luna es un polvazal sin bares ni restaurantes, y ya ha visto la luz mediante edificios erigidos por quién sabe qué lejanas civilizaciones. La historia no es como nos la contaron.

En este blog, a parte de la solidaridad obvia hacia el acusado, me interesa poner de relieve cómo el propio Poder Judicial puede llegar a pasar por alto que lo importante, precisamente, es si lo que ofrece el documental (y por tanto, las aportaciones posteriores de Gámez) es cierto o no. Si no lo es, y hay métodos científicos para saberlo, las palabras de Gámez pasan a ser relevantes y verdaderas. Pero parece que acusar de mentiroso al mentiroso es una vulneración al honor, especialmente cuando el autor mismo subraya que la obra que expone está basada en trucos o en simulaciones de ordenador (y añade, quisquilloso: ¿y a quién le importa eso? Hombre, por lo pronto imagino que a los nueve millones de lectores de su saga troyana, pongamos).

Si esta es la vía, no me extrañaría que cualquier día se acuse a un novelista de mentiroso y el juez de turno redacte una sentencia milimétricamente opuesta: ¿conque usted dice que Miralles está en un asilo de Dijon y que encima chochea? Pues a pagar los seis mil, Cercas!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

últimamente he seguido la falta de sutileza por parte de los tribunales en cuanto al tema realidad narración; pero también un tema de gentilleza con este ejercicio. No importa la calidad literaria, importa el número de lectores, y el número de anteojos que hay que comprar para leer el libro... otro caso, muy curioso, sale en el país, de un escritor que es juzgado por ser el autor real del homicidio que describe en su novela. Otra voz, como se dice:
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/asesinato/libro/elpeputec/20070810elpepirdv_3/Tes

JacoboDeza dijo...

Gracias por el enlace porque no había leído esa noticia. Me recuerda vagamente al argumento de un película olvidable (tanto que no recuerdo ahora ni el título), como un dejà vu que ahora aparece en las páginas de un periódico como cosa cierta. Ahora sólo le quedará escribir una novela desde la cárcel sobre un hombre condenado a ella por un exceso de ficción.

Saludos.