sábado, 25 de agosto de 2007

La moral al descubierto

Les comprendo, están ustedes de vacaciones. Nadie ha querido o podido responder al test de la moral a día de hoy, con lo cual me pongo a la tarea de dar resultados en abstracto, extraídos directamente del libro de Dawkins.

Las situaciones descritas en el anterior post presentaban casos más o menos realistas de actitudes humanas frente a opciones extremas. La vida cotidiana está llena de ellas, aunque no sean tan brutales: a cada momento debemos estar decidiendo (sí o no) entre dos caminos, dos posibilidades, sin poder optar por vías intermedias. Pero en los casos presentados nuestro sentido moral protagoniza la elección, por cuanto optar por una u otra posibilidad demuestra una toma de partido y, por lo tanto, un posicionamiento ante la vida y ante los demás.

El primer caso, que puede parecer ridículo, es un primer peldaño de la escalera: según los datos recogidos por Hauser, el 97% de quienes respondieron la pregunta optaron por salvar la vida del niño a costa de sus pantalones. Lo increíble, según se encarga de señalar Dawkins, es que un 3% prefiera salvar los pantalones, aunque no deja de ser un porcentaje estadísticamente irrelevante: está claro que de una manera general, cualquier ser humano (ateo o religioso) se lanzará al agua.

El segundo caso puede parecer más complejo, pero la estadística es de nuevo abrumadora: el 90% desviará el vagón, matando a uno para salvar a cinco. Pero nuestra moral comienza a temblar cuando el sujeto que se halla atrapado en la vía secundaria deja de ser un ser anónimo y pasa a ser alguien relevante y conocido, por ejemplo un escritor venerado en la senda como Marías. Pero cambien el nombre por Fleming o Beethoven, personas que hayan hecho aportes significativos al desarrollo de la humanidad. Y estoy convencido que el resultado se invertiría si la persona atrapado ya fuera alguien de nuestra familia: aunque este aspecto no aparezca en El espejismo de Dios, reconzco un factor moral de tipo genético que nos obliga a proteger a los miemboros de nuestra estirpe por encima de los demás seres, y por ello casi cualquiera preferiría que murieran cinco o más personas ajenas que su propio padre o hermana. La cuestión puede alargarse de manera perversa para saber hasta dónde sería moralmente aceptable desviar el vagón: ¿un amigo íntimo sobreviviría frente a los cinco? ¿y un amigo más lejano, o un tipo que fue un íntimo timepo atrás pero del cual hemos perdido ya la pista, y por tanto su significado en nuestra vida actual ya es mínimo?

Rizando el rizo, podríamos considerar que en el grupo de los cinco se halla (entre otros cuatro individuos anónimos) una persona que nos hizo daño en su momento, un enemigo. ¿Sacrificaríamos la vida de cuatro para saciar nuestro instinto de devolver el daño sufrido? Todas estas consideraciones, por muy juguetonas que puedan parecer sobre un papel, crean un cierto estado de desasosiego en quienes pensamos en ellas, prueba de que hay un sustrato genético muy definido que reacciona ante cualquiera de estas situaciones.

El cuarto caso presenta una diferencia fundamental que sin duda modificaría de manera contundente la estadística (Hauser no ofrece datos), y la explicación es de gran interés; como explica Dawkins, hay unas raíces kantianas en ella:

"La intuición que compartimos la mayoría de nosotros es que un espectador inocente no debería ser arrastrado repentinamente a una mala situación y ser utilizado para el bien de otros sin su consentimiento. Immanuel Kant articuló estupendamente el principio de que un ser racional nunca debería utilizarse como un medio no consentido para alcanzar un fin, incluso si el fin es en beneficio de otros"

Esta es la diferencia entre el cuarto caso y el segundo, en el cual la persona atrapada no está siendo utilizada para salvar la vida de los otros cinco, sino que sólo tiene la mala suerte de estar en el lugar y el momento equivocados (según Dawkins "es el lateral el que se está utilizando", o sea la vía secundaria). Para tener una conciencia más clara de este asunto, el quinto caso ejemplifica la misma idea con una imagen más precisa: el 97% de los encuestados respondieron que está moralmente prohibido aprovecharse de una persona sana para obtener sus órganos y así salvar a cinco pacientes (sin saber que son unos kantianos de tomo y lomo).

En definitiva, la conclusión del estudio es que no hay diferencias significativas entre religiosos y ateos al responder a las preguntas, y no existe una bondad cristiana superior a la que pueda experimentar un no creyente. El estudio también se realizó entre indígenas kuna de Panamá, adaptando las preguntas a su entorno cotidiano (vagones por cocodrilos) y de nuevo las respuestas fueron similares, estableciéndose juicios morales iguales a los nuestros. Saquen ustedes sus propias conclusiones antes de darse un nuevo chapuzón en las playas de Benidorm.

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