Pero no hace falta salirnos de la senda para retratarnos en otras materias: los libros y la literatura son también un excelente caldo de cultivo para la aparición de exégetas dispuestos a vendernos gatos por liebres y a encumbrar novelas que se convierten en los éxitos del año. Y no hablo de críticos profesionales: también el boca-oreja puede funcionar para estos fines, y la consideración que ha tenido este método para recomendar libros es espeluznante. "Ha sido un éxito logrado a partir del boca-oreja", se dice, como si eso bastara para que automáticamente la obra se vista de calidad indiscutible. "No ha sido por recomedación crítica", dejando a los pobres que ejercen este oficio como tontos que dedican sus vanas horas a explicar por qué una novela es buena o no lo es sin que esto tenga ninguna importancia: ya se encargarán las bocas locuaces o las orejas sensibles de decidir lo que hay que leer y de sentar cátedra popular.
Esto me pasó a mí, pues, con Sánchez-Piñol, como bien saben los sufridos senderistas que paseaban conmigo un año atrás. Fue en parte la crítica, pero de manera muy especial las voces cercanas, la razón por la que me acerqué a la novela y leí. El post que escribí entonces se quedó a medio camino ya que me encontraba en pleno proceso lector, y quedó en el aire una tímida esperanza y el deseo que todas mis objeciones se fueran diluyendo con el pasar de las páginas. Meses después y ya digerido el proceso, la realidad (tan cruda ella) se empeña de nuevo en poner los pies sobre la tierra.
Soy claro: lo de Sánchez-Piñol ha sido un bluff de proporciones catalanescas, como sólo los catalanes podemos saber (somos una nación y al mismo tiempo no, todo en uno). A la literatura catalana le hacía falta un Sánchez-Piñol, qué duda cabe, atravesada ya la etapa Monzó, superada la época Porcel y asumiendo a duras penas la fase Pàmies. Había que buscarlo, como fuera. Y apareció en el sitio menos pensado, en "La Campana" y con algunas palmadas en la espalda de amigos y conocidos. Ya sólo había que esperar a que los catalanes que leen libros en su lengua materna acudieran a la librería y, apiadándose de su suerte (sólo hay que ver las mesas de novedades en esa lengua para comprender nuestro sino) buscaran la novedad y rezaran mucho.
La pell freda fue el libro necesario escrito en el momento oportuno. Quiero decir, aburriéndoles a ustedes, que era la novela postpujolista por excelencia, o la neomaragalliana que la nueva catalanidad abierta al mundo necesitaba. Ya escribí que puede ser una de las novelas menos catalanas de los últimos tiempos, y esto al menos es un valor que hay que reconocerle: tanto el espacio geográfico como los personajes (los dos o tres mal contados que hay) pertenecen a la literatura escandinava, por así decirlo. No hay banderas, ni Ramblas, ni gentes mirándose el ombligo. Pero a partir de ahí, la nada.
Que estamos muy solos y con mucha hambre lo prueba que esta obra sea un gran éxito y que además sea traducida a múltiples idiomas. Esto se explica por esa visión internacionalista del hecho literario y porque hay unas cuotas de exportación en lengua catalana que hay que vender fuera como sea. También Vallcorba, yendo al otro extremo, compra cada año sus cuatro, seis o nueve traducciones checas, polacas y húngaras. Sánchez-Piñol estaba allí y eso bastó para que una trama de asedio monstruoso triunfara de manera sorprendente. Sigo mostrando mi aprecio por el arranque conradiano de la novela, pero hablo de 30 páginas: el resto de las casi 300 es un repetitivo ataque y contraataque de seres infernales que salen del océano y que obligan a dos individuos a preparar defensas a cuál más absurda. Por favor, seamos sinceros: no hay absolutamente nada más. A cualquiera que me habla del "análisis psicológico" de los dos personajes le explico quién era Flaubert, y a quien me intenta demostrar "la complejidad de la estructura" de la novela le hablo de un tal Faulkner, y así.
No me esperaba tan poco de ese viaje. A mí no me desagrada tampoco la literatura de ciencia ficción, y no hay que recurrir a grandes maestros para reconocer que Mecanoscrit del segon origen de Manuel de Pedrolo es muy superior en originalidad, en estructura y en ambición. No hay escolar catalán que no lea hoy esa novela, y ya veremos cuánto dura la sobrealimentación de Sánchez-Piñol (quizá lo que duró la aparición de su segunda novela, sobre la que ya no veo tantos alardes). Y lo más importante: Pedrolo, él sí, sabía cómo terminar un libro y una historia.
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Ante la aparición de este nuevo y magnífico número de la revista Granta, uno se pregunta si este mismo ejercicio será posible, y qué resultados se obtendrían, con un ejemplar dedicado a los mejores jóvenes novelistas en lengua española. Incluyo, cómo no, a todos los latinoamericanos en el mismo pack. Espero que los editores recojan la idea.
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Punto y final: veneno y sombra y adiós.