El artículo que todo hijo hubiera querido escribir sobre su padre.Seguramente no hago bien al escribir este artículo: no me gusta ser indiscreto ni impúdico -eso que hoy parece virtud, de tan practicado-, y me será difícil no resultarlo, me disculpo de antemano. Vaya en mi descargo que acaso muchos de ustedes se encuentren o se vayan a encontrar en situación parecida, y que quizá mi estado de ánimo y mis comentarios sean compartidos en silencio, porque normalmente "de estas cosas no se habla", y a lo mejor no está de sobra que, por una vez, alguien las hable.
Lo cierto es que hoy es un día de celebración para mí, porque mi señor padre, que en junio cumplirá ochenta y siete años, ha ido a dar su primera conferencia en nueve o diez meses, y no se ha cansado, me ha dicho al teléfono, y ha regresado con bien a casa. Por primera vez desde que tengo memoria, padeció el pasado abril lo que comúnmente se llama un achaque. Su salud ha sido siempre insultante para los demás, incluidos sus hijos, hasta el punto de que nunca había guardado una jornada de cama ni jamás ha visitado al dentista, proeza sobrenatural en esta época con tanto dulce. No fue nada grave, pero sí hubo de ser operado y convalecer largamente. Tal vez por eso, por estar él tan mal acostumbrado, lo vi languidecer, y perder movilidad, y ceder ante la pereza, sufrir un bache del que mis hermanos y yo nos preguntábamos si saldría. Durante este tiempo lo hemos observado de manera distinta de cómo lo habíamos mirado siempre. Eso sí, disimuladamente, pues nada lo habría irritado y apesadumbrado más que notar en nosotros algo parecido a la lástima, que no a la preocupación, la cual sí consentía. Y cada vez que se ponía beligerante o aun indignado, lo tomábamos por buena señal y por un avance, aunque ello supusiera tener que soportar algún chaparrón dialéctico malhumorado.
Sería absurdo negar que en esas circunstancias, sobre todo si le son nuevas a uno pese a la ya larga edad del padre, se piensa en la posible muerte de la persona. O en un quizá más temible, gradual, irreversible apagamiento. Y uno toma mayor conciencia de algo consabido y obvio, pero que a menudo fingimos ignorar u olvidarnos, la unicidad de cada persona. En los hijos es casi connatural el egoísmo. "Lo que no le pregunte ahora al padre, luego ya nunca podré saberlo", piensa uno. Pero no es sólo que se prevea la futura falta de consejo, sino que es algo más, ya no tan egoísta y que atañe sobre todo al amenazado o enfermo, no a uno mismo. Lo que esa persona sabe, desaparecerá con ella. No tanto sus conocimientos -que también, y que son igualmente únicos por muchas enciclopedias que existan-, sino lo que sabe por haberlo vivido y pensado. El cúmulo de recuerdos, imágenes, ecos, situaciones y escenas, agravios y penas, conversaciones y risas que poseemos todos y que es lo que nos constituye, lo que nos da identidad y nos permite llamarnos "yo" desde que adquirimos conciencia cesa; ese cúmulo personal, intrasferible e irrepetible queda un día borrado entero, casi como si no hubiera existido. Algunos escritores -y otros que no lo son- guardan eso parcialmente y lo ponen por escrito, como mi señor padre hizo en sus memorias, hace ya tiempo. Pero eso es sólo un desvaído reflejo, y en todo caso la mayoría de la gente carece de tiempo, facultades o ganas para acometer tal tarea, contar no es tan fácil como parece. Y además ¿quién no se pregunta si sus recuerdos podrían interesar a nadie más que a sí mismo? Y mucha duda lleva a abstenerse.
Durante estos meses en que he visto a mi señor padre con sus andares tenues, negándose a utilizar bastón "porque eso es de viejos o de afectados", alicaído a ratos y falto de actividad frenética (la suya habitual), aunque no de la intelectual en ningún momento, he tenido la frecuente tentación -en la que más de una vez he caído- de sonsacarle cosas de su pasado, de la Guerra, de sus aprecios, de la vida que él conoció de otra época, nacido como fue en 1914, el año en que comenzó la Primera Guerra Mundial, figúrense, qué remota. Cuanto le he escuchado, con más avidez de la acostumbrada, ha sido interesante, a menudo apasionante, siempre único. Y me ha llevado a pensar en los muchos ancianos que nuestra sociedad presuntuosa tiene desaprovechados, sin hacerles caso, huyéndolos cuando se atreven a querer contar algo, considerándoles inútiles y una carga, aislándolos, dejándolos que se pudran en el sentido coloquial y en el literal del término. Quizá mi señor padre cuente con un bagaje superior al medio, una vida entera ordenando conceptos y palabras. Pero en esencia no es distinto de cualquier persona de edad, todas poseen sus nunca interminables cúmulos, todas han visto lo que nadie más verá nunca, todas son únicas. No deben desperdiciarlas, un día ya no darán respuestas. Disculpen de nuevo mi celebración particular: que mi señor padre haya vuelto a dar una conferencia y no se haya cansado, para mí significa que puedo desterrar los pensamientos y temores oscuros todavía durante un buen rato. (Y además, tampoco se sabe nunca quién se va a despedir primero.)
Javier Marías (17-12-2000)
11 comentarios:
Cinco años le ha durado y nos ha durado a todos ese rato.
Gracias por colgarlo, Jacobo. Le envío un correo.
Anacrusa, la anónima anterior es Anacrusa. Perdón por el despiste.
Un abrazo, Jacobo. Sabía que la nota aparecería en cualquier momento y he venido a visitarte. Gracias por colgarlo.
Loriana.
Es algo pequeño, pero algunos estamos entrando en la casa madre para cobijarnos un poco. Si quieres darte una vuelta, bienvenido.
Cuando muere el padre de una persona querida te entristeces, es lo que me pasa a mí en este momento, me pongo en la piel de Javier Marías y comparto su sufrimiento desde la lejanía. Javier Marías es como un amigo virtual, una persona a la que quiero a través de sus libros, a través de sus palabras semanales, primero en El Semanal y ahora en EPS, me afecta lo que pueda sucederle.
Con Julián Marías mis relaciones son muy lejanas, me hicieron estudiar en la Universidad su “Historia de la Filosofía”, manual que tengo en los estantes de mi biblioteca y que no he vuelto a abrir, recuerdo que mis ideas chocaban muchas veces con las que defendía este filósofo. Ha muerto a los 91 años, sin apenas enfermedades, sin sufrimiento físico, en plenas facultades mentales, creo que cualquiera de nosotros firmaríamos una muerte como la de esta persona.
Me alegra que Julián Marías haya muerto sin sufrir, sin apenas enterarse, a una edad avanzada; me entristece la desolación de las personas de su entorno, sus familiares y amigos, con ellos me solidarizo, en especial con Javier Marías, el escritor que me hizo ver con otros ojos la figura de su padre. Si algún día lee tu blog, Jacobo, sabrá que muchas personas estamos a su lado.
Gracias, Jacobo Deza, por traer a tu blog el precioso artículo que Javier le dedicó a su padre hace pocos años. Un saludo.
El hijo de Julián Marías
¿Por qué sabía que lo reproducirías? ¿Por qué había pensado lo mismo para mi blog, cosa que no repetiré? Te felicito y alabo tu celeridad. Fdo.: Justo Serna
Gracias por vuestras palabras, también. Os contesto a todos mañana en el siguiente comentario que estoy preparando: hoy no había mejores palabras que las de Javier, por eso he callado yo.
Saludos afectuosos.
Estimado amigo, Soy de Nicaragua, de nuevo vuelvo a leerte, viniendo de bitácoras .com donde encontré tus post en el directorio. Exquisita y muy profunda la reflexión que haces enfocada en la vida de tu padre, "mi viejo" como le decía yo al mío, como vas desmenuzando el sentido de la vida, de lo que representa la memoria, el bagaje que llevamos. Todo eso me lo he preguntado infinidad de veces en mis momentos en que charlo conmigo mismo. Tu escrito es encantador pues revalorizas la vida hasta en sus mínimos detalles, todas esas cosas que dejamos pasar desapercibidas, que se van acumulando y nunca tenemos tiempo de desempolvar, entablando un coloquio personal con aquellos que nos han formado y transmitido lo esencial de la existencia. Hoy mi viejo se ha ido y yo he tomado su lugar, yo soy “el viejo”. Tratando de escribir mis memorias jejeje. Muchas gracias amigo hay una inmensa calidad humana y literaria en tus textos. Un abrazo.
siempre me ha emocionado la relación tan especial de Julian Marías y su hijo Javier.
L.Reymundo
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