Después de un segundo capítulo dedicado a la identidad individual, con un marcado acento en la tradición filosófica y en los autores que han abundado en el tema, el ensayo de Manuel Cruz llega a un tercer capítulo que, aún sin dar un quiebro radical (la identidad colectiva es su tema) sí marca un punto de inflexión y entra de lleno en el mundo de las ideas políticas, centrándose especialmente en los conceptos de democracia y nacionalismo.
Ni qué decir tiene que la actualidad de estos dos vocablos en España salta a la vista, y la discusión sempiterna sobre la calidad democrática del Estado (y la validez y necesidad de revisión de su Constitución, por ejemplo) y sobre los conflictos nacionales y sobre la división territorial (el Estatut de Catalunya como último debate) reflejan, quizá, una escasa comprensión y puesta al día de la teoría previa sobre estas cuestiones. Generosamente abundante, por cierto. Según leo por internet, los platos que hay que tirarse por las cabezas no van más allá de una discusión económica (no de alta economía, claro, sino de quién recauda mis impuestos; o lo que es lo mismo, a qué distancia: si en mi ciudad o a 600 km tierra adentro) y de competencias y relaciones entre poderes. O sea, una vajilla rompible y de mala calidad. Como mucho nos preguntamos si Catalunya es una nación, sin indagar tanto sobre el concepto histórico de nación cuanto de si eso es aceptable en el marco de un Estado-nación que se arroga la paternidad única del sustantivo. Tanto daría, pues, si Catalunya lo fuera o no: lo importante es si conviene ponerlo de manera harto evidente y como artículo uno del texto estatutario.
Pero lo que cuenta Cruz en Las malas pasadas del pasado me interesaría aunque España fuese ahora un remanso de paz política. Y es que todos, de común acuerdo, parece que hemos aceptado que el marco de referencia para toda acción política debe ser la democracia. Y ese todos incluye a los que creyeron en ella desde que tienen uso de razón y a los que proceden “del autoritarismo conservador más antidemocrático” pero que “están asumiendo el modelo de la democracia –aunque, eso sí, sin abdicar de su pasado-“. Nombres no nos faltan en la lista, de cualquier país. Y ese acuerdo global también puede ser uno de los grandes peligros, porque como dijo Hannah Arendt, el futuro de la política pasa por la invención constante de la democracia, pues de otro modo siempre existirá el riesgo totalitario. ¿Qué cosa resulta más inaceptable para un totalitario, se pregunta Cruz, que la exigencia ciudadana de más y mejor democracia? Algunos conversos lo son precisamente porque también sacan partido de su actual situación, en un mundo donde los Estados se jibarizan y la economía prima por encima de la política.
Respecto al auge del discurso nacionalista, Cruz establece una doble división: el del nacionalismo identitario y esencialista, “que no acepta otro vínculo del individuo con el grupo que el de la adhesión emotiva e incondicional”; y el enfoque que soslaya el etnicismo e “intenta tematizar la pertenencia a la comunidad como mecanismo constituyente del individuo en sociedad”. Ni falta hace decir que la segunda sería una concepción moderna, nada excluyente, y que sería un instrumento válido de la socialización, tan inherente al ser humano. Pero el problema es querer plantear esta visión en sustitución de la política, del discurso político, y no se trata de negar la pertenencia sino de edificarla sobre nuevas bases, lo que equivale a proponer que la identidad se construya de otra manera.
Y lo mejor, como cierta conclusión del debate: “Parece claro que si a alguna pertenencia parecemos abocados es a una pertenencia cada vez más abstracta, universal, y que en todo caso será sobre esa base sobre la que habrá que establecer unos renovados vínculos fraternales, solidarios, etc.” Hacía tiempo que no leía una arenga así sobre el internacionalismo desde un punto de vista despartidizado. Ante tanta palabrería como me llega últimamente sobre esencias y derechos históricos, reconforta volver por unas horas al sentido común y a la racionalidad.
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-Buenos días, Enrique. ¿Qué es lo primero que haría si el jueves la Academia sueca anunciase que el Nobel es para Vila-Matas?
-Haría un discurso en el que citaría a Roberto Bolaño. A continuación, renunciaría al premio.
En El Mundo, hoy mismo.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 23 horas
5 comentarios:
¡Hurra pues!
No lo copié en el blog pero se puede leer en el enlace esta misteriosa frase: "Me encuentro en una encrucijada totalmente desconocida por mí y me paso el día divagando sobre si seguiré o no escribiendo, siempre con el convencimiento de que, en cualquier caso, debo entrar en una aventura radical y muy valiente si deseo dedicar los dos o tres próximos años a un nuevo -en el sentido literal de la palabra- libro".
¿Reinvención de Vila-Matas?
Además de saludarte, aunarme a este ¡Hurra! para VM, te dejo este artículo para ver qué te parece:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=21076
saludos, Jacobo.
¡Uf! El inefable Manuel García Viñó vuelve a la carga. Gracias por traer a colación a este indiviudo, Magda, pues creo que le voy a dedicar algún comentario un día de estos. No porque merezca ni una sola línea (qué digo, ni un predicado) sino porque también hay que hablar de los márgenes de la literatura, de los detritos que la propia palabra a veces genera.
En un arrebato de locura compré un día un libro de este señor sobre la literatura española del siglo XX. Un ejemplo de lo que allí comenta se puede leer en el texto que traes aquí.
Por lo pronto, analiza esta frase del ilustre Viñó: "es el peor escritor de todos los tiempos y lugares". Alguien que es capaz de escribir esto (haga referencia a Marías o a quien sea) queda automáticamente inhabilitado para la crítica. Para la crítica seria, digo. Yo jamás diré que Viñó es el peor crítico literario de todos los tiempos y lugares: que siga él haciendo carrera y ojalá alcance esa cota bien pronto. Mientras, nosotros, a lo nuestro.
Estoy de acuerdo total con lo que dices de García Viño. Alguien que se atreve a decir "el peor...", no puede hacer crítica seria, definitivamente.
Saludos, Jacobo.
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