martes, 25 de octubre de 2005

Cartas nómadas (1)

San Salvador, 18:20h

...Conducir bajo una espesa manta de niebla es una experiencia próxima al desasosiego, a la pérdida de identidad. Digo manta, o sea, una capa de tela gorda que a su través no deja ver ni la propia textura del tejido. Los faros iluminaban el blanco perpetuo y avanzaba hacia la nada, pegado al supuesto límite del asfalto para seguir las malas hierbas que eran lo único que podía distinguirse por la ventanilla lateral. Veinte interminables minutos de ausencia, de perfecta soledad dentro del vehículo y sin alrededores. La hierba y yo, únicos seres vivos visibles del descenso hacia Choluteca. Jamás había estado en este trance, desprotegido y débil frente a la durísima Naturaleza, impasible y con una contundencia que uno recibe como puñetazo en el estómago, inerme ante lo real. Después, la lluvia intensa y la desorientación defintiva hasta que todo escampó: la tela se deshilachaba como jirones al viento y la realidad se iba pintando ante mí. Las casas, las bombillas de los porches, el aliento de la vida. Cuesta abajo, mis veinte minutos de inexistencia los interpreté como los del viajero que se desplaza al lugar más remoto no para conocer ruinas y palmeras, sino justamente para deshacerse de su identidad y no ser reconocido por nadie, para pasear sin ser visto (los ojos que te miran y no interpretan, que no te distinguen).

El hotel era como deberían ser siempre los hoteles: viejas construcciones que antaño tuvieron sus horas de esplendor y que han venido a menos, habitaciones ya destartaladas no tanto por el uso como por la falta de mantenimiento. Las paredes se van desconchando, el agua de los grifos brota salpicándolo todo, hay bombillas que ya no encienden. Y los sofás: esos espacios de tela rajada pero que (¡milagro!) conservan plenamente su comodidad. Uno se desparrama en ellos y mira por la rejilla de la mosquitera rota del ventanal: enfrente, una piscina de agua turbia colecciona hojas y ramas de todas las especies vegetales. Entonces, abrimos un libro sobre nuestras piernas y leemos, y del hotel empieza a sonar un hilo musical inconfundible (fragmentos de Turandot, Dilegua, o notte! tramontate, stelle!Tramontate, stelle, que ya escuché estremecido entre la niebla), y la camarera nos trae un café expreso con poco azúcar, y las bañistas cruzan y cruzan la piscina con estilo envidiable, y las flores reviven a nuestros ojos entre la maleza , y el silencio es el de la noche y las cigarras y los grillos. Estos son los hoteles que me gustan: se nos aparecen a la orilla de cualquier carretera secundaria y nos explican historias muy antiguas, de las que ya nadie guarda memoria. Después, en la cama, siguen las notas y nos entra un sueño narcotizado, sintiendo el lento desgaste de cada célula del cuerpo y su evaporación: que llegue muy tarde el futuro, por favor, los primeros rayos, el amancer, el alba en la que definitvamente habremos vencido a toda la mediocridad de nuestras cutres existencias.

Frijoles molidos, huevos fritos con tomate, queso salado, café con leche: y decían que el paraíso estaba en la otra esquina. ¡En esta, coño, en esta misma! Hay un perro flaco estirado debajo de mi silla y de vez en cuando me echa el ojo por si le lanzo algún pedazo de comida, pero su ojo está casi cerrado, mira desapasionadamente. Cuando salgo con la camioneta y observo hacia atrás por el espejo, veo el rótulo caído del hotel y el perro husmeando las migas del banquete. No quiero irme todavía pero hay mucha carretera por delante, quiero persistir en estas horas detenidas, muy cansadas, que transcurren lentamente: hay un perpetuo deseo de huida y otro paralelo de no avanzar, de enterrarme aquí, huesos y carne bajo la tierra, y un perro flaco husmeando encima, como quien busca por instinto y no por amor a su amo perdido...

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No me gusta la práctica del halago por el halago porque el abuso hace que su valor disminuya, pero es que no hay otra forma de reaccionar a tu escrito: es una descripción extraordinaria, Jacobo, la he disfrutado enormemente. Gracias.

Anónimo dijo...

Un cúmulo de nostalgias se remueve en mi cabeza, se podría decir que es la felicidad autentica, verdad Jacobo?


saludos!

JacoboDeza dijo...

Loriana, tampoco me gusta dar las gracias por darlas, pero lo hago con sinceridad, una vez más.

Tininiska, convierte tus nostalgias en realidades. Yo intento hacerlo en este corto viaje: palpar lo verdadero que hay en el camino y regresar con más experiencias, nunca salir demasiados de este suelo que nos atrae. No es la gravedad: es la realidad la que nos mantiene firmes y en el lugar que toca. Vivir, y quizá con ello amar, que no es poco.

Anónimo dijo...

gracias jacobo por tus palabras, intento todo los dias recuperar esas nostalgia que me mantienen viva, aunque la realidad mia sean muy distinta a la tuya.No es la gravedad:es lo real lo que nos mantiene firmes, en el lugar donde queremos estar.vivir, amar,es suficiente.

Roberto Iza Valdés dijo...
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Roberto Iza Valdés dijo...
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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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