lunes, 5 de septiembre de 2005

La literatura como juego

Basar nuestras lecturas en lo que nos dice "Babelia" sería una soberana estupidez. Lo cual no impide ni contradice que tengamos a este suplemento literario como un recurso obligado para saber qué se publica y qué merece la pena leer, aunque después no le hagamos ningún caso. De hecho no deja de ser una extensión de lo que le ocurre al diario que lo alberga cada sábado: "El País" ya se compra por una cuestión de fe, por lo que representa o, mejor aún, por todo lo que ha representado en el pasado inmediato. Compramos "El País" porque no hay otro diario, porque hay que saber qué dice hoy Savater o Haro Tecglen o Millás, porque vamos al quiosco casi por inercia y escogemos de entre el montón de papel nuestro pan de cada día.

Y los sábados yo siempre buscaba las tres firmas que jamás me decepcionaban, para bien o para mal. Sobre una de ellas ya se ha comentado lo suficiente y ya es historia: Ignacio Echevarría. Otra es la de Rafael Conte, imposible crítico de quien jamás he entendido si recomienda un libro o lo desprecia, tal es su ambiguo oficio. Yo leo a Conte por pura curiosidad antropológica, con el mero afán de interpretar sus alucinaciones semanales y seguir confirmando lo que yo quiero ser cuando sea mayor, pues no debe haber mayor escritor frustrado que quien suscribe. Pero quiero ser crítico a lo Conte, sin ataduras ni imposiciones, hablando de tu libro pero hablando en el fondo de mí mismo, desapasionadamente. Y por último está José María Guelbenzu, que me interesa tanto como crítico como tan poco como novelista. La elección de cada libro reseñado ya es toda una política íntima de este autor: me interesa mucho saber qué lee cada semana, porque no hay elección banal. Al menos sabe de literatura y es un lector apasionado, que es como decir todo.

Viene a cuento todo esto porque acabo de recuperar una crítica de Guelbenzu sobre el último libro de Umberto Eco, publicada a finales de febrero en "Babelia". Ya en El lamento de Portnoy se habló de la obra y se comentó por parte de varias personas, con resultados especialmente negativos. Pero hay un elemento que señala Guelbenzu y que me parece acertado, o al menos invita a la reflexión. El desarrollo de la reseña no es nada duro, más bien condescendiente, pero termina con estas palabras:

"Hay que reconocer que el juego es brillante y divertido, que intercala alguna historia atractiva y seductora, pero es a costa de convertir en un icono más al personaje, de traicionarlo y dejarlo tan abandonado como al arte de narrar. El lector se divertirá quizá tanto como se ha divertido don Umberto el semiótico, pero siempre que lo tome como un juego ingenioso -y un poco pesado a veces-, no como una novela."

No sé si la novela divierte o no: más bien no, escuchando las inteligentes voces que pululan por el mencionado blog. Pero conviene leer dos veces lo que Guelbenzu dice sobre la literatura como juego. ¿Es Eco un novelista? ¿Pretende Eco, o lo pretendió alguna vez, codearse con los mejores creadores de ficción y crear obras perdurables en el marco de las flexibles reglas de la novela? ¿O más bien su intención es la de exponer hallazgos intelectuales sobre semiótica pero con un lenguaje accesible, al margen de las reglas del ensayo? ¿Escribe ficción para descansar del hartazgo que puede suponer la elucubración científica, el artículo perpetuo en revistas especializadas? ¿Pretende, sobre todo, divertirse y usar (¿abusar de?) la novela como simple instrumento para su sanísima terapia? Y lo mejor: ¿Se puede considerar verdadera novela aquello que ha sido creado al margen de sus reglas? (y ay, ¿cuáles son esas reglas?). Muchas preguntas para tan poca Loana, me temo.

Todo ello implica que haya que reflexionar sobre si una crítica a esta obra debe figurar al lado de una crítica a, pongamos, lo último de Rushdie o Belén Gopegui, o debe basarse en los mismos parámetros de calidad. Y en este caso hablamos al menos de literatura que pretende trabajar forma y contenido, pues ya no hago referencia a otros que probablemente también se divierten al escribir, pero pensando en lo fácil que será sacarles veinte euros del bolsillo a los incautos que vayan a comprar su libro.

Pienso ahora en otro autor, alguna novela del cual entraría de lleno en ese aspecto didáctico del arte. Pienso en El secuestro y pienso en Georges Perec. Dejando aparte que fui incapaz de terminar semejante obra (digo su traducción imposible, no me atreví con La disparition), Perec entendía la creación como un juego permanente, una vulneración de los corsés y un reírse de sí mismo bastante sano y con resultados en algún caso encomiables. Pero El secuestro es un ejercicio de estilo que quizá divirtió mucho a su autor al componerlo pero que me heló la sangre a mí: pura carcasa vacía, confetti de colores, un juego con dados trucados y cartas marcadas. ¿Dónde queda la literatura, entonces?

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Septiembre. La rentrée, claro: Roth, McEwan, Houellebecq, Vila-Matas, Kureishi, Coetzee, Jelinek, Amis, Rushdie, Foster Wallace, Pitol. Y los escritores sin saberlo cuando escribieron sus obras.

2 comentarios:

Portnoy dijo...

No podremos con todos, Jacobo, no podremos.
Ya he puesto en el cesto a McEwan y a, ¿tengo que decirlo?, Roth... el resto a ver si llegamos con la paga de navidad.

Dejaré algo sobre La conjura contra América donde siempre.
Un saludo

JacoboDeza dijo...

Es el momento ideal para empezar una nueva vida: abandona tus vicios ocultos, todos tan caros, e invierte tus ahorros en tu futuro literario :-D

Tremendo texto sobre Roth el que publicas en el blog: voy a comprar ahora mismo un pedazo de tiempo para leerlo con calma.