Tener blog implica tener algo que contar: no hay nada más obtuso que sentarse frente a una pantalla y ponerse a pensar sobre el qué, como en los días en que no ha habido nada que nos altere ni nos cause alguna zozobra, unas páginas que nos emocionen. Pero a veces no esperamos gran cosa de determinado libro y entonces es cuando se obra el milagro: si llegan esas páginas, uno no halla el momento de sentarse por fin ante el ordenador y transmitir al lector su experiencia. Me ha pasado en estos cuatro días de sagrada inmersión en una reserva ecológica, con más de 200 especies de pájaros a mi alrededor y una temperatura ideal para la lectura. Y cuando uno puede recomendar algo, todo el empeño de mantener un blog activo se justifica con creces.
Leo a Sergio Ramírez desde hace años, en principio por una simple razón de inmersión en el lugar donde vivo la mayor parte del año. Paso mis días rodeado de revistas universitarias, publicaciones de academias científicas, ensayos sobre la historia de Nicaragua, colecciones de artículos acerca de la actualidad política, y sobre nada de esto vuelco una línea aquí: es una tarea demasiado formal y sistemática como para encontrar un gramo de diversión en contarles después mis desvelos. Una de mis fuentes de información también es la literatura, obviamente. Sergio aúna su pasado político (y por tanto, su conocimiento exhaustivo de los personajes que hacen historia, y de los que ya la hicieron) y su faceta de escritor, que quedó cortada mientras luchaba en los distintos frentes de guerra y ejercía la vicepresidencia del país en los años ochenta.
La obra de Sergio está enteramente apegada a la realidad de Nicaragua. No puede, y entiendo que tampoco es su intención, hacer de la creación literaria una obra intemporal y por encima de fronteras. Para mí es el gran hándicap con el que se enfrenta: hablar del mundo aunque hable de un terruño, poner en boca de un ciudadano de León palabras que expliquen nuestra condición humana. Sus novelas y cuentos hablan del beisbol nicaragüense, del asesinato del dictador Anastasio Somoza, de un petimetre y a la vez asesino en serie leonés, y al leer cada historia no salimos nunca de esa pequeña patria: Nicaragua es el tema porque así lo ha decidido el autor, y contra eso ya podemos decir misa. Para mí, que escarbo continuamente en la sociología del país, saco mucho en claro con estas novelas, pero yo soy yo y siempre he tenido mis dudas de que estas obras interesen a un público grande.
He comenzado a leer Mil y una muertes, novela publicada en 2004. La primera época de Sergio, que podríamos datar hasta antes de la revolución, es deudora del realismo mágico y de un lenguaje arcaizante, demasiado ornamentado. Renueva su prosa con su obra más extensa, Castigo divino, en 1988: el dominio del diálogo y de la estructura narrativa convierte esta novela en un buen ejercicio de estilo, y a la vez abre la puerta a su prosa más madura y ya desnuda de alharacas, a un estilo no inconfundible pero sí propio. Mil y una muertes reincide en la recuperación de personajes míticos de Nicaragua, con Rubén Darío como máximo exponente, y promete bucear de nuevo en pasajes históricos más o menos conocidos.
Pero voy a intentar ser lo suficientemente expresivo para recomendarles no la novela en sí, sino la lectura del primer capítulo. Soy estricto: de la página 25 a la 52, después de un amago de prólogo firmado por Rubén y antes del capítulo dos. Y seré, pues, expresivo: me juego mi honra a que en estas páginas está lo mejor que Sergio Ramírez ha escrito en su vida. Y no sé si alguien se lo ha dicho, o algún crítico ha caído en la cuenta. Pero lo que narran estas 28 páginas de mi edición americana de Alfaguara es de una fuerza y de una lucidez fuera de lo común.
Dos rasgos explican en parte mi admiración: son las páginas menos nicaragüenses de su bibliografía y se meten de lleno en la autoficción. Ya sé que esto no es suficiente para constatar la calidad de nada, pero cuando Sergio ha quebrantado su modelo literario y ha incursionado en nuevas vías, ha aparecido su mejor prosa. Es imposible leer este capítulo y no pensar automáticamente en cualquier obra de Sebald, en la trilogía de Vila-Matas (Bartelby, Montano y Pasavento), en Negra espalda del tiempo de Marías, en Soldados de Salamina de Cercas, o en Sensini de Bolaño (que pronto comentaré). Es la misma escuela, la misma escritura del nuevo siglo, la misma pasión por sacar fuego de una anécdota azarosa y banal. Sergio viaja en 1987 a Polonia por razón de su cargo y se suceden vertiginosamente una serie de casualidades concatenadas que poco a poco van convirtiendo a los hombres y mujeres de los que habla en verdaderos héroes literarios. ¡Y han bastado 28 páginas! Portentoso: describe el siglo XX y escribe desde el XXI, habla de sí mismo y en cada uno de sus pasos recorre el mundo. Llegamos al último párrafo con la piel erizada, y no queremos que el milagro se acabe. Sólo echo en falta algún documento gráfico que certifique lo que aquí se está diciendo, como Sebald o Marías han hecho con acierto.
Pero se acaba: en el segundo capítulo regresa el Sergio más funcionarial, el notario de su país, el escritor empeñado en situar a Nicaragua en el mundo, sin darse cuenta de que su proyección ha tenido lugar cuando ha roto sus preceptos. Por un solo capítulo. Descubrimos, asombrados, que esta es una de las grandezas de la literatura y del genio: pueden venir miles de páginas de historias bien contadas, pero sólo unas pocas son capaces de rozar el cielo, y es en esos momentos cuando nos sentimos afortunados de haber estado ahí, una noche espléndida frente a un bosque nuboso, y de dejar constancia de ello en un blog. Quizá alguien, incluso, nos lea después y busque en alguna biblioteca esas páginas maravillosas. Veintiocho.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 5 horas
5 comentarios:
Tuve una sensación similar cuando intenté leer "Inglaterra, Inglaterra" de Barnes. El primer capítulo es magnífico y después la novela se va malogrando. Quizás no sean más que relatos cortos inflados.
Felicidades por sus comentarios. Comparto la idea de que mantener un Blog es grato cuando nos sumergimos en la lectura, en un viaje o descubrimiento de un bello escenario y se necesita compartir lo vivido. Un saludo, Antonio
Croix, con Barnes me pasó lo que dices en Una historia del mundo..., pero eso lo relaciono con los altibajos de una novela intencionadamente fragmentaria, donde se mezclan los aciertos y los deslices.
Aviso que no he terminado la novela de Sergio, así que todavía estoy a la expectativa de si recupera el tono inicial en algún momento.
Gracias por vuestros aportes.
Y eso, Deza, ¿a qué cree que se debe? ¿No atreverse a ir más allá?¿Conformarme con el ritmo funcional/funcionarial heredero del boom?
Algo hay de eso, Lalo: Sergio es casi el escritor oficial de Nicaragua, con permiso de Gioconda Belli (Ernesto Cardenal ya pertenece a otra esfera, por decirlo con vocabulario de Sloterdijk) y creo que eso pesa a la hora de tomar riesgos. Ya tiene ganado su estatus, y se debe a su país y a su público. Siempre sospeché que él podía ir mucho más allá: domina las estructuras temporales complejas, las acotaciones en los diálogos, las pinceladas de humor, la creación de personajes estrafalarios, los giros del castellano de su país, pero no lleva todo eso hacia una apuesta por una literatura de más calibre. Cuando se ha atrevido ha escrito sus mejores páginas, y eso me confirma que estamos ganando un narrador muy técnico y perdiendo a un novelista desprejuiciado.
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