Los días de cambio de ubicación geográfica, saltando entre continentes, son vacíos existenciales que quedan ahí, suspendidos en un limbo. Dejo atrás España una vez más y regreso a Centroamérica, dispuesto a recuperar mi cotidiana normalidad.
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Una de las consecuencias del boom digital ha sido la progresiva miniaturización del texto escrito, acorde con los tiempos de inmediatez que requiere nuestra urgente sociedad. Hay al menos dos razones que se aducen para llegar a este desbroce: la primera es que en pantalla no se puede leer cómodamente, aunque eso ya está puesto en duda por los nuevos formatos tipo Kindle. La segunda es que hoy la gente tiene poco tiempo y que no está para largas parrafadas. ¡Me hace mucha gracia este análisis! Los mismos que dicen esto son capaces de pasarse largas horas viendo televisión, haciendo sobremesas de tertulia vacua o esperando en largas filas de vehículos que no avanzan ni a tiros. Imagínense el tiempo del que yo dispongo, sin tele, sin tertulia de café y sin coche.
Uno de los artefactos más sobrevalorados en esta avalancha de lo breve si breve dos veces breve es Twitter. Cuando ya el formato blog se adivinaba demasiado proceloso, con entradas que ocupaban diversos párrafos, vino el sabio a constreñir nuestra labia a 140 caracteres. Lo que tengas que decir, dilo telegráficamente. El mundo reducido al mensaje instantáneo, al destello inmediato y reciclable, a la frase solemne.
Para pensar ya están los otros. Pero no deja de alarmarme la gran cantidad de buenos blogueros que se han pasado al formato micro. La tentación es grande, sin duda: lanzar flashes publicitarios, de autobombo o simplemente avisos circunstanciales que se superponen a la avalancha de otros mensajes que nos llegan por los medios más peregrinos. Quizá en el formato periodístico, el de la noticia bomba, pueda tener algún sentido el twitteo, pero también lo han adoptado quienes hasta no hace muchos años pensaban que la prosa profunda, cargada de contenido, era el clímax de la literatura.
Sea como sea, la historia literaria también está cargada de adeptos al fogonazo, desde mucho antes de la aparición de internet. ¡Parece que nuestros decimonónicos tampoco tenían tiempo de nada! La greguería de Ramón pasa por ser el ejemplo más sintomático de una tendencia del todo sobrevalorada. La parte lúdica de este tipo de frases es jugosa, claro, como lo puede ser un sudoku en momentos de abulia. Pero de ahí a considerar que una greguería está al mismo nivel que un buen cuento ya es otro cantar. Y hablo de cuentos de verdad, porque en ese campo también se han sucedido los amagos vanguardistas, y destaca por encima de todos la eterna frase de Monterroso con su dinosaurio: es difícil econtrar ejemplos más evidentes de cómo la sugestión colectiva puede ensalzar algo que no pasa de ser un simple fuego pirotécnico. No hay día en que alguien no hable de la genialidad de este autor citando el texto, cuando la genialidad de Monterroso no se demuestra precisamente por su cuento twitter.
Con mucha más enjundia, dos autores a quienes ahora venero también distraen de vez en cuando sus neuronas con hallazgos verbales de una o dos líneas, pero siempre su brillo sobresale en párrafos más trabajados. Sanchez Ferlosio o Trapiello, eternos autores de pecios, son demasiado inteligentes como para quedarse en la calderilla y cultivan la descripción meditada y el reposado mirar, por mucho que su obra sea fragmentaria en conjunto y muy miscelánea. La calidad de un texto no tiene medidas, es decir, no tiene corsés: es por ello que hay tan pocos columnistas de prensa realmente excitantes, de obligada lectura. Atenerse a un número de palabras implica que no siempre se está a la altura del mandato, porque no todo se puede expresar en 587 vocablos. Menos todavía en 140 caracteres, a no ser que haya que avisar que algo se quema.
Mucho me temo que el twitteo es perfecto para los que jamás han sabido construir una subordinada sustantiva. Por fin se puede escribir sin saber escribir, así como ahora hay aparatos de cocina pensados para los que no saben distinguir entre un sofrito y un estofado. La escritura como un don genético de las nuevas generaciones, a expensas de un clic. Para todos esos, 140 caracteres todavía me parecen excesivos.
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¿Debo ser el único individuo que dispone en su estantería de la colección completa de Granta en español? Sea como fuere, el número de octubre de este año merece más atención que la habitual: por fin una selección de los mejores autores jóvenes en lengua española, a la manera de lo que ya se hace cada diez años en la edición inglesa y que dio a conocer internacionalmente a McEwan, Amis o Barnes. Ya tengo algún nombre en mente.
La fiesta del aguafiestas
Hace 1 día
6 comentarios:
Hola:
¿Podrías decir ese nombre que tienes en mente?
Si el límite lo ponen en 35 años, en la selección tiene que aparecer Neuman. La mayoría de los que fueron a Bogotá39 ya han superado el límite.
El caso es que han tomado el modelo norteamericano en lugar del inglés (para los ingleses el límite lo ponen en 40). Así se van a quedar fuera escritores estupendos, como Juan Gabriel Vásquez. Patricio Pron sí entraría: acabo de mirar la contratapa de uno de sus libros y veo que nació en 1975. Justito...
Un saludo.
En la época que estamos viviendo con Internet, como cabecera de muchos escritores y periodistas, hacen que el titular valga más en sus blogs que lo propiamente dicho.
Yo estoy con la buena literatura y con los buenos escritores,que nos hacen soñar con sus escritos,y el número de páginas no debe influir si te gusta el libro.
Y sino que se lo digan a los seguidores de Ken Follet, la saga de Harry Potter o el desaparecido Stieg Larsson.
Saludos y enhorabuena por su blog.
Oigan, sres Deza y Z, como intuyo que controlan el tema, les pregunto: ¿qué tal Zambra?
Saludos
Lalo, no he leído a Zambra, pero que Anagrama lo escoja para una de sus colecciones es un buen síntoma. Álvaro Enrigue le dedicó esta reseña en Letras libres, que merece la pena releer:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=12542
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