martes, 8 de septiembre de 2009

De la Tierra a la Luna

Como ya saben los resisitentes de este blog, acostumbro a ser metódico y quisquilloso en las fechas y lugares en los que comienzo a leer libros. Cuando hago un repaso a los lomos de mis bibliotecas, de cualquiera de las dos que tengo, se me aparece una imagen cabal de un espacio y un momento determinados. Un McEwan me retrotrae a una playa desierta o al aeropuerto de Miami, un Bolaño a una roca sobre una montaña de Morazán mientras oteo desde lo alto, un Marías a mi lugar preferido del prepirineo catalán: un rincón de un camino entre dos lomas del cual jamás daré más datos, ni sometido a las más siniestras torturas, no vaya a ser que algún día llegue al sitio y me encuentre con otro lector apostado en mi piedra favorita.

Antes de partir hacia Cuba, el 20 de julio, estaban por cumplirse los 40 años de las huellas en la Luna y todo lo demás. No lo pensé dos veces: de entre todo lo comprado y que me falta por leer, metí en la maleta El viento de la Luna de Antonio Muñoz Molina, que regresó felizmente a casa porque lo llevaba a cuestas en la mochila de mano y no en la maleta facturada y ya perdida para siempre (ahí dentro iba Magris, por ejemplo, y pienso en quién será el afortunado ladrón que lo estará disfrutando a estas horas).

En fin. De esta obra ha dicho mucho y bien uno de los más perspicaces lectores de Muñoz Molina en su blog, Justo Serna, conmemorando también a su modo el cuadragésimo aniversario de la gesta astronáutica. No sé si se puede decir mucho más, pero me interesa el autor y hay algunas cosas en la novela que merecen ser resaltadas.
Ahora que Portnoy está sumergido divinamente en el magma experimental y desbordante de Foster Wallace (uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete, con lo que las bromas también acaban siendo finitas) he tenido la dicha de instalarme por unos días en una obra de prosa tradicional y castellanísima, y con un argumento que navega entre el costumbrismo y la novela iniciática. Nada nuevo bajo el sol, es cierto, pero hay veces en las que uno siente la necesidad de meterse en territorio conocido. Será porque he caminado estos días por espacios mentales muy gelatinosos y quería una senda con guijarros, con una ruta fácil de recorrer.

Muñoz Molina es un autor al que he seguido con bastante continuidad, y me había quedado en el estante esta última novela antes del gran tomo que está por llegar en las próximas semanas. Mi curiosidad radica en la sutileza de sus artilugios sentimentales, y me explico. Más allá de las buenas (o no) historias que nos quiera contar, el autor disecciona con bisturí algunos arquetipos de la España real y conocida, de la que a él le ha tocado vivir o de la que le han contado sus generaciones inmediatamente anteriores. Esos arquetipos (aquí el cura propinador de bofetones en el aula, el niño crecido en ambiente rural que sueña con otra vida futura, el abuelo pragmático y de sabiduría popular, y un largo etcétera de personajes conocidos) destacan por la capacidad que tiene Muñoz Molina para describirlos a partir de su imagen sentimental, nada proclive a la añoranza pero tampoco a la fácil y tópica pincelada.

El chaval protagonista, que coincide con la edad que Muñoz Molina tenía en 1969, se debate entre la aburrida cotidianidad de Mágina y el sueño del viaje espacial que está a punto de culminar. Arados, lechugas y sotanas frente al Apolo XI, Armstrong y la Luna. Y lo que subyuga es precisamente el tono de la historia, por el que vamos conociendo las íntimas historias que a todos nos han sucedido en la adolescencia, haya coincidido o no con ese año. Este tipo de novelas, que pueden parecer fáciles a simple vista, esconden una abigarrada suma de afectos, temores, vergüenzas, afrentas y desdichas, que al fin y al cabo son las tuyas y las mías sin haber nacido nunca en Mágina. Y en ocasiones, la prosa algo barroca de Muñoz Molina nos deja perlas concisas que obligan a detener la lectura y a mirar por encima del libro hacia ningún lugar:

Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de
su padre.


Ante frases así, la novela trasciende el trasiego del día a día en una casa de pueblo y todos somos hijos tomados de la mano. Tragamos saliva y continuamos leyendo.

No quiero hacer aquí ni ahora una crítica de la obra, porque ya digo que en otros lugares se ha hecho y bien. Mi mente tampoco está estos días para largas parrafadas, pero lecturas como ésta son una buena dosis de paroxetina para el cerebro. Y sin efectos secundarios.
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Leía en el blog de Angry Girl estas palabras sobre Marías:

La verdad es que los escritos de Marías son totalmente de una cabeza masculina, contienen una represión emocional impresionante, me parece, lo siento cada vez que acabo sus libros, siempre he sentido ese vacío cuando acabo los libros de él, un gran vacío, el vacio de las emociones, Marías a duras penas dice lo que siente, con el todo son ideas, y cuando necesito aplacar un tanto mis emociones me pongo a leer un libro de este señor, que no me hace sufrir en lo mas mínimo pero me hace pensar, pensar, pensar.


Estas palabras, que sólo una cabeza femenina hubiera podido escribir, son de una precisión abrumadora. La ausencia de sentimientos y el magma de las ideas. Y esa represión emocional tan intensa que convierte cada novela suya en un tour de force excitante.
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-¿Y la serotonina, Mr. Deza?
-Por ahí va, segregándose con ayuda de algunos fármacos.
-¿Lo ve? La ciencia le permite a usted seguir por estos derroteros.
-La ciencia me ha permitido, amigo mío, vislumbrar por fin a Dios en mis entrañas.
-Ya lo leyó usted en Dawkins: Dios es pura química.
-Pura serotonina, amigo, pura serotonina.

5 comentarios:

Laura dijo...

Marìas conmueve a travès de sus ideas, y de las imàgenes que describe profusamente.Mi cabeza femenina se resiste a hacer una lectura "sentimental" de sus libros.
No veo vacío, sino riqueza, pero de una altura emocional menos transitada literariamente.

JacoboDeza dijo...

Ahora se me hace más intenso si cabe el título de unas de sus novelas, El hombre sentimental, que en el fondo acaba siendo la ausencia de sentimientos del hombre o su represión constante. Debo releer bajo este prisma lo que ya he releído otras veces, seguro que me aporta algo nuevo.

Laura dijo...

Voy a retomar tambien El hombre sentimental. Marías aporta algo siempre....

Justo Serna dijo...

Estimado JacoboDeza, te agradezco mucho la gentil referencia que haces a mis lecturas de Muñoz Molina y, en concreto, de 'El viento de la Luna'. Lo he tratado en mi blog y, al autor, en otros artículos y en algún libro. Debo, finalmente, escribir y entregar un artículo nuevo que compendie lo que he dicho de 'El viento de la Luna'. Sería para mí un honor que pudieras leer ese texto inédito, antes de remitirlo al destinatario que me lo ha pedido para publicar. Si no es mucho abuso, claro.

JacoboDeza dijo...

Ningún abuso, y un placer asegurado. Yo también estaba por dejar alguna pincelada más en el blog sobre la novela. Si quieres me puedes remitir el texto a mi correo y te lo comento por esa misma vía.

Un saludo