Se lo explico: las dificultades para actualizar el blog en estos días no han obedecido a otra causa que a los cortes constantes de luz a que nos tienen sometidos a los usuarios de este país. Para señalar a los culpables con nombres y apellidos, baste decir que Unión Fenosa tiene el monopolio de la distribución energética en Nicaragua, y que se ve absolutamente incapaz no ya de garantizar que los blogs puedan mantener un aceptable nivel de mantenimiento (qué sabrán ellos de blogs) sino que con sus cortes condenan a la mayoría de las familias del país a convivir bajo la luz de una vela. Esto implica un tremendo bajón en la actividad económica y una pérdida más acusada para los pequeños comerciantes, que ven cómo sus productos se echan a perder sin la necesaria refrigeración. En fin, que les hago partícipes del cuento para que al menos durante un minuto se compadezcan del sufrimiento que embarga a este escriba voluntarioso en su empeño.
Pero más allá de las penas, me sorprendo leyendo en “Babelia” la crítica del último libro de cuentos de Sergio Ramírez, me sorprendo leyendo la palabra Nicaragua en un diario español. Y sobretodo me sorprendo por este fragmento de Javier Sancho, que cito textualmente:
“Aparte de su mejor novela hasta el momento, Margarita, está linda la mar, primer Premio Alfaguara, la maestría de Sergio Ramírez está en el cuento. Con el consiguiente riesgo, se podría decir que Sergio es el primer cuentista vivo en el continente latinoamericano, y uno de los mejores en español, heredero de las armas de Cortázar y Monterroso.”
Primer apunte: decir que Margarita, está linda la mar es su mejor novela lleva adjunto al paquete un riesgo que, como dicen aquí, no es jugando: esto implica automáticamente defender que Castigo divino no es su mejor novela. Creo que fue Carlos Fuentes (corríjanme si no, porque no tengo a mano el artículo) el que realizó un tremendo elogio de esa obra, y por aquí ya he ido dejando algunas pistas acerca de su lectura. Me comentaba un buen amigo, jurado de célebres premios literarios, que siendo una excelente novela le dañaba su apego por la desmesura. Y es que no cualquier autor puede aguantar el ritmo que marcan ochocientas páginas, pero la intención de Castigo divino no engaña a nadie desde un principio: el embrollo técnico-jurídico que se narra allí necesita ser contemplado con el microscopio, y cada acción revisada desde distintos ángulos y puntos de vista. Ser lector-juez tampoco es fácil: las idas y venidas por las escenas de los hechos pueden marear al menos avisado, y el esfuerzo requiere de un componente de paciencia nada desdeñable. Pero la ambición que supone escribir una novela así no puede ser comparada alegremente con Margarita..., que por otro lado también tiene una tramoya muy cuidada y no hay pieza que no esté en sus sitio, como si el nicaragüense fuera al fin y al cabo un montador de puzzles de miles de piezas.
Segundo apunte: puede que la maestría de Sergio Ramírez esté en el cuento, o puede que hoy no haya lectores tan pacientes como para estar resolviendo complicados engranajes. Aquí en Nicaragua sí hay un ritmo vital más adecuado a ese tempo narrativo, y si hubiera lectores (ya dejé escrito también que este país es de poetas que no leen) éstas serían las novelas que exigirían: las que requieren horas de apelmazamiento en sillas de mimbre viendo como el sol inclemente se va poniendo a la hora de los zancudos. Y si hubiera luz, proseguirían la lectura en los porches de madera de las casas de estilo colonial. Pero es cierto que Sergio ya recopila algunos cuentos brillantes y siempre adscritos a su realidad nacional (recuerdo la divertida historia del día que nevó en Managua, con el gobierno en pleno sentado en unas gradas provisionales para asistir al magno evento previsto por los meteorólogos; o la emotiva historia del jugador de béisbol que realiza un juego perfecto, nueve innings sin permitir entradas, pero que se tuerce al final y sale tan humano como siempre por la renegrida puerta del estadio), y aunque la grandilocuencia me atora, quizá sí se trate “del primer cuentista vivo en el continente latinoamericano”, quién sabe.
Tercer apunte: ¿se entenderán mejor las historias que cuenta Sergio Ramírez siendo nicaragüense o habiendo residido por un lapso suficiente en este país? No puedo evitar, cada vez que leo alguna de sus creaciones, pensarme español, sentirme ciudadano únicamente de allá e intentar comprender el cosmos en el que habitan sus personajes: imposible. Se entiende toda la historia, claro, pero hay una bruma indefinida que sólo los que olemos cada día, al levantarnos, a madera mojada y a frutas tropicales, podemos llegar a intuir. Y no me parece eso una dificultad añadida, sino más bien una ventaja y una circunstancia del buen escritor: venga usted a Vetusta, o a Macondo, y si no puede pásese por la literatura y embriáguese de esta otra realidad.
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Regreso al hogar de Justo
El azul del cielo
Hace 16 horas
1 comentario:
Querido JacoboDeza, te agradezco esta referencia, amable, generosa. Un saludo, Justo Serna
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