viernes, 17 de febrero de 2006

El jardinero mustio

Hace años que tengo clara la disyuntiva que afecta al orden de lectura y visionado de un libro y una película. Por mucho que sea cierto que ver un film de una historia ya leída acostumbra a llevarnos a la decepción (el complejo engranaje de una trama y unos personajes queda diluido ante una hora y media de resumen gráfico), nunca recomendaré a nadie que vea primero la película. Suele pasar que acatando este orden podamos hacer una valoración bastante favorable de ambos, pero a costa de cargarnos el instrumento esencial que las convoca a nuestra vera: la imaginación. Nunca olvidaré mi lectura tardía de El nombre de la rosa, que sin duda me pareció excelente, pero con el añadido de ver a Sean Connery en cada página y ser incapaz de moldear el laberinto ya visitado con el laberinto que me contaba el autor: ¡el traidor pasaba a ser Eco, que no había descrito una biblioteca como la que yo había recorrido, vela en mano, en un monasterio real y palpable!

Ahora me he enfrentado a la versión cinematográfica de El jardinero fiel, habiendo leído ya el libro de John Le Carré cuando se publicó. Iba prevenido, porque uno no es neófito en el asunto y no esperaba para nada ver mi propia versión de lector imaginativo sino la de Meirelles, así que tampoco se me puede achacar una decepción anunciada. Pero las percepciones son las que son, y en este caso la película me pareció peligrosamente banal en comparación con el mecanismo de relojería que Le Carré ejecutaba en la novela. Lo peor que le puede pasar a una historia de espías es que se le entienda todo, y lo que en las páginas impresas era mera sospecha, vericuetos intangibles y complicados enigmas, en la pantalla no pasa de ser una historia amorosa con trasfondo comprometido. Al árbol se le han podado todas las ramas y nos ha quedado un hermoso ejemplar de jardín francés, muy exquisito pero al que se le ven todas las estrías.

Los primeros diez minutos de metraje son para echar a correr: por principio ya acostumbro a ser poco crédulo, pero a veces pienso que a uno lo obligan a comportarse así. El encuentro entre Justin y Tessa se resume en una vulgar muestra del flechazo amoroso convertido en una dosis concentrada de lugares comunes: alumna rebelde + profesor inteligente y atractivo = paseo, mirada a los ojos y cama. Diez minutos. O sea, la historia que nos pasa a todos cada día, al salir a la calle para ir a la oficina. Montarnos la escena a partir de la novela permitía ese plus de difuminación que hace que las cosas tengan mil matices, pero en el cine del siglo XXI lo que cuenta es un buen polvo. Tessa, después de que a ella le hagan decir en el auditorio las mismas frases literales que en la novela (aunque tampoco lo pienso comprobar, pero ofrece una imagen de lección bien aprendida cuando la ocasión ameritaba improvisación, menos Stanislavski y más Corbacho, para entendernos) recorre un largo trecho en una zancada y a partir de ahí hay que hacer verdaderos esfuerzos para creer en su rol.

El argumento político de la novela plantea una cuestión de gran calado: el beneficio empresarial de la industria farmacéutica ante la realidad africana, una contradicción sangrante entre el negocio que supone que haya muchos enfermos y muchas epidemias y el lucro que se obtiene perpetuando la dependencia hacia las medicinas. Los implicados en la amoralidad, además de los dueños y científicos, también son los diplomáticos británicos y, por ende, el gobierno de ese país. Justin, como pieza que se mueve entre el amor por una transgresora solidaria y su puesto en la embajada, siginifica el hilo que entreteje todos los intereses y el que pone de manifiesto las dobles y triples jugadas de los personajes.

Pero la película, como decía antes, nos enseña esta red con demasiada claridad, todo aparece muy diáfano y la línea que separa lo bueno de lo malo está trazada con Rotring y escuadra. Hay poco margen para la duda y uno piensa, saliendo de la sala, que no todo está perdido: una vez más, sólo hay que ir a por los malos para que ganen los buenos. Tessa renace en varias escenas como un fantasma que tiene el don de poner nerviosos a todos: es la perfecta heroína que sola (su supuesto amante no pasa de ser una sombra) reduce al imperio británico para que acepte sus pecados y los expíe. Mucha Tessa para un jardinero tan mustio.

No sería justo si no valorase un cierto afán de modernidad en muchas de las escenas corales, en los ambientes africanos que están bien retratados. Es una mirada muy externa, contemplando el transcurrir de los nativos con un ojo exótico, pero es lo que hay, y aporta sustancia a lo que en conjunto es levedad. Las palabras de quien va a evacuar en avión a la gente que huye de un ataque armado reflejan la sucia realidad: "aquí sólo entran cooperantes", pues no se puede tocar ni cambiar el entorno de trabajo. La niña que se había colado sale del aparato, ante la mirada peprpleja de Justin, y corre, corre por la arena mientras las hélices levantan más polvo, y en esa niña, en sus ojos abiertos y en su sonrisa inerte vemos por un instante la película que pudo haber sido y no fue.

6 comentarios:

lukas dijo...

NO leí el libro, pero la película me gustó, pese a tus críticas creo que es una buena película, y que el cine ya no es lo que fue en los años convulsos del siglo XX, me refiero a ese cine político que sólo un Costa Gavras se empeña en mantener... En fin, ojalá le den el Oscar a Alberto Iglesias.

JacoboDeza dijo...

Tampoco me hubiera gustado que esta película hubiera tenido el tono de un Costa Gavras. De hecho, yo le pedía precisamente más pinceladas sutiles, menos brocha. Analiza los primeros 10 minutos: ¿de verdad te identificaste con los dos protagonistas? Me interesa saber eso de alguien que no ha leído la novela e iba al cine con los ojos quizá más abiertos que los míos.

lukas dijo...

Pues sí, el inicio del romance es de lo más tópico y típico, propio del cine de Hollywood, con escenas almibaradas incluso. Es luego que el personaje que interpreta Rachel Weisz adquiere peso, y se come al resto incluso, y hacia el final me parece que la película es ya casi épica. Yo creo que los que han leído la novela van con hándicap. En fin, no es una película redonda, puede tener fallos importantes, pero el conjunto (no los detalles) está logrado.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en lo de los primeros 10 minutos.
Yo primero vi la película y luego lei el libro ( he leído muchos libros de John Le Carré) y la película no determinó mi imaginación.

Justin no tiene la cara , ni los modos de Ralph F. Justin es un personaje con mayor calado en el libro. Con respecto a Tessa , no encontrpe grandes diferencias entre el libro y la película.

La película no me pareció con brocha gorda: ví las cosas tan en claro-oscuro en la película como en el libro.

Un libro y una película ( el mejor libro/ la mejor película) se rigen por relatos con leyes diferentes: impresionan de manera diferente nuestros sentidos y nuestra inteligencia.
Como lo es leer un guión y ver la obra de teatro.


Hay una sola cosa que me facilitó la película y no el libro: la realidad africana con su miseria y con sus alegrías, con sus bailes y su colorido, con su corrupción y la muerte y con el miedo y la dependencia.

El Africa del libro lo encontré cerebral, los africanos no aparecen nunca.

No sé si la mirada es exótica o no; porque yo no soy africana y vivo muy lejos de Africa, al igual que el brasileño Mireilles y su fotógrafo uruguayo. Puede ser exótica pero es honesta: no es África para turistas.

Me gustó la película y me gustó el libro: ambos me permitieron vivenciar cosas diferentes y que fueron importantes para mí.

JacoboDeza dijo...

Gracias por tu comentario, tanto tiempo después del mío. No voy a objetar nada ahora sobre tu lectura y tu visionado, aunque añadiría varios matices a lo que comentas. Quizá con la distancia ahora sea más benévolo con el cliché africano que hay en la película: quizá sea menos cliché que el de otras Áfricas que he visto después en otros asuntos, y el ojo de Meirelles sea bastante libre ahí (con la limitación que da el tener que rodar esas imágenes en pocos días, supongo).

Saludos,
Jacobo

Anónimo dijo...

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