Subir hasta la parte Norte de la Diagonal desde el centro tiene el atractivo de conocer al menos dos Barcelonas distintas o dos tipologías de urbanitas, que al fin y al cabo son quienes conforman las ciudades y las moldean con sus cuerpos, sus voces, sus miradas. Hacer una parte de esa ruta en bus supone un cruce violento de escenario, con el propio trayecto como interregno invisible. La Barcelona gótica y arrabalera ya es un barrio promiscuo, de grandes contrastes poco mezclados, y se nota que los paquistaníes van a los suyo, los niños filipinos se relacionan sólo entre sí, los ecuatorianos ponen siempre cara de perdidos. Es difícil ver catalanes entre esos callejones, quizá algún joven alternativo (que por muy alternativo que sea tampoco se mezcla en el mejunje) y viejos apartados de esta sociedad, solos y desamparados, que bajan con sus zapatillas a la calle para comprar en los supermercados regentados por orientales.
Entonces, cuando uno se baja del bus veinte manzanas al Norte, las carnicerías de corderos degollados con la mirada hacia la Meca se transforman en tabernas de diseño para catar vinos, y los locutorios de internet en exquisitas tiendas de Adolfo Domínguez. Las chilabas han dejado paso a los Armani, a los Toni Miró llevados por perchas bien perfumadas. Incluso cuando llego al British Council, destino del día, en su puerta se despiden los alumnos de inglés que son los hijos de los anteriores, altivos y fatuos. Pero así son las cosas: Anagrama presenta los libros anglosajones ahí (los francófonos en el Instituto Francés, la próxima semana viene Amélie Nothomb), en tierra tan extrañamente ajena.
Las facilidades del lugar se agradecen, eso sí: sala de dimensiones humanas, con el autor a poco pasos, traducción simultánea, sonido perfecto. Más de media entrada en la que destacaba el público de habla inglesa, alguno bastante puesto en la trayectoria del autor. Y con sólo 10 minutos de retraso llegó Alan Hollinghurst, para mi sorpresa sin la compañía de Herralde. Poco efusivo, observador y de maneras suaves, escuchó por el audífono la presentación de Justo Barranco, habitual de las páginas de “La Vanguardia”: una presentación sobria pero nada atractiva, más bien escueta.
Hollinghurst venía a presentar la traducción de La línea de la belleza, novela recién aparecida en las librerías de este autor que se dio a conocer a partir de la Generación Granta de 1993, la posterior al grupo de McEwan y compañía, que compartió con Tibor Fischer, Kazuo Ishiguro, Lawrence Norfolk o Philip Kerr. Aunque precisamente esta obra se sitúa en esa década anterior, la del esplendor thatcherista de una Inglaterra rendida a los pies del Dios dinero y en un momento de boom patriótico por el efecto Malvinas. Sólo un elemento empaña la existencia de algunos seres, todavía entonces restringido a ciertas pausa de comportamiento sexual: el Sida. En este ambiente se mueve Nick, el protagonista de esta historia de relaciones con trasfondo político.
La charla (que no conferencia: el acto fue un siempre más ágil toma y daca de preguntas y respuestas) derivó en la primera mitad hacia un discurrir sobre los años ochenta y los efectos de las políticas neoliberales de entonces en el actual presidente laborista, hasta el punto que el propio autor tuvo que verse en la tesitura de decir que él no era politólogo y solamente un simple escritor. La otra mitad tuvo bastante más enjundia, a pesar de la inevitabilidad del recurso: ya es un momento esperado el que, durante una presentación de un libro de marcado tema gay, se le pregunte al autor por este subgénero literario. Hollinghurst no escurrió el bulto, pero derivó en una sentencia implacable: él hace literatura de personajes homosexuales pero no para lectores homosexuales, y contó que su novela The spell, quizá la más cerrada en este asunto, fue la menos vendida, como si hubiera asustado su temática y sus personajes muy declarados.
Citó a Henry James como evidente referencia para escribir el libro (curiosamente, otras dos novelas finalistas del Booker, además de la suya que fue la ganadora en 2004, también mencionaban la influencia de James), y alguien mencionó la película Match Point como otra posible clave de lectura expost, aunque el autor ni siquiera ha visto este último Allen. El público, reservado como los buenos ingleses, no dio más juego y la velada terminó con el aplauso de rigor, para dar paso a lo que interesa: la lectura solitaria y silenciosa. Afuera las calles empezaban a quedar desiertas, y los pájaros del Turó Park ya habían callado desde hacía un buen rato, emigrantes todos ellos que también hicieron escala en esta Barcelona lumpen de la parte alta de la Diagonal.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 17 horas
1 comentario:
Gracias, Jacobo, por esta hermosa crónica de una noche cultural, me hubiera gustado ir, de estar allí, leí en su momento "The spell" y me gustó mucho; pienso que H. es un poco en la onda de E. White, del que por cierto ahora salen sus Memorias, My Lives o algo así. Por suerte, la temática gay en ellos es trascendida ampliamente.
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