viernes, 13 de enero de 2006

Ser joven en Madrid

Hay veces en las que una asociación de ideas o un vínculo inesperado produce sorpresa incluso en quien lo ha generado. Quiero decir que hace pocos días estaba frente a una pantalla viendo Match point, la última película de Woody Allen, y a los diez minutos ya tenía en mente la tetralogía de Anthony Powell. Fue una idea fugaz, como un pensamiento que cruza nuestra mente con insensata rapidez, pero que deja su huella y ahí permanece durante el resto de la filmación. Cabe decir que disfruté la película y especialmente su brillante guión, una historia aparentemente anodina de cruces y celos repetitivos pero que en manos de ese perspicaz autor que casi siempre es Allen (lástima que siempre se repita bastante a sí mismo, lástima que jamás tenga un freno a su desbocada producción de un título anual) se convierte en una pieza muy redonda y con pinceladas de inteligencia muy sutil. Pues estaba yo en esas cuando se me apareció de repente el genio y la fuerza de la prosa de Powell: sin duda que la ambientación londinense ayudaba al efecto, y por encima de todo sus personajes de clase alta preocupados más por su apariencia y por la vertebración de sus relaciones personales que por establecer metas claras hacia donde dirigir sus vidas. El protagonista de Match point es todo un Jenkins: un joven que logra meterse en el ambiente de una aristocracia de la city venida a menos, y cuyas desventuras seguimos con interés pese a la aparente frivolidad que destiñe todo cuanto ocurre. Pero esa visión instantánea no hizo decaer para nada mi interés estrictamente cinematográfico (más bien al contrario: desde ese momento quedé atrapado por la pantalla, quizá esperando la aparición de Templer o Stringham en cualquier momento, quién sabe si del mismísimo Widmerpool), y recuperé la fe en ese Allen que ya desde Delitos y faltas me convenció de ser uno de los mejores guionistas que corren por América. Una América muy europea, ciertamente.

Lo cuento desde Madrid, por donde camino y no dejo tampoco de sorprenderme. Cuando paso por delante de los teatros de la Gran Vía y otras céntricas calles me asombro de ver los mismos nombres de hace cincuenta años, o cien: Pedro Osinaga, Paloma San Basilio, y hoy van a cantar los jovencísimos Víctor Manuel y Ana Belén... Jamás pasa el tiempo en esta ciudad, siempre encuentro las mismas carteleras en todos los viajes. Y además de los siempre infaltables andamios y vallas por dondequiera que vaya, hay un cierto aroma de espacio petrificado, de calles también detenidas en un lapso concreto, como si desde mi última visita hubieran echado el telón y ahora, en mi regreso, se hubiera levantado con pereza para ofrecerme las mismas colillas en la acera y los mismos vermús en los bares, todavía con la marca de los mismos labios en el borde del vaso. No sé a qué es debida esta sensación, ni si tiene algún amarre coherente hacia lo real: pero no suele pasarme con otras ciudades, y quizá menos que ninguna con Barcelona. Sin considerarla un portento de modernidad, todavía consigue en cada uno de mis regresos ofrecerme alguna sorpesa a la vuelta de la esquina y hacerme sentir que el tiempo pasa. En Madrid siempre recupero años: si la San Basilio todavía canta o actúa será, pues, que todavía puedo considerarme joven.

No podré pasearme por librerías ya que la visita es corta y apremian algunas exposiciones que quiero solventar con rapidez. Tampoco me voy jamás de Madrid sin haber estado, siquiera una media hora, paseando por esa maravilla urbano-rural que es el Parque del Retiro. Aquí sí que las comparaciones se decantan hacia el otro lado: mientras lo único comparable en Barcelona sea el Parque de la Ciutadella (un espacio con ciertas ínfulas afrancesadas, con mucho paseo y poco camino, con demasiado orden) el Retiro sigue estando entre mis caminatas preferidas, con su tamaño levemente inabarcable y sus rincones perfectos para la lectura lenta. Tuve la fortuna de hacer el trayecto aconsejable para todo viajero: de pequeño admiré lo más olvidable (barquitas en el estanque, migas de pan para los gorriones) y ya de mayor me quedé con la sustancia y con los detalles que superan la anécdota turística. Aviso para navegantes: llevo bajo el brazo un ejemplar de La literatura nazi en América, de Bolaño: muy pronto hablaré de ello, preveyendo que ya sentaré cabeza y trasero al menos en las próximas seis semanas.

También he podido comprobar una vez más que los funcionarios públicos, especialmente ciertos cuerpos de seguridad, siguen insistiendo en su estupidez infinita. No sirve de nada que uno acuda a ellos con su mejor sonrisa y su más estilizada simpatía: la respuesta que ofrecen siempre suele depender del pie con el que se han levantado ese día, casi siempre el izquierdo. Estas calles ministeriales están repletas de uniformados en perpetuo estado de guardia y creo que a cada momento me siguen varios individuos de paisano. Pero lo peor es su incapacidad para introducir una semilla de vida en su triste quehacer de guardianes de lo legal. Esta mañana no he podido despedirme como se merecía de la persona que acompaña mi andadura vital, pues el aeropuerto de Madrid también está fagocitado por esta plaga de seres rectilíneos. No hay favores que valgan: usted no puede cruzar esta línea, usted no tiene el pase que se requiere, usted ya ha recibido un sello oficial y tiene que obedecer. Usted. Me pregunto si al regresar a su hogar siguen estampando sellos en las paredes del cuarto de baño: me imagino que toda su rabia contenida de funcionarios lagrimeantes debe digerirse en algún lugar, porque no se explica tanta obcecación y tanta furia inútil. Pero a pesar de todo, en el pasillo o en cualquier escalón, siempre habrá un beso y un hasta luego para la persona a quien se ama, que ni el más desencajado policía de la moral puede impedir: así fue esta mañana, y la literatura al final nos redimirá a todos.

10 comentarios:

lukas dijo...

Jacobo, así que ya te despides de Madrid, no?, hacia BCN? Lo que dices del Madrid petrificado, pues según por dónde pasees, en la zona Centro sí que parece que no pasara el tiempo, por eso esa parte trato de evitarla últimamente, mientras que en barrios como Chueca o Lavapiés siempre hay alguna sorpresa. El metro de BCN me pareció un sitio deprimente, mientras que el de Madrid tiene mucha vida, pese a la eterna obra de la línea 3; aparte, las madrileñas y gente en Madrid es mucho más guapa ;-)

Y el REtiro, el mejor parque público en ESpaña..., el de la Ciutadella no lo conocí...

Bueno, yo estoy con Murakami, así que ya hablaré también.

Misionero dijo...

Muy interesante la crónica de tu estadía en Madrid, me encantó toda la información y detalles que con un sabroso y natural lenguaje brindas. Te deseo que sigas disfrutando y compartiendo y fraternal te dejo un saludo desde mi tierra Nicaragua.

Anónimo dijo...

:-) He visto hoy Match point y ayer comentaba con mis editores (cómo me suena aún eso) que, con lo hermoso que es Madrid, que no logran destrozarlo ni llenándolo de andamios y de agujeros, no pasa nada nuevo en él. Y no hablo ya de paloma San Basilio y similares: edificios, gran cultura... parece siempre todo lo mismo. Tengo la sensación de ver siempre la misma exposición y hasta me parece que voy a oír a Fleta, si voy a la ópera. No se si es una sensación, si es que siempre espero más, le pido más, como a Woody Allen, cuya película me ha encantado, pero de la que esperaba más, mucho más. ¿No te parece a ti que sobra la aparición de los espíritus? ¿No te parece que hace una trampita dándonos pistas falsas para que resolvamos la película con datos que luego no sirven para nada? La mujer manifiesta que no puede tener relaciones por una infección que no sabe de dónde le viene. Inmediatamante se entiende que se la ha transmitido él que, a su vez la padece por contagio de la amante que... ¡el negro; ha sido el negro encantador y el niño es suyo! Eso he pensado yo y después resulta que la infección no tiene nada que ver con nada, ni el negro, ni se sabe nada de ese niño que tenía que haber aparecido en la autópsia. Rápido cambio de idea: "No estaba embarazada y lo ha dicho para presionar", pero no, tampoco. No se, me ha parecido que Allen me ha dicho: "Te crees muy lista ¿no?, pues que te lo has creído". De cualquier modo y, del mismo en que comienza la película con el tropiezo de la pelotita en la red, creo que debía terminar con el tropiezo del anillo en la barandilla. Me hubiera parecido el final perfecto. De todos modos, Allen sigue siendo uno de mis genios, aunque haga que los ricos sean simplemente tontos y superficiales y los pobres sean amorales y malos. Hummm. Ahora tengo que ver la última de Bergman.

Y el Retiro, el parque más bonito que conozco, sí que es abarcable. Le doy la vuelta a diario y, si la perra o yo estamos muy cansadas, tan sólo lo atravieso. No hay un lugar mejor para leer y respirar. Iré mirando ahora por si veo a alguien con La literatura nazi en América, de Bolaño. Si ves un perro fox terrier que pasea a un ama alta y delgada que lee "En Argentine. De Beuenos-Aires au gran chaco", de Jules Huret, estárás viendo a Anacrusa. Si necesitas algo de ella, ya sabes.

A mí, hace unos años, Barcelona me daba mucha envidia, tenía un algo cosmopolita fascinante que ha perdido totalmente en mi opinión, pero debe ser una sensación mía. En cualquie caso... Tiene el mar. Eso no es comparable con nada.

Anónimo dijo...

He escrito algo más largo que lo tuyo en que comentaba: la película (que he visto hoy :-)); Madrid, Barcelona, El Retiro, lo que leo... San Internet me ha castigado por prolija y, al ir a colgarlo, me ha dicho que había un error en Bogger y me lo ha perdido, así es que repetiré sólo que, si ves por el Retiro (me fijaré en alguien que lleve ese Bolaño) a una perra fox terrier paseando a su ama alta y delgada y leyendo "En Argentine. De Buenos Aires au gran chaco", de Jules Heret (que ya sería ver), estás viendo a Anacrusa y que, si necesitas algo de ella, ya sabes.

Feliz estancia.

Anónimo dijo...

¡Anda!, al colgar la explicación veo que ha salido lo anterior. Nunca entenderé este medio. Perdón por la reiteración.

Anónimo dijo...

'Match point', me gustó y a la vez me pareció evidente, enfáticamente culta, proporcionándole al espectador datos e indicios suficientes como para satisfacer su ego culturalista. Ya saben...: 'Crimen y castigo'. Aun así, me parece de lo mejor del último Allen. Luego regreso. Saludos, Justo Serna

Anónimo dijo...

No veo demasiado a Jenkins en la película de Allen, en cambio sí que veo al Ripley de Patricia Highsmith. Jenkins no es un arribista, no hace cualquier cosa por llegar hasta lo más alto, por ejemplo no copia el atuendo que gasta el grupo al que desea pertenecer y no es capaz de llegar al asesinato para asegurar el estatus que ha alcanzado. Tampoco está tan interesado por lo que le ocurre a él como en lo que le pasa a los que le rodean. Lo mismo hacía otro famoso Nick, apellidado Carraway, si mal no recuerdo. Por cierto, estaría bien, como ejercicio perfectamente inútil, buscar las influencias literarias que ha tenido Allen en algunas de sus últimas películas: por ejemplo "Desconstruyendo a Harry" olía demasiado a Philip Roth, a su desencadenado Zuckermann. Me gusta el blog. Un saludo.

JacoboDeza dijo...

Lukas, ciertamente me he movido casi sólo por el centro. Hay un hecho diferencial clave en Madrid (me imagino que también en Málaga, pero jamás en ningún rincón catalán) y es la tapa. No me acostumbro a que me sirvan con la cerveza un plato de aceitunas, o una rebanada de pan con chorizo: siempre estoy tentado de decir "esto yo no lo he pedido", con rubor. Es una de las cosas que espero que no cambien nunca. Y cierto: el metro de Madrid congrega todo el espectro social de Madrid, supongo que porque sus calles son ingobernables y todos (el pijo, el okupa, la señorona, el recatado gerente) entienden que es la mejor manera para moverse.

Al final sí que fui a "La Central" del MNCARS: otra pequeña maravilla, como ya nos tienen acostumbrados en Barcelona.

Misionero, un pinolillo a tu salud. Ya era hora que un nica se asomara por esta senda: gracias por tu comentario.

Anacrusa: vi un boxer, un terranova, un pastor alemán y un perro pequeño de raza imposible. Ninguno iba delante de ninguna dama alta. ¡Pero qué anochecer! Frente al estanque había el viernes una luna llena descomunal, y entre ella y yo paseaba Madrid: los perros, las patinadoras, los ciclistas, padres e hijos, también las damas delgadas. Hacía frío, y por eso no me demoré demasiado leyendo.

Muy acertados los comentarios que haces sobre Match Point: yo soy muy benévolo con Allen por lo bien que me cae, y le suelo perdonar todos sus deslices. Y en la película hay unos cuantos que quedan absorbidos por los numerosos aciertos. La escena del anillo es fundamental, aunque hubiera sido excesivamente redonda para un final: pero también veo ahí alguna incoherencia, puesto que el lado del que cae sería el malo, y el protagonista acaba teniendo un golpe de suerte crucial. La comparación con la pelota de tenis sería ahí inconveniente: para ganar el partido, tendría que caer del otro lado, o el anillo en el río.

Justo: el cultismo de Allen siempre es de lo más jugoso: los paseos por el museo de arte contemporáneo tienen la dicha de ser al mismo tiempo apuntes elitistas y sarcasmos sobre el círculo estrecho por el que se mueve determinada gente. En todas sus películas hay esa doble posibilidad entre el guiño intelectual y la crítica mordaz: nada fácil de congeniarlo en una sola secuencia.

Petrus: en efecto, Jenkins no sería el prototipo del arribista, pero se rodea de un estrato de gente que me remite plenamente a esta película. No sólo por su clase social, claro: hay una proximidad de gustos, de estética, de intereses (salvando las décadas que median entre novela y película) y sobre todo un tempo narrativo similar (también salvando distancias entre las 2 horas de metraje y las 2.000 páginas de la tetralogía). Es más una sensación, pues, de estar en un mismo ambiente con gente que me resultaba familiar.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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