miércoles, 7 de septiembre de 2005

Unas bailarinas muy vivas

Como dijo Bolaño, ¡cuídense de los fans de Antonio Soler! (¿O era de Panero?, lo mismo da). Parece que entrar en el mundo de Soler puede producir serias consecuencias, a saber: placer estético, identificación con los personajes y con un territorio, pérdida de la noción del paso del tiempo. Con la lectura de Las bailarinas muertas ya avanzada, repasemos las constantes que hay que subrayar de este libro:

1. Estructura: Es un pequeño prodigio el armazón que protege toda la trama, y lo mejor es que no hay un trabajo gratuito de querer explicar como se monta esa estructura. Quiero decir que hay autores que construyen un andamiaje a la vista, con sus hierros y sus lonas, y no nos dejan ver la fachada, que sabemos bellísima pero oculta detrás de un artificio demasiado evidente: vemos los trucos y al mago se le arruina la obra. Soler ha optado por elaborar dos tramas paralelas pero sin ninguna carta marcada: no hay separación de capítulos, ni espacios en blanco que nos indiquen que pasamos a otro tiempo u otro espacio, con lo cual vamos abriendo camino y el paseo se hace cómodo, porque es el territorio de la mente: el narrador va recordando sus historias de la infancia en Málaga y las cuitas de su hermano en Barcelona, pero todo se extrae del mismo sitio, del lugar donde habitan los recuerdos y la imaginación. Los saltos entre las dos ciudades son suaves y cada personaje, cada sonido o cada objeto pueden ser el resorte que nos haga saltar alternativamente de un espacio a otro, con un fluir nunca abrupto.

2. Cinefilia: Soler ha visto mucho cine, y además del bueno, y de forma constante va introduciendo recuerdos de películas aplicados a los personajes, que sueñan con sus movie stars preferidas: "Por ver una sesión doble de Ginger Rogers o una película en la que Hedy Lamarr bailara, mi hermano habría sido capaz de cruzar el desierto del Sáhara varias veces, de estar sin comer durante más de un año o de volverse un asesino de esos que salen a la calle y matan al primero que se encuentran". O bien: "(...) aunque quien de verdad lo volvía loco [al camarero Álvarez] era Gregory Peck, porque a él, a Álvarez, lo que le iba era la marcha atrás". O incluso: "(...) sembrando su pensión de una armonía que, según mi hermano, nadie había visto nunca en ninguna otra parte, a no ser en la película Mujercitas, la de Katharine Hepburn, no la de June Allyson y Elizabeth Taylor, que, según Ramón, era peor". Sin duda que esta cinefilia le permite a Soler marcar el tiempo de la historia sin necesidad de definirnos en qué año nos movemos: no sólo es el flan chino Mandarín o los tebeos del Capitán Trueno lo que nos situa en un territorio definido, sino también el cine de barrio de doble sesión.

3. Freaks: Ya comenté anteriormente algo sobre el elenco de freaks que pulula por la novela, y hay que remarcar otro dato: sin duda se trata de personajes curiosos y algo outsiders, todos ellos identificados por cualidades muy concretas y extravagantes. Pero son nuestros freaks, con lo cual también podemos identificarnos a nosotros mismos como seres no tan mecánicos como pensamos. En el fondo, todos padecemos de alguna manía o pequeña locura que, a ojos de otros, pueden marcar nuestra descripción y añadirnos al listado de freaks de cualquier barrio. Las primeras miradas sobre esos individuos que tan bien va creando Soler son las del espectador externo que ríe las gracias de esa gente, considerándolas ajenas a nuestro mundo. Ya avanzada la novela debemos mirar a nuestro lado, el lado frío del sofá o la puerta entreabierta de la calle de enfrente, por si de pronto aparece por allí Luisito Sanjuán "con las manos metidas en los bolsillos y con cara de sueño" o Cosme Cosme (Doble Cosme, Cosme Bis), guardando su pistola en el bolsillo de la chaqueta. Ya somos otro freak más.

4. Costumbrismo: Últimamente ando yo mucho más metido en historias metaliterarias, en vaguedades narrativas más preocupadas por la forma que por el contenido. Me he sorprendido viéndome atrapado por esta novela, que regresa a los cuentos del mundo real, de todo aquello que ocurre a nuestro alrededor. No sé si Soler ya se podría considerar escritor de otros tiempos: quizá no esté de moda hoy este reenganche a lo costumbrista y esta vuelta a la tradición literaria española, viendo además que siendo un autor loado (Caballero Bonald dijo de esta obra que es "una muy notable muestra de literatura en estado puro") pocos hablan de Soler. Sí, gana premios, pero Vila-Matas luce más en las fotos. ¿Hay mercado para esta "literatura pura" de calidad?

5. Acumulación: También hablé de un cierto riesgo que noté en las primeras páginas, y que poco a poco se va superando gracias a una estrategia muy precisa. Soler sabe a dónde quiere llevarnos, y la acumulación de personajes y anécdotas sólo es el señuelo para expresarnos una cierta desesperanza vital que nos aqueja a todos, en un momento u otro, en los años sesenta o en el primer lustro de este incoloro e insípido siglo XXI. Y la idea de acumulación también se mitiga por las constantes repeticiones que el autor hace de determinadas expresiones o rasgos característicos de cada quien (eso recuerda levemente a Marías, perdón por mi deformación profesional). No hay, pues, una acumulación desordenada, sino un preci(o)so engranaje con piezas que aparecen y desaparecen para que la máquina siga funcionando a la perfección.

Entonces, ¿hay que recomendar el libro, el autor? Creo que hay un tipo de lector que debe estar buscando esta clase de obras y que se halla perdido entre tanto ombliguismo como abunda hoy en dia. Volver a la narración, a la historia bien contada, al detalle apasionado, siempre es fácil que produzca placer: siempre que, claro, la historia se escriba con la intuición de que hace gala Soler y con los recursos que despliega en sus páginas. Este hombre todavía tiene mucho que contarnos.

2 comentarios:

lukas dijo...

No lo has podido decir mejor, Jacobo, y más detallado. Sobre esa desesperanza, pongo una pequeña cita de su última novela, que tal vez enlace con esto mismo (lo haré en el blog, si no te importa). Sobre esa extraña fascinanción que produce, es por lo que dices: Soler es un magnífico contador de historias, ese narrador de "Las bailarinas..." es todo un contador de historias, disfruta haciendo su humilde pero efectivo trabajo. Es verdad que no luce tanto como el VM, pero para mí le dan cien mil vueltas. Otro narrador puro es Martín Garzo, pero tras la fresca y original "Marta y Fernando", me decepcionó un poco, y en la última es ya un manierista sin mucho interés.

Anónimo dijo...

Hola, paso de vez en cuando por tu interesante blog, aunque nunca he comentado nada. (soy más lector que comentarista). Hace unos meses inicié mi andadura con mi humilde blog y recientemente he dedicado un artículo al maestro Antonio Soler. En él transcribo algunas palabras de este post tuyo. (pido perdón una vez publicado).
Gracias por fomentar a este autor en particular, a la literatura en general, y enhorabuena por tu trabajo.