Ya que todo el mundo habla del iPad, poseyéndolo o no, me temo que no puedo ser menos. De hecho ya creo haberme referido al artefacto aquí mismo, y basta hacer un scroll para comprobarlo. Pero voy a insistir en ello sin haber tocado jamás la pantalla: la ciencia y la modernidad siempre llegan con un año de retraso a Nicaragua (y para muchos, aferrados a la vana fe, la espera probablemente será eterna).
Me despierto hoy con un delicioso artículo de Arcadi Espada en El Mundo. Me interesa siempre leer a los que opinan diferente de mí en algunos temas: por eso suelo leer prensa de todas las tendencias, pues no hay nada más aburrido que ir asintiendo a medida que uno lee un artículo de su columnista de referencia. Prefiero indignarme: es mucho más sano intelectualmente. Pero hoy Espada me ha descolocado, lo cual también es muy positivo. Sabiendo de su querencia por las nuevas tecnologías, que ayudan a facilitarnos la vida en tantos aspectos, no esperaba potra cosa que un elogio del iPad, centrado en todo aquello que lo hace superior al libro o al periódico de papel. Pero jamás imaginé que para ello también se enlodaría en mi terreno: ¡el romanticismo!
Este fragmento, tan sentimental:
Amigo mío: el iPad lo puedes apretar fuertemente contra tu corazón. Un artículo de Steven Pinker. Un email inequívoco. Una foto de cuando eran pequeñas. Y atiende lo que te digo: eso es algo que no harías nunca con un iPhone: entre las exigencias del abrazo está la de un cierto tamaño. No pienses que me he vuelto parisién. Las cosas hay que decirlas ¡Aunque te hagan feliz!
Los que defendemos el formato del libro de papel lo hacemos, y lo asumo desde lo más hondo, por motivos no sólo prácticos sino estéticos. Qué digo: por mucho más que eso, por motivos pasionales. Eso es lo que nos convierte en bichos raros, pues la bibliofilia es el último escalón del lector recalcitrante. Hay algunos que comienzan por ahí y no pasan de ser meros coleccionistas, pero los que tenemos seis u ocho libros en la mesilla, y llegamos siempre hasta la última página, nos podemos permitir el lujo de amar no sólo el texto sino el objeto mismo. Lo que nunca esperaba es que un defensor del iPad acabara por experimentar algo homologable: la pantallita de plasma como elemento erótico o de refinado amor.
Ahora nos van a entender los hijos de Apple cuando pasamos las encuadernaciones bajo nuestras narices, cuando palpamos y acariciamos las tapas durante diez minutos antes de desvirgar la novela, cuando miramos extasiados los lomos de nuestro tesoro en los estantes del comedor. ¡Por fin entiendo yo a los apresurados compradores del iPad! Sería inconcebible para mí que hicieran largas filas por un producto inacabado y mejorable, si no establecieran con él algún tipo de vinculación que hasta ahora se me escapaba, pues yo soy heterosexual y no frecuento otros sexos (y menos al iPad, ¡tan andrógino él!)
Pero en fin, no descarto en absoluto que algún día acabe en mi mesilla, siempre al lado de mis amantes encuadernadas, como una extensión cómoda para determinadas lecturas. Es cierto que las novelas de 1.000 páginas, al estilo de Las Benévolas, me pesan cada vez más en las manos y eso debe ser cosa de la edad, por lo que el tema puede ir a peor con el tiempo. Necesitaré un iPad como quien requiere de un bastón para caminar: no dudo de que uno pueda establecer con el palo de madera una relación fraternal, pero al final siempre será para mí un apéndice coyuntural.
Pero créanme: aun a riesgo de parecer aguafiestas, sigo pensando que a la pantalla le queda mucho por desarrollarse: no se puede llevar a la playa (el sol ciega la pantalla), las caídas al asfalto desde un metro de altura pueden ser mortales, pesa más que un libro de tamaño medio… En cambio, como a Espada, me parece que encontrará su mercado perfecto entre los lectores de periódico: no ensucia las manos, no vuela con el viento, no se deshoja. Sólo falta que los directores de periódico lo entiendan y adapten las ediciones al formato del iPad, y al papel de prensa le quedarán pocos años.
Ahora estoy terminando de escribir estas líneas en un portátil HP 6730b. Una herramienta discreta pero que funciona. No he establecido con ella ninguna relación más allá de la estrictamente laboral y bloguera. Si algún día el iPad la viene a sustituir, ocupará también ese limbo difuso entre la hoja de papel y el electrodoméstico.
Jamás llegarás a libro, forastero.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 13 horas
2 comentarios:
Buen post! También los "greatests hits". Te he linkeado en mi blog
saludos
Gracias, le di un repaso a su blog y me veré en la obligación de hacer lo propio. ¡Me gusta!
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