No es fácil ponerse a criticar una novela de un autor a quien uno sigue con interés por su tarea bloguera. De hecho, debe ser la primera ocasión en que acometo algo parecido. Ya he dicho otras veces que Moleskine Literario, de Iván Thays, es uno de mis blogs de cabecera, y en las semanas en las que no he podido seguir la prensa general por internet, me sirve para ponerme al día y en pocos minutos de las novedades del mundillo literario. Hay autores que aparecen asiduamente y sobre quienes comparto mi interés con Iván, y hay ausencias ruidosas que también me satisfacen.
Lo difícil viene cuando uno lleva 100 páginas leídas de su última novela, Un lugar llamdo Oreja de Perro, y se ve en la difícil tesitura de proclamar sinceramente que no le gusta lo que está ahora mismo encima de la mesilla de noche. Se trata de un ejercicio algo doliente, un punto masoquista quizá, pero necesario para aquellos paseantes de La Senda que esperan mi sinceridad. Intentaré dar mis razones, aunque también estarán ahí agazapados mis estrictos gustos literarios, contra los que no hay argumentos que valgan porque son de lo más subjetivo.
Para entendernos rápidamente, recordaré mi dura crítica contra un Premio Herralde reciente, el de Alonso Cueto. Era esa una novela fallida, de pretensiones vanas y de párrafos cercanos a lo cursi, alguno de los cuales ya reproduje textualmente. Salí de ella sin un solo aprendizaje, por lo que no hay más recuerdo que el del tiempo perdido. Esta novela de ahora me retrotrae con enfermiza precisión a esa otra obra, pues las coincidencias son varias: más allá del origen del autor, la trama pretende también aprovechar un trasfondo de la historia reciente peruana como pretexo para insertar una deslavazada peregrinación de un personaje a una zona remota, y revisar así parte de sus desvelos interiores y fracasos vitales.
Pero poco a poco se va dibujando una historia a la que le pesa el mayor de los problemas de buena parte de la prosa actual: no interesa lo que le pueda suceder al personaje narrador. Aunque su llegada a Oreja de Perro promete un asfixiante contacto entre el mundo urbano y el rural, lo que encontramos es una vacua ida y venida del albergue a un cafetín y viceversa, con alguna parada en algún banco roto de la plaza. La estancia en el lugar es de un aburrimiento fatal para el personaje, y el aburrimiento se traslada inevitablemente al lector. Sábanas sucias, perros flacos, viejas con joroba, suelos de tierra. Sí, ya conocemos todas las Orejas de Perro posibles del mundo, pero sin experiencias vitales memorables, la novela transita por un desierto del que no se adivina su fin.
Alguno de los personajes secundarios parece recortado en tijera gruesa. Así, Jazmín aterriza directamente en la cama y en diez páginas pasa a ser una obsesión del protagonista:
Me intriga. Me cansa. Me deja perplejo. (...) Nunca he conocido a una mujer como ella. No estoy preparado para Jazmín.
Te voy a dejar ir, Jazmín, pienso. Te voy a perder.
Pero el lector no ha tenido ni tiempo de asumirla, de construirle un lugar en la historia, de otorgarle un rol discernible entre los otros personajes que pululan alrededor (uno de ellos, Tomás, la persigue inútilmente y lo que podría ser un misterio a resolver se convierte en una sombra difusa, un ser irrelevante.) El fotógrafo Scamarone es un cliché del bebedor compulsivo y hablador nato que poco más puede ofrecer para salvar al elenco.
Hay bifurcaciones en algunas páginas, como la entrevista que le hace el narrador a un hombre que perdió la memoria tras un accidente, que quedan sumergidas como piedras en una pecera, sin más aliento que el de ser decorado en el fondo de la trama. (Por cierto: en la primera línea de la novela se dice que murió uno de sus hijos y en las páginas 49 y 50 son dos los fallecidos.)
Un par de cosas son las que sobresalen por encima del tedio: la evocación de Mónica, ya casi ex-esposa, como el personaje mejor construido de la trama (hay alma en esa mujer, un claro eco de vida), y un estilo sugerente de frase telegráfica y párrafos mínimos, muchas veces de una sola línea, que conforman una manera propia de concebir la escritura, sin florituras y con gran inmediatez formal.
Puede que el resto del libro tenga algún requiebro que me devuelva el interés por lo que pueda ocurrir o lo que pueda llegar a pensar el narrador, y le voy a dar la oportunidad: otros abandonarían aquí el camino, así que el problema ya es doloroso con un centenar de páginas leídas. Más doloroso para los que seguiremos con afán los destellos del Moleskine, pura celebración de la palabra al lado de esta novela que ha logrado despertar en mí muy pocas ilusiones. Y la expectativa era grande, para qué negarlo.
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La nueva editorial Duomo llega con la excelente noticia de la publicación (una vez más!) de la edición española de Granta. Detrás está Valeria Miles, que siempre creyó en el proyecto, ya sea en Emecé o en Alfaguara. Para el próximo año se anuncia la versión iberoamericana de los mejores escritores jóvenes de la década, lo cual es es otro motivo de júbilo.
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¿Por qué no te callas? O mejor: ¿Por qué lees estas pendejadas anacrónicas?
4 comentarios:
ese tío es un antipático...no deja que le comente sus elevadas disertaciones
Mete caña, mete caña :)
Hola, Jacobo. He conocido tu blog por una sucesión de enlaces que se han dado al buscar información sobre la agresión de García Víñó a Molina Foix. Me llamó la atención la polémica que se suscitó en tu blog y he decidido ver qué es lo que cuentas en la actualidad.
Me ha parecido todo muy interesante y, si me lo permites, me pasaré por aquí de vez en cuando.
Un saludo.
No nos confundamos: caña gratuita, no. Intento ser lo más objetivo posible, si acaso eso existe. No sé si Thays me cae bien o mal, la verdad es que ni lo he pensado. Pero prometo (una promesa más!) acabar mi crítica in progress porque hay algún elemento más que me gustaría reseñar, y es que la novela es lo único que ahora me importa.
Bienvenido seas, g.l.r.
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