Han pasado muchas cosas en el mundo literario desde mi última aparición, que eran suficientes para ser contadas aquí: ha habido premios, decesos, novedades literarias importantes, lecturas, desengaños, sorpresas. Varias veces he estado tentado de romper el silencio, y tantas otras he reprimido mi ansia por escribir algo. Sencillamente, el entorno no ayudaba y las obligaciones terminaban pasando por encima de las inquietudes. Malos tiempos para la narrativa.
Pero si algo ha ocurrido realmente en todo este tiempo digno de ser recordado (ya no sé si contado, pero en fin, aquí estoy tecleando ante una pantalla) es que mi señor padre cumplió ochenta años hace unas pocas semanas. Esto, y nada más, es lo que termina dando sentido al afán por vivir y compartir luego esa vida, al hecho de verse uno reflejado en quien lo ha criado y le ha enseñado y lo ha empujado a caminar solo, y entender que todos los libros del mundo no narran sino eso: el vértigo de ir creciendo y de verse uno, aunque saludable, ante lo inevitable y lo fatal. No me pongo dramático a lo Rubén (Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror...) sino completamente lúcido recordando esos momentos, esas horas y días de emoción compartida y que ahogan cualquier atisbo de ficción.
Ciertamente, como le sucedió a McEwan después del 11-S, he leído muy poca ficción en estos meses. He seguido rodeado de libros y de textos, pero mayoritariamente han sido ensayos, artículos, divagaciones políticas y otras creaciones similares. No es que no merezcan entrar en la senda: aquí, desde un principio, se ha hablado del mundo del libro (entiéndase: también del objeto encuadernado, y de ahí a su contenido) y de todos sus aledaños, ya sean películas basadas en novelas o reflexiones sobre la crítica literaria. Hace pocos días descubrí una magnífica herramienta, Wordle, que me permitió reflejar en un pantallazo todo lo escrito en el blog durante tres años. Era una manera sencilla y creativa de verse reflejado en un espejo y asumir cuáles son los fantasmas, obsesiones y muletillas que uno pone por escrito. El resultado, que incorporé a la columna derecha y que actualizaré cada cierto tiempo, fue éste, que destaca por el adverbio descomunal que me incitó a continuar con esta locura (más, más, más).
Del resto del vocabulario, no hay demasiadas sorpresas: ya, hay, mi, novela, literatura, publicado, JacoboDeza, siempre, huella, historia, páginas, senda. Y como nombres propios, Marías y Bolaño: no he encontrado otros suficientemente recurrentes.
Y en estas estamos. Sé que tengo promesas incumplidas, que de vez en cuando me recuerdan algunos lectores pertinaces. Y creo saber también que mi asiduidad a partir de ahora tampoco podrá volver a ser la que era, pero intentaré ser exigente y dejar al menos un artículo semanal en la senda. Y quizá más apuntes breves cuando sea necesario. Y así hacia adelante (más y más), que ochenta años no son nada.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 3 horas
3 comentarios:
Felicita pues a tu padre de mi parte, por el cumpleaños y por su hijo.
Esperemos que cumplas la promesa de un mensaje semanal. Esat blogosfera está cada día más apagada y vacía de contenido.
Un abrazo y feliz regreso a la senda.
Felicidades para el papá y para el hijo por esta vuelta al mundo...de la blogosfera!
Escribe cuando puedas o quieras, valdrá la pena esperar.
Un saludo,
Esto es lo más apasionante de los blogs: apenas dejo escritas unas palabras y dos personas saludan el hecho con alborozo casi sonrojante, a las pocas horas. Se agradece mucho vuestro interés.
Portnoy, quizá el mejor momento de los blogs ya pasó, y en días de iPhones y otros inventos ya tendremos que ir hacia otros formatos... Pero he seguido leyendo el tuyo durante mi silencio, y me sigue interesando igual.
Caminemos juntos, pues.
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