Tengo todavía en la retina, y ya han pasado cinco días, algunos fotogramas de No country for old men. Lo digo a la americana porque la vi en versión original, como todo en esta vida, y porque todavía no estoy seguro de cuál es la mejor traducción española: No es país para viejos, No hay lugar para los débiles. Entre la opción literal y la otra creo que la segunda puede ajustarse más al sentido de la frase, pero dejo el tema para los expertos.
Voy a admitir, en un tremendo acto de contrición por mi parte, que a día de hoy no he leído ninguna novela de Cormac McCarthy. Tengo otros pendientes en la vida, qué duda cabe. Sin ir más lejos, sigo sin pisar los Estados Unidos más allá de sus aeropuertos para hacer escalas hacia el Sur, pero esto es un acto puramente voluntario y lo primero es fruto de la impotencia lectora, de no poder abarcar todo cuanto se publica en este mundo desbocado. Sé que hay que voltear la vista hacia América en aspectos literarios y reivindiqué eso para mí mismo en un post de hace unos meses: la lista compuesta por Pynchon, DeLillo, Roth y McCarthy marea, pero los minutos escasean y acabo haciendo lo menos meritorio en esta vida: ir a ver la película antes de haber leído el libro. Lo que viene a ser lo mismo que decir que ya no podré leer esta novela, pues no quisiera caer en la terrible realidad de ver las caras de los actores al pasar cada una de las páginas. Pero tengo La carretera, esa sí, en el estante de pendientes.
En todo caso, asisitir durante dos horas al despliegue de imágenes que los hermanos Coen han pergeñado es un tiempo para nada perdido. Incluso aunque, y aquí me voy a permitir un largo excurso, el visionado tenga lugar en uno de esos lugares que sólo la más calenturienta imaginación puede desarrollar. Estoy hablando de un cine que por sí mismo ya es un ejemplo perfecto de estulticia y embrutecimiento social, pero que situado en Managua pasa a ser un monumento a la ostentación malsana. Yo no recuerdo haber visto nunca un lugar de estas características en Barcelona o Madrid, aunque como todo se copia y se emula supongo que a estas alturas ya deben surgir también ahí como setas. Se trata de un cine VIP, en el que recalé por pura necesidad horaria (la sesión que se adaptaba a mis posibilidades sólo se encontraba allá) y no me percaté del hecho hasta que recibí el vuelto de mis pesos. Un cine caro pensado para gente despreciable, que diría Castellanos Moya: desde el mismo instante en que pisé la moqueta ya vislumbré de qué iba el tema: camareros, sillones tipo avión de primera clase, botoncitos para avisar a media película por si nos surge alguna necesidad imperiosa que satisfacer, y un frío que helaba los huesos (pues los cortos de miras acostumbran a pensar que temperatura y precio son constantes progresivas). En esas condiciones no era fácil concentrarse en una película, desde luego: y menos al ver de reojo la clase de clientes que pululaban por la sala, extraídos todos del manual perfecto del pijoaparte, con algunos extranjeros proclives al racismo de clase de por medio. ¿A qué mente perversa se le puede ocurrir este tipo de negocio? ¿Qué insatisfacciones personales lleva a determinadas personas a asistir a este tipo de salas para pedir un sandwich de camembert (¡en Managua!) a media película? Por cierto, el infecto lugar responde por Alhambra.
En fin, que yo iba a escribir sobre la película, y mi espacio y mis ganas van disminuyendo por momentos. Me quedé, precisamente, por la película: cuando comenzaron a llover los primeros fotogramas entendí que ahí enfrente había buen cine. Pero lo mejor de todo, y la causa última de este post, es que toda la obra tiene un mérito fundamental y que se infiere minuto a minuto en cada escena: los Coen han tamizado la novela, han extraído de ella sus elementos literarios más significativos (ojo, no digo argumentales) y los han adaptado al lenguaje cinematográfico que ellos dominan. Quiero decir que, contra lo que suele pasar (directores plastas que ruedan como si el autor estuviera escribiendo sobre la cámara, o directores oportunistas que se apoyan en novelas de éxito para realzar sus películas refritas) los Coen han capturado las esencias del texto y las han traspasado mágicamente a la pantalla. Es difícil decir esto sin caer en una cierta cursilería, por eso hay que sentarse y simplemente ver y escuchar: el ritmo, los planos, los diálogos, todo es meramente literario en esta película pero funciona como cine: nada fácil y todo un reto superado.
Y reitero que no he leído la novela de McCarthy, pero basta con ver esos paisajes fantasmales y esos moteles tan apetecibles (creados y construidos, claro, para que un día exisitieran los McCarthy y los Coen) para pensar que esto y no otra cosa es la literatura norteamericana. La mejor. Y sentir que uno puede escribir un post sobre No country for old men y decir cosas y no haber mentado una sola vez a Javier Bardem: un placer inmenso.
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Cortesías
La clase de griego, por Han Kang
Hace 50 minutos
2 comentarios:
Tampoco yo había leído la novela antes de ver la peli y ahora tampoco tengo muchas ganas de leérla, por motivos similares a los tuyos. Sí había leído, en cambio, "La carretera", que me impresionó (aunque se me hizo algo monótona) sobre todo por su fuerza visual y renuncia a cualquier concesión narrativa. En cuanto a la película, has dicho muchas de sus buenas cualidades (los Coen, además, son siempre buenos), pero te has olvidado de que es una excelente muestra de cine de actores. Claro que eso podría haberte obligado a mentar a JB. Un saludo.
Y La carretera sigue estando en mi estante de pendientes. Por cierto: tu comentario me ha obligado a releer mi post, y unos meses después creo que sigo suscribiendo todo lo que escribí, que ya es mucho.
Gracias por tu aporte.
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