martes, 25 de septiembre de 2007

Postales apócrifas jamás enviadas

10/09
Apreciada M.

Cada vez que subo hacia el Norte y veo a todos esos tipos con pistola enfundada al cinto comprendo mucho mejor a las brújulas. En Guatemala, como en México, hay municipios que ya son parte de una red de intereses que nos sobrepasan, y lo institucional se torna la mejor excusa para legalizar el delito. Yo, que he sido educado bajo el precepto "papa, miedo" ante un gatillo (y por eso no dejaba de mirar westerns con mi padre, para exorcizar esos temores) me encuentro de pronto en un restaurante y sobre las mesas, al lado de la tortilla y de la servilleta, se depositan las armas con cierta dulzura. Ya puedes entender con qué sentimiento he de comerme un bistec jalapeño delante de un punto de mira dirigido a mi frente. Esa parafernalia, que aquí se inmiscuye en la realidad de manera todavía grandilocuente, se va acomodando a medida que uno sigue la ruta Norte, hasta llegar a esos Estados más allá del río donde la costumbre ya se hizo carne. Lo mismo pasa con la droga: aquí ya hay codazos para garantizar su transporte, pero el uso y disfrute ya pertenece al mundo que está sobre nuestras cabezas, que desgraciadamente interfiere en lo que somos.

Un saludo.

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11/09
Apreciado P.

Creía que por cualquiera de estas esquinas me toparía un día con Rodrigo Rey Rosa, pero me di cuenta de que hace milenios que no vive por aquí. También esperaba toparme con alguna sombra de Monterroso, pero nanay. Lo que está claro es que Guatemala ha producido la literatura más interesante de los últimos decenios a nivel centroamericano, y eso casi nadie lo sabe (menos que nadie los guatemaltecos, claro). Mírate esto y lo comprenderás. Yo lo siento por el frío, que es la mejor manera de introducirse en la literatura: cada vez que llego a Guatemala me doy cuenta de lo mucho que sufro los embates del calor tropical en Nicaragua, siempre tan enemigo de la página escrita. No te creas las imágenes ideales de la hamaca, la limonada helada (¡con soda!) y un libro en la mano. Nada como el vientecito helado de la capital para regresar a la novela y para entender que aquí, la prosa, sea una cuestión de temperatura.

Un saludo.

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14/09
Apreciada A.

Desde lo alto del templo IV se ve todo un poco más transparente. Debe haber muchos sitios como éste en el mundo (déjame que me ría durante un paréntesis de los ociosos que votan por las nuevas siete maravillas) pero me basta con estar en uno de ellos y respirar. Yo no sé si hay posibilidades de sentirse mejor que en medio de unas ruinas mayas extraordinariamente conservadas, divisando el bosque selvático y oyendo voces de pájaros indescifrables. Suelo pensar a veces en esa raya mágica que separa lo natural de lo artesano, por donde transitamos de un lado a otro encontrando la más pura belleza. Debe ser ese ir y venir la receta perfecta: de Pélleas et Melisande de Debussy a la ceiba centenaria de Tikal. No puedo concebir la obra humana sin la pisada en el barro, el arpegio sin la hoja seca. ¡Infelices aquellos que desconectan de la realidad para concebir sus creaciones o para disfrutar de ellas! Desde lo alto de este templo sólo hay que agazapar el oído y escuchar, y saber que luego todavía nos espera el libro que dejamos a medias.

Un saludo.

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16/09
Apreciado L.

No sé por qué te recuerdo cuando pienso en el concierto de anoche. Quizá llegaron a mí, como destellos intermitentes, palabras y fraseos de algún foro sobre la decadencia del pop rock actual y sobre todo aquello que fue y no ha sido, musicalmente hablando. Ayer pisé un estadio por primera vez desde hace quince años, por lo menos (pisé su hierba como el torero pisa la arena) y sucumbí al fervor que por esos años mozos me alegraba los días. Ayer reaparcían los Héroes del Silencio y había que estar ahí para participar del rito iniciático de quemar las naves pero mirando para atrás al mismo tiempo. Ya sabes: es como encender un día la tele y que te repongan un episodio de La bola de cristal: así me sentía yo. No podía hacer otra cosa que gritar, cantar, corear, empujar y dejarme empujar, saltar. Como volver a tu Málaga y pisar las calles que pisó Antonio Soler, pongamos. Después, a la salida, quedó una halo de irrealidad a medida que el hotel se acercaba y las 26.000 almas vestidas de riguroso negro se desparramaban por las avenidas y desaparecían como habían llegado, por el túnel del tiempo. Pero mi camiseta sigue oliendo a tabaco: prueba irrefutable de que los milagros todavía existen.

Un saludo.

7 comentarios:

Magda Díaz Morales dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Magda Díaz Morales dijo...

Querido amigo, ese bistec xalapeño tienes que venírtelo a comer aqui, verás que no hay nada de lo que tanto se dice en las noticias tan amarillistas. Además, será un placer llevarte a conocer toda esta hermosa y tranquila ciudad que en estos momentos tiene su Feria Internacional del Libro y contamos con la presencia de excelentes escritores, editores y editoriales.

Jamás, y muy afortunadamente, me ha tocado ver "en un restaurante y sobre las mesas, al lado de la tortilla y de la servilleta, se depositan las armas con cierta dulzura", creo que caería fulminada en ese instante.

Sin embargo, he leido lo que señalas, rumbo a la frontera para llegar hasta arriba suceden muchas cosas, también en la gran ciudad, en determinados ámbitos de esos que existen en ciudades de millones de habitantes. Pero no es como una película de vaqueros, ese imaginar que por donde camines te encuentras con semejantes actos.

La realidad es compleja como para comentarla en pocas palabras. Pasan cosas terribles, y me refiero especialmente en la lucha política para llegar al poder. Esto si que me da mareo y se dice cada cosa... Ya a los medios no se les va a pagar las campañas, imaginate lo histericos que están y lo que no van a decir... En fin.

Un abrazo querido J

Anónimo dijo...

guatemala es una colonia de méxico, no se pueden comparar ni en tamaño ni en importancia ni en nada

JacoboDeza dijo...

México está por descubrir, sin duda. La sinécdoque de la pistola es la mirada inquieta del viajero, que ve ese metal como una punzada y lo eleva a categoría, pero el viajero siempre está equivocado: esos detalles apasionantes enturbian el análisis porque el viajero jamás será mexicano, por mucho que lo sueñe. Lo máximo a lo que puede aspirar es a comerse un buen xalapeño con equis, y de ahí a la eternidad hay un paso.

Saludos

Magda Díaz Morales dijo...

Equis estará contenta de invitar a este otro equis ese xalapeño. Qué cierto, el viajero nunca será mexicano, pero los dos equis serán latinoamericanos. Además, y sobre todo, humanos, lo demás es lo de menos.

Portnoy dijo...

Hay tanto que leer y tan poco tiempo. Sí, quizás necesite ese frío y encerrarme con mis libros una larga y , esperemos, helada temporada.
Ahora, ya ves, me ha dado por explorar el abismo, ponerme al otro lado de la página para descubrir que no hay más que un lado, que todo es fuga y abismo...
Mañana mismo salgo a comprar TRM3... mientras, seguiré lamentando lo poco que sé de literatura en español en general y de guatemalteca en particular.
Un saludo, Jacobo

JacoboDeza dijo...

Al llevar tu ejemplar hacia la caja, piensa en los nómadas que hasta noviembre tendremos que aguantar en ayunas sin un TRM3 que llevarnos a los ojos.

Saludos