lunes, 3 de septiembre de 2007

La mujer de Huguenin 4: La novia

Llegados a esta cuarta narración, Shiel ya ha presentado sus dos caras más acusadas: la del autor de cuentos de terror que bordean el género fantástico, y la del autor de relatos de corte clásico, cercanos al apunte cotidiano y a las vivencias de ciudad. A este último apartado corresponde La novia, no más que un cuento elaborado a partir de un triángulo amoroso y que, sólo al final, se permite la licencia de incluir una breve escena fantasmagórica como cierre.

En este caso, el intento no da el resultado excelente que vimos en El aciago sino de un tal Saul: si ahí la historia comenzaba a tomar fuste justo cuando se desvanecía el realismo de una aventura marítima y daba inicio el alocado pasaje de un hombre atrapado en las simas de la Tierra, ahora ocurre exactamente lo contrario: cuando ya hemos vivido el drama principal del cuento y prevemos un desenlace acorde, precisamente, con un drama clásico, Shiel se saca de la manga una imposible escena de espíritus malignos:

“Ella lo tenía cogido por los hombros; estaba tendida encima de él, a todo lo largo de la cama; y el cuarto parecía lleno de crujidos y roces muy extraños, como de muselinas almidonadas que se deslizaran en un revuelo tormentoso”.

Sólo hay que fijarse en este vocabulario que incluye crujidos, roces y tormentoso para adivinar que la impostación de la escena final busca su anclaje en un léxico acorde a un modo de describir lo misterioso. No puedo dejar de pensar que, tantos años después, el perro Snoopy ridiculizaría a todos los aprendices que no pueden salir del cliché: “Era una noche fría y tormentosa...”, escribía desde el techo de su caseta. Pero no quisiera aplicar este pensamiento a la obra de Shiel porque sería injusto con lo leído hasta aquí en esta recopilación, aunque no deje de ser relevante semejante cambio de registro cuando se pasa de un melodrama de celos a un barroco anochecer en una habitación con fantasma. ¿Será que el sol resplandeciente no infunde miedo a nadie? (yo llevo cuatro años con la piel requemada: terror puro y cierto).

Lo mejor del relato es el juego que Shiel establece entre los tres protagonistas para que sólo el hombre (Walter) y el propio lector conozcan todas las mentiras y medias verdades que se les cuenta a las mujeres (Rachel y Annie). Vamos siguiendo los esfuerzos de Walter por agradar a ambas sin que una recele demasiado de la otra, aun cuando parece bastante evidente que el juego no podrá mantenerse por mucho tiempo y que la tragedia sobrevendrá en cualquier instante.

No deja de ser curioso también que ante un cuento de infidelidades y subterfugios amatorios, Shiel lo presente con una cita del libro de Job, el protagonista sea un pastor religioso y abunde (como ya ocurría en los anteriores relatos) el elemento espiritual. Quizá es lo que obliga al autor a apostillar:

“Así, si no hubiese sido un puritano, habría sido un Don Juan”.

Y un apunte merece aquí también el tremendo diálogo que se establece entre las dos mujeres cuando ya, al fin, descubren su mutua atracción por el mismo hombre: es el tour de force necesario para pasar, ahora sí, al doble desenlace: la tragedia realista y la coda con fantasma. No es el mejor Shiel, sin duda: la historia tampoco daba para mucho más.

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Mañana salgo rumbo a Guatemala por varios días. Si Félix no lo impide, espero mandarles alguna que otra postal.

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