miércoles, 8 de marzo de 2006

El viaje tortuoso

La larga desconexión de la senda tiene nombres comunes: viaje trasatlántico con parada no prevista (¿no se han encontrado nunca, al llegar a un aeropuerto de tránsito, con que les digan que su siguiente vuelo está cancelado? Pues eso: contratiempo desesperante y noche extra de hotel con gastos pagados) e infección bacteriológica (llegar y vencer: ni dos días pasaron hasta que las bacterias tomaron el control de mi aparato digestivo y me mandaron a la cama con casi 40º de fiebre, apenas salgo ahora de mi debilidad corporal). Es otra forma de llegar a destino: darse cuenta de que hay azares que todavía nos pueden obligar a dormir en un país extraño o a hacerlo en nuestra propia cama con una temperatura dislocada, en ambos casos siendo huéspedes extraños de nuestro cuerpo, y todo con el escaso margen de tres días. Tanta vivencia debe ser excelente para crear literatura, cada vez tengo menos excusas para ponerme algún día a ello.

Antes, seguían ocurriendo cosas en el mundo, en mi país. Una vez más se vendía una nueva entrega de las aventuras de Harry Potter y nos obligó a los que nos dedicamos a pensar sobre estas cuestiones a otra reflexión (la quinta o sexta) sobre las ventas de los libros, la lectura, el alejamiento de los jóvenes hacia ella y tantos otros temas que nos entretienen unas horas. Los profetas del fin de los tiempos tomarán este éxito como una excepción dentro del páramo cultural, pero yo he ido agrandando mi sonrisa a medida que se iban publicando tomos: reconozco mi escepticismo inicial (extensible a todo éxito espectacular devorado por mayorías) pero la realidad acaba haciendo mella incluso en mi relativismo proverbial. Cada vez aplaudo con más entusiasmo las colas de niños, las lecturas en vivo del libro, los disfraces carnavalescos de magos y todo el marketing que se monta alrededor, sabiendo como sé (niños y no tan niños hay a mi alrededor que también están en esas colas) que al final el triunfo será el de la literatura y el de la imaginación, y por ende, el del placer lector de miles de criaturas. ¡Y qué más se puede pedir que hacer feliz a un niño!

Hace unos días leía (quizá dentro de ese avión interruptus, quién sabe a estas alturas de la fiebre) una entrevista a Alberto Manguel y expresaba su satisfacción no sólo porque se lea, sino porque precisamente se lea eso. Es decir, que lo de Harry no es un mal libro y que el fenómeno tiene una base sólida por ese camino. ¿Serán más listos los infantes de hoy, accionistas de Telefónica del mañana, que sus propios padres, que harían las mismas colas por comprarse un Dan Brown o un Paulo Coelho? Si así fuera, hay que ser optimistas: esta generación no acepta mercancía fraudulenta y exige que no le tomen el pelo.

También salía yo de Occidente y uno de sus grandes referentes penetraba en las salas de proyección, saltando de la página a la pantalla: Melissa P. ya ha sido encarnada por la nínfula Valverde y, con ella, el sexo (el referente al que me refiero, obviamente) regresa a la obsesión masculina que arrastramos desde Lolita, por lo menos. La adolescente pura que entra en lo prohibido por la autopista, sin rodeos, ya es un tema algo trasnochado. Esta Melissa no aporta nada nuevo, pero lo viejo que lleva tampoco sabe a fresa ni a chocolate: ese dejarse llevar para acabar en escenas coreográficas de grupo (es la excelente definición que, sin darse cuenta, anotó la Valverde sobre su personaje) produce una somnolencia algo triste, como ver guerras en los telediarios y dormirse con el ruido de las balas. Hay una contradicción flagrante entre la propuesta y el resultado: Melissa no sabe decir no y para ello asistimos impasibles al cúmulo de gimnasia gratuita que no da placer ni al espectador ni al lector, y menos a la protagonista. Hace unos años leí la versión original La vie sexuelle de Catherine M., otro giro más reflexivo pero igualmente terco en enumeración de posturas, de detalles. Cuando el todo es insignificante, el detalle pasa a ser una reiteración abusiva, un recordatorio al lector de que las historias requieren tejidos más resistentes.

Al fin, esta desconexión puede deberse también a nuevas dificultades para actualizar esta senda, que también requiere de estímulos fuertes para abrirse paso. El tiempo, los viajes, todo influye, pero aun con menos regularidad, que nadie dude de que seguiremos caminando, mientras sea necesario escribir y contar.

5 comentarios:

lukas dijo...

Vaya, esta vez sí has tardado, Jacobo, te eché de menos. Bueno, espero que ya estés un poco más aclimatado al nuevo sitio, es de cir, tu sitio... Sobre la lectura en masa, la verdad es que los niños y los adultos son ahora muy parecidos, se apuntan al carro de lo que más vende, y se alige lo digerible: ellos al Potter, los adultos al Brown y sus códigos dichosos... En vez de ir al Pullman, ellos, y a la novela buena, léase de Roth o Coetzee, nosotros adultos... En fin, espero que esto algún día mejores, pero de momento, nos alegramos que todavía se confíe en la palabra escrita, no sólo tecleada (ésta es menos de fiar).

Sobre la Melissa P., la verdad es que es más de lo mismo, es cine S, como se dice en Metrópoli de El Mundo... La novela de la francesa no la leí, quiero decir su vida novelada, pero me temo que no merece la pena, algún día, tal vez, algunos párrafos. Otro tanto sucede con el último filme sobre sexo sin amor, qué tristeza, Lie with me.

JacoboDeza dijo...

Si hubiera abierto la senda hace unos años, mis aportaciones hubieran sido un sinfín de lamentaciones sobre el pésimo nivel de las listas de ventas y sobre lo mal que se elige, lo fácil que es dejarse llevar por la corriente. Pero ahora ya dejé un poco atrás esa etapa e intento sacar lo bueno (cuando lo hay) de lo que nos rodea. Me obligo a pensar en que todavía podría ser peor, y lo de Harry ya me lo miro con más benevolencia. Pero no descarto regresar algún día a la mala leche: ¡nos quedan tan poco argumentos a los que luchamos por ser optimistas!

lukas dijo...

Pues yo Jacobo, digo lo contrario: si hubiera abierto el blog hace años, tal vez habría elogiado la variedad de títulos, la literatura tan amplia que abarcaba, con la que disfrutaba la gente, y los que me rodeaban, y sobre todo, pienso en la manga ancha que tenía este perro cuando era verdaderamente joven, allá a finales de los ochenta. No sé si has leído el elogio de Lovecraft por Houellebecq, del que sacó un extracto una revista, previa salida en Siruela. Los críticos no han querido nunca al de Providence, y ahora se han tenido que rendir a sus extraños encantos, ¡qué cosa! Yo leía muchos bestsellers, cuando lo único que me importaba era el placer de la lectura. Luego vinieron años en que sólo me importaba lo raro y difícil. La mala leche de ahora es del que ya no puede ser optimista, porque los pocos argumentos que quedan están por fuera de la literatura, en los reinos de la noche y la muerte: la música, ante todo. La novela última que me interesa, si no es comprometida, de autores consagrados, regresa al placer de la lectura, de que nos cuenten historias, y me da un poco igual que coincidan esos títulos con los de una mayoría de lectores. Pèro no soy optimista, porque sé que es cuestión de sensibilidad y de alma, y me da a mí que hay gente que está preparada sólo para engendros que ahora y siempre se llevaron.

Nunca como ahora hubo tantos títulos y tantas editoriales, se lee mucho, pero poco variado. Ya te digo, me gustaría ver en el metro más gente con novelas como estas de Lago o Ruiz Mantilla, pero me temo que triunfan más los Follett o Brown, o los que vengan. Ya sabes que Dios es el Best-SEller mayor. Muy pro yanquis estamos.

POr cierto, ¿qué te parece Ernst Bloch?, qué asco, que Enrique Lynch dedique a su obra "Huellas" líneas tan cínicas y despectivas. Ojalá más gente leyera a Bloch, y no libracos de autoayuda. EStamos en el momento del esfuerzo mínimo.

Anónimo dijo...

Es bueno saber que estamos del mismo lado del charco, kilómetros al sur mediante. Bienvenido. Y que las bacterias no (te) inunden de nuevo.

Si te sirve de consuelo, la lista de estrenos en México es pésima. Acabo de ir a cenar a una cafebrería (así le dicen) y, además de cobrar los libros a precios prohibitivos (no tenemos las protecciones de precios únicos que se encuentran en Alemania, no sé en España), encontré en primera plana a la María de la Pau y al otro amigo peruano del segundo lugar Planeta (qué jodido debe ser eso "segundo lugar Planeta", osea, que el mundo se entere que participaste y que, encima de todo, no te llevaste la plata). Entre lo digno que alcancé a divisar estuve por comprarle a mi amiga acompañante El libro del desasosiego en El Acantilado, pero nos cerraron la librería antes de terminar de apurar el vino y la cena. Al menos me queda el consuelo de que vi el Pessoa, el Herralde sobre Bolaño, el último Coetzee como el más vendido y la Jelinek en un primer plano, aunque no termino de darle el golpe. Espero que haya más en las próximas cacerías, pero oteando el panorama era pobre, muy pobre. ¿Y se supone que México es el paraíso de la literatura en lengua castellana al mezclar por igual títulos españoles y latinoamericanos entre sus filas? Así lo recordaba, pero parece que no pasan tiempos buenos para la lectura.

En fin. Bienvenido quería decir, pero, ya sabes, los dedos siempre acaban por irse.

JacoboDeza dijo...

Perdón por mi retraso pero no quiero dejar de agradecer vuestras palabras, estas bienvenidas que siempre acompañan y reverdecen la senda. Las librerías de Centroamérica son el desierto en comparación con esos oasis mexicanos, por eso hay que llevar las maletas bien petrechadas arriba y abajo.

Otro día hablamos de Bloch, cuando también pueda regresar a los blogs amigos y a los foros olvidados, cuando el sedentarismo regrese para cobijarme.