1. Un paseo. Hay en San José de Costa Rica un par de librerías con buenos alimentos: las dos enfrentadas en fachadas opuestas, en la avenida central. En una, los libros tienen el color del segundo uso pero algunos aguantan bien la lectura previa; en la otra todo es más nuevo, para estrenar. Acabo de salir de ésta con dos panes bajo el brazo: Intimidad, de Kureishi, a cuyo grupo anglosajón sigo con denodado esfuerzo y que me ha interesado por su brevedad (sí, a estas alturas del viaje todo lo breve dos veces bueno) y por ese argumento que promete indagar en el lado oscuro de los sentimientos y de las relaciones humanas, esa compleja maraña en la que todos caemos para satisfacer deseos y ansias, y que deja huella profunda. Y también llevo Windows on the World de Beigbeder, porque desde el 11-S llevo buscando el gran libro del 11-S y sigo en ello. Voy a confrontar, y no sé si eso tiene algún sentido, esta obra con lo último de McEwan, ya en enero. Pura intuición, o silogismo muy primitivo sobre cercanías argumentales, qué sé yo. Pero uno no está en San José como para pensar varias horas sobre los libros que va a comprar, y entrar en una de estas librerías sí es un saludo al viento: al lado de Eco o de Crichton hay un Pérez-Reverte o un De la Cierva (¿!), y esta tarde he tenido en las manos, de manera anárquicamente sorpresiva, la última novela de Belén Gopegui (¿por qué extraños conductos habrá llegado allí ese único ejemplar, solitario?), la obra casi completa de Auster y otras pequeñas perlas. Quiero decir que hay que traspasar los umbrales con salacot y lupa, dispuestos a hallar la mariposa más exótica y rara, y cazarla al vuelo: la reflexión queda para después del viaje. Pero jamás encontré aquí ni casi (obsérvese el adverbio: en San Salvador había una solitaria excepción de bolsillo) en ninguna otra capital a Bolaño: en Centroamérica, Bolaño no existe.
2. Un premio. No saben bien la pereza que da hablar del premio Nacional a Caballero Bonald, porque lo obvio y lo estrictamente lógico me sobrepasa, lo evito con la cintura. Pocas veces un premio es tan necesario y tan cantado, como triste es el papel de los jurados que año tras año dan éste u otros premios a individuos ya olvidados cinco o diez años después, ignorando que lo previsible es querer ser originales y que lo sagaz es mirar el panorama literario, valorarlo, absorberlo, y ser consecuentes, sin más. Este año han abierto los ojos y han visto la realidad, que pocas veces se esconde y que ahí está, dispuesta con sencillez a ser descrita; han abierto los ojos y han visto al gran escritor, y su luz cegó cualquier tentativa retórica: leyeron, y con eso bastaba.
3. Una certeza. Es imposible valorar Castigo divino, de Sergio Ramírez, a partir de su puesta en escena sino, fundamentalmente, por su tramoya. Estoy bastante impresionado por el engranaje tan sutil y tan perfecto que levanta página a página la novela: evitando cualquier diacronía estricta, construye un puzle en el que todo va encajando de manera formidable y uno no puede menos que preguntarse por la manera en que todo este edificio ha sido levantado. No puede haber escritor que sea capaz de sentarse ante una hoja en blanco y escribir correlativamente estas páginas. Me imagino al arquitecto dibujando planos y haciendo cálculos, con un fichero lleno de nombres y datos. No puedo imaginarme a mí mismo escribiendo de esta manera, donde la propia escritura es casi sólo una consecuencia del trabajo previo que cuenta, de la construcción de las columnas y los tabiques y los techos sobre la mesa, en un papel. Después ya vendrá el momento de poner ladrillos, pero la pasión está puesta en los prolegómenos, en la idea. Estoy asustado, sí: tanta perfección teórica me sobrecoge.
4. Una, dos novelas. Genji en Atalanta ("Durante aquel día gris había llovido, y la noche también fue lluviosa") y en Destino ("Tarde de verano lluviosa en el palacio imperial de Heian Kyo"). O de cuando los azares y los designios comerciales dejan al lector, literalmente, en deshabillé.
La fiesta del aguafiestas
Hace 10 horas
3 comentarios:
Jacobo, yo creo que la edición de Atalanta es mucho mejor, no sólo porque la trad. es sobre la ed. inglesa más moderna, sino por el diseño, etc. Por cierto, este Jordi Fibla, ¿cómo se las arregla para traducir tanto?
Bolaño se encuentra en la librería Nueva Década en San Pedro Montes de Oca... lo malo es que a precio prohibitivo (48 dólares, al cambio...)
Jacinta, excelente búsqueda, aunque ya veo que las cerezas del pastel se pagan a precio de oro. Espero que en la próxima cumbre de la OMC no sólo hablen de los aranceles del maíz sino también de los libros de Bolaño.
Lukas, sin lugar a dudas: ahora que pronto voy para Barcelona, elegiré con tino. Y eso aunque mi tocayo de Mas Pou no encuentre la manera de mandar libros a Managua...
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