De acuerdo, este es el fin trágico de la historia, pero antes hubo mucha trama y mucho personaje secundario, que quizá algún día desentierro de mi ahora imposibilitada memoria. También ha habido destellos fascinantes, horas de cruda realidad, escenas que me estaban esperando desde tiempos inmemoriales para que las inmortalizara, como esta

pero dejemos que el tiempo haga su efecto, con la ayuda de la paroxetina, y recuperemos un cierto estado de sosiego y lucidez. La vida sin serotonina es un valle glacial.
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Por si la melancolía no fuese suficiente, me entero de la reciente muerte de Isidor Cònsul, editor, filólogo, escritor, caminante y amigo. Nos cruzamos en el tranvía barcelonés el año pasado, con las memorias de Jordi Pujol en su cartera y que me mostró satisfecho, aún sin distribuir. Nos vimos más tarde en la consulta médica de nuestro pueblo: lo mío era banal, lo suyo ya le dejaba marca visible. Compré en febrero su Tractat de geografía y me lo llevé a Nicaragua, pensando quizás que la noticia fúnebre me asaltaría en los siguientes meses y que era bueno tener la obra a mano. Así ha sido. Isidor no volverá a coger el tranvía rumbo a Proa, pero yo acaricio ahora la portada de su libro autobiográfico. También para eso sirven los libros, para estar cerca de los que ya se nos van.